Casi como un arma reglamentaria
La impresionante serie de accidentes automovilísticos fatales ocurrida en la última semana -a razón de casi un muerto por día- vuelve a poner en evidencia dos aspectos muy importantes del tránsito: el primero es su problemática ciudadana, que no sólo sigue sin resolverse en las mayores poblaciones de la provincia sino que parece haberse incrementado; el otro es la desaprensión de los conductores en los caminos y rutas del territorio, que va pareja con el aumento de la rapidez que puede desarrollar actualmente cualquier vehículo, por pequeño que sea. Viajar a velocidades muy altas no es hoy una rareza en las rutas, aunque esta acción potencie su peligro a raíz del estado de las vías de circulación que están muy lejos de haber sido construidas para permitir esos excesos.
Dentro de los radios urbanos asustan las condiciones en que se circula, especialmente en las avenidas o accesos a las localidades desde las rutas. La circunvalación santarroseña es un buen ejemplo: motocicletas tripuladas por familias enteras (hasta cuatro o cinco personas, todas sin casco); bicicletas andando por los carriles principales (cuando a dos metros hay una calle colectora infinitamente menos peligrosa); carriles de mayor velocidad ocupados por vehículos lentos, y viceversa; ingresos por lugares vedados; y, por supuesto, cruces de semáforos en rojo, que se ha convertido en una suerte de deporte local.
En la ciudad es cotidiano y frecuente ver autos estacionados en doble fila -aún en pleno centro-, camiones transitando en horas no autorizadas, giros bruscos sin indicación de luces, y conductores que manejan y hablan a la vez por teléfonos celulares. Entre los incumplimientos a las normas, que son varios, observamos los enganches sobresalientes destinados a los remolques que, al estacionar esos vehículos, invariablemente rompen los paragolpes de los que empujan.
De esas y otras cuestiones sobre el tránsito se ha ocupado muchas veces el periodismo sin que la respuesta de los poderes públicos haya sido medianamente efectiva. La ignorancia al momento de conducir un automóvil parece estar por encima de cualquier consideración, lo que hace cuestionar la entrega de carné a esos conductores. No se trata de abogar por un tránsito impecable, porque resultaría imposible; ni de privar la circulación a quien tiene como única opción para trasladar a su familia un vehículo pequeño, sino de inculcar el respeto al otro, la solidaridad y la prudencia como herramientas que permitan transitar por la vía pública para prevenir el costo de accidentes graves y muertes.
Al peligro en las calles y rutas promovido por conductores de vehículos particulares, se ha sumado en los últimos tiempos otro igual o más inquietante: los accidentes automovilísticos protagonizados por agentes de la Policía provincial al volante, algunos de ellos con resultados terribles de mutilaciones y víctimas fatales. En esta seguidilla de hechos que involucra uniformados, puede aceptarse la fatalidad en algún caso pero la repetición llama a pensar si todo el personal de esa fuerza está debidamente capacitado para conducir. Sobre todo en circunstancias críticas.
Es cierto que en algunas oportunidades se ha alegado, sin demasiadas pruebas, que los accidentes en los que estuvieron involucrados coches policiales se debieron a fallas mecánicas. Pero ese justificativo no es válido: un vehículo de la fuerza policial debe estar siempre en buenas condiciones, porque el Estado debe ser el primero en cumplir con las normas que se quieren hacer respetar.
Además, debe recordarse que no hace demasiados meses se realizaron en la provincia capacitaciones a los choferes de la Policía para, precisamente, lograr un manejo responsable. Conducir un automóvil puede hacerlo cualquiera, pero hacerlo debidamente, evaluando las circunstancias de peligro para terceros, es algo que cada uniformado debería tener presente en primer lugar al ponerse frente a un volante. Casi tanto como el uso de su arma reglamentaria.
Artículos relacionados