Domingo 18 de mayo 2025

Dirigentes: el dolor de ya no ser

Redacción 18/05/2010 - 01.20.hs

Quejarse de los políticos es una costumbre argentina. Hablar de ellos como corruptos, cínicos, manipuladores, frívolos, carentes de sinceridad y de preocupaciones reales por mejorar la sociedad, etc., es un lugar común en las charlas de café, en las reuniones sociales o en cualquier ocasión en que dos o más personas intercambian opiniones sobre algo distinto al fútbol, el tiempo o las novedades familiares.
En los últimos años esta costumbre de despotricar contra quienes nos gobiernan o quienes se postulan para hacerlo, ha encontrado una herramienta formidable para esa tarea demoledora en los correos electrónicos, las llamadas "redes sociales" de la web y los blogs (que, como ha dicho Feinmann, están al alcance de cualquiera prescindiendo de que tenga o no algo interesante para decir).
Así, todos los que tienen una dirección de correo o recorren la web en busca de información, reciben o se topan con cadenas donde se habla cualquier cosa de cualquier político. Con pocos argumentos y mucha generalización, se suele meter a todos en la misma bolsa y por un abuso de la propiedad transitiva se infiere que si hay un político corrupto, todos lo son o, por lo menos, están bajo sospecha de serlo.
Muchos de los aludidos hacen mérito diariamente para sumar argumentos a la mala fama que le hace esa legión de detractores anónimos y opinadores de café, blogs o cadenas de e-mails. Que se piense así de ellos no es un "invento argento". Las malas calificaciones que ostentamos a nivel internacional por la escasa transparencia en la gestión pública confirma que lo que se habla de los encargados de la gestión de lo público, pese a su escasa rigurosidad, parte de un fondo de verosimilitud.
No solo porque es cierto que la mayoría no puede mostrar sus manos ni sus uñas -y, si se les hace una exhaustiva inspección a sus bienes y su estándar de vida, no pueden justificarse con los ingresos legales que dicen tener- sino además porque el público parece advertir que han dejado de hacer política para mostrarse como productos del mercado, adaptables a los gustos de la ciudadanía. Si hablan, se mueven, toman posición o participan de algo no es porque coincida con su programa político, sino porque un asesor de imagen o una encuesta les marca qué es lo que espera el público que digan, hagan u opinen.
La mayoría ya no tiene un programa político sino que lo adapta a la conveniencia de una exposición mediática que, cada vez más, es su única forma de mostrarse a los ciudadanos. Así, la mayoría ha quedado preso de las grandes empresas mediáticas que solo los publica, reportea o invita a las mesas de opinión televisivas, si se subordinan al pensamiento dominante.
Tal vez haya que buscar en este cambio el origen de la pérdida de respeto que ostentan hoy entre la población. No ha pasado inadvertido para la ciudadanía que han dejado de ser dirigentes, esto es, personas que por su prudencia o inteligencia tienen siempre algo que útil que decir cuando es necesario tomar decisiones que involucran el bienestar general.
Un ejemplo de esta subordinación del papel de los políticos al discurso de los grandes intereses lo dio, recientemente un alto pope opositor que cuestionó la asignación universal por hijo porque, afirmó, desde que se paga ha aumentado el consumo de drogas y el juego.

 


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