Quitarse la duda y no generar pérdida
Señor Director:
El anuncio de la aparición de un hijo de secuestrados o desaparecidos va tomando un sesgo rutinario. Ya vamos por el número 103 y están en desarrollo otras búsquedas, que incluirían a los hijos adoptivos de los Noble.
Sin embargo, estamos ante otra rutina de las que hay que cuidarse, porque cada caso es como un telón que se levanta o un velo que se elimina y permiten el acceso a un drama que, aunque repetido, es siempre singular. Y único para quienes se ven metidos en él.
Es curioso lo que pasa con muchas personas. Andan buscando motivos para vivir emociones (en la tele muchas veces, con los novelones presentados como tales o como hechos "reales" o en la vida cotidiana a través del chisme) y dejan de ver que cada uno de estos casos de la rutina de las Abuelas es una muestra descarnada del dolor. Y es una tragedia que no tiene aún quien la relate en términos teatrales (no tiene un Shakespeare) ni literarios (no tiene un Stendhal) siendo ésta toda su diferencia con la ficción, si es que hay realmente diferencia entre ficción y realidad o son dos caras de una misma realidad que permiten el abordaje alternativo. A veces pienso que hemos tenido tanto horror concentrado en poco tiempo que el reinado de la pavada en el espectáculo que llega a la masa es una forma de escape, una búsqueda pusilánime del olvido.
Estuve leyendo un reportaje al Hijo número 102 (hijo de desaparecidos, nieto de las abuelas de sangre que sobreviven y de las Abuelas organizadas para la búsqueda). Se trata de Ezequiel Vázquez Sarmiento, ya de 33 años de edad. Sus padres fueron desaparecidos en 1977. Esta persona fue localizada tempranamente, pero durante diez años se negó a comprobar si era o no era. Cuenta en el reportaje que había aceptado la idea de que quienes lo buscaban no pensaban en él sino en una "revancha". La justicia dispuso el ADN forzoso y así supo quiénes han sido sus padres reales. La mujer que lo crió, esposa de un funcionario de la Fuerza Aérea, le había anticipado que no era su hijo de sangre. El había estudiado para contador y luego para abogado. También obtuvo trabajo en la Fuerza Aérea.
Cuando conoció su verdadera identidad y tuvo trato con las Abuelas, no observó revanchismo. "Nada que ver". En cambio, encontró "contención y calidez". Cuando le preguntaron qué diría a quienes se niegan al ADN, dio esta respuesta: "Les diría: No perdés nada. Tratá de sumar y quitate la duda". La titular de Abuelas ha referido que Ezequiel trajina por el local de la organización como uno más del grupo. El conserva un recuerdo cariñoso de sus padres adoptivos.
La nieta 103, que acaba de aparecer, se llama María Pía Josefina Kerz. Hija de militantes desaparecidos en 1976, cuando ella tenía cinco días de nacida, fue entregada una familia de Santa Fe con un biberón, un kilo de leche en polvo y dos cartas. Una era del médico que hizo el parto, con recomendaciones. La otra, sin firma, hacía saber que esa criatura "proviene de una familia que ya no existe. Nadie la reclamará nunca, debido a que no está inscripta en ningún lado. Dios valorará lo que usted haga por ella".
Si se vuelve a leer lo anterior, cualquiera que guste vivir la emoción de manera vicaria apreciará que en esta muestra de lo real hay tanto o mayor vigor dramático que en la ficción. Nadie sabe y probablemente nunca se sabrá, cuántos fueron los niños apropiados luego de aniquilados sus padres. Los más fácilmente localizables han sido los nacidos en algunos centros de cautiverio (como la ESMA), gracias al relato de sobrevivientes. De los que habían nacido antes de la desaparición de sus padres, algunos quedaron en manos de abuelos o entregados a distintos tipos de apropiadores. El conjunto es un imponente relato que ilustra acerca de la peripecia humana, las pasiones, la duda, el papel de la suerte y la continuidad y profundidad del dolor. Puede uno no querer saber, pero el costo es, creo, excesivamente elevado.
Atentamente:
JOTAVE
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