Un cambio en la ¿estrategia?
I - El gobernador tuvo oportunidad de tomar nota en la semana que su estilo, su forma de encarar la administración del Estado, tiene unos límites que no puede desconocer a riesgo de dejar crecer tensiones. Esas tensiones tomaron en las últimas semanas la forma de frentes de conflicto cuya resolución le ha costado al gobierno un desgaste que, es claro, lo distrae de su función de gobierno. Pese a surgir de orígenes y urgencias muy distintas, los reclamos de los empleados de Salud Pública, de los intendentes peronistas y, recientemente, el de los radicales y sus aliados, reconoce una misma matriz en la incapacidad del gobierno de anticipar el potencial perturbador que un simple reclamo sectorial puede tener si se lo deja sin resolver o, al menos, responder.
II - Es ese período de amesetamiento del requerimiento, que va desde su primera formulación hasta que el peticionante se cansa de esperar y cree que ha llegado la hora de cambiar el tono, el que parece no haber sido utilizado debidamente por el gobierno para neutralizarlo. La estrategia oficial ha sido la de esperar que el reclamo suba en intensidad, que llegue amplificado por los medios y, recién allí, cuando aumenta su volumen, comenzar a buscarle solución. Esto es, no acuden al problema cuando se presenta en sus primeros síntomas y es relativamente sencillo encararlo porque los actores que lo movilizan están esperanzados de que hay del otro lado interlocutores empáticos. Antes bien, se deja que el problema aumente su volumen y llegue amplificado por los medios. Lo que se ha visto es que, a veces, ni siquiera allí comienza una tarea en serio para solucionarlo sino que, estirando un poco más la cuerda, se monta una puesta en escena de reuniones, conversaciones, tratativas, idas, vueltas y acciones dilatorias que apuntan al desgaste, a ganar tiempo y no conducen sino a una exacerbación del reclamo.
(Esta estrategia puede apuntar al desgaste de quien debe cargar sobre sus hombros una reivindicación y sostenerla durante meses ante unos funcionarios que no parecen entender el idioma de urgencia con que se formula el pedido. Pero también -sería muy malo que lo fuera- podría estar indicando que esta forma un tanto indolente de atender los reclamos, sea no una estrategia sino la ausencia de ella. Que no sea una acción premeditada, sino la consecuencia de no hacer nada, de no ocuparse).
III - En los últimos días, los tres conflictos que apuntamos, el de Salud, el de los intendentes y dirigentes del Partido Justicialista y el de los jefe comunales opositores, asomaron públicamente. Los ecos de sus quejas llegaron a los ciudadanos y esa información llevó a la formación de un cierto estado de opinión pública difícil de medir pero que, puede creerse, no es muy indulgente con el gobierno. Cuando el sujeto que se informa es un usuario de los servicios de salud pública o es un vecino de un pueblo que atraviesa dificultades que se adjudican al gobierno de la provincia, la opinión pública que es la suma de esos sujetos juega en contra de quien tiene la responsabilidad políticas de dar respuestas.
IV - Siempre se ha dicho que La Pampa no es una provincia difícil de gobernar. La prudencia y mesura con que cada sector suele expresar sus diferencias, contrastan con lo que se ve en otros lares. Por eso aparece como no entendible que se deje crecer los conflictos hasta el punto en el que sus protagonistas entran en un estado de desconfianza y de rebeldía que estira en el tiempo y profundiza en intensidad la capacidad conflictiva del requerimiento. Porque el primer planteo de un reclamo suele ser formulado en principio por quienes creen en el diálogo y en la sensatez de quienes van a escuchar su pedido. Pero cuando un tema lleva mucho tiempo de incubación, esa maceración lleva necesariamente a que comienzan a ganar protagonismo dentro del sector que plantea su exigencia, los actores más radicalizados, los que levantan la voz y proponen medidas drásticas para conseguir lo que, es evidente, no consiguen conversando. Con cada ninguneada oficial, suman un argumento a su caracterización del conflicto como una lucha que necesita demostraciones de fuerza más que mesas de diálogo. Así, cuando pasa el tiempo, los dialoguistas pierden prestigio interno y lo ganan los dirigentes más duros.
V - Asi, la incapacidad negociadora conduce a los conflictos por un camino que, con cada desaire oficial, se aleja la posibilidad de un rápido acuerdo por la vía de su discusión.
¿Fue esa constatación del mandatario la que lo llevó a no demorar más el encuentro con la cúpula de su partido que se había transformado en el Muro de los Lamentos donde los intendentes de su propio color político acudían a dejar los reclamos que no eran atendidos ni explicados en el Centro Cívico?. ¿Fue también la que lo llevó a ceder en los principales puntos que pedían los empleados de salud y formular una propuesta que, de haber sido planteada semanas atrás, se hubiera desactivado el período de paros que volcó el malhumor gremial luego del fracaso de las conversaciones? Bueno sería que si. (LVS)
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