Sabado 24 de mayo 2025

En camino hacia un memo de agravios

Redacción 08/11/2012 - 03.56.hs

Señor Director:
Habrá advertido usted la frecuencia con que palabras tales como agravio, ofensa, insulto, cruzan la línea de separación de los presuntos agraviados y de los presuntos autores de agravio, especialmente en el terreno político. Una singularidad es que los adversarios insisten en declararse agraviados, a veces al mismo tiempo que disparan una andanada que dicen disuasiva o deshacedora de agravios.
Días atrás, un grupo de dirigentes díscolos con el gobierno municipal de su mismo signo, aquí, en Santa Rosa, reclamaban "más gestión y menos agravios". Esta manifestación es un giro novedoso en los hábitos políticos, puesto que lo habitual es que esos dichos sean disparados desde la oposición. Por ejemplo, en el orden nacional algunos "opo", no siempre con definición partidaria, han hecho un hábito de mentar como equino hembra (bah, yegua dicen) a quien preside el gobierno. Esta expresión no siempre queda recatada a ambientes íntimos, sino que se expresa en público y se multiplica por la red, luego de lo cual se da el caso de que algunos medios (tampoco afectos al gobierno) la repiten so pretexto de informar. Se genera así una zona intermedia, neblinosa, en la que puede pensarse que se procede intencionalmente a acrecentar el ámbito de difusión del agravio. Esto puede ser visto, en un análisis sustentable en sede judicial, como acción intencional para multiplicar el efecto. Sin embargo, tengo observado que el efecto multiplicador, si se proponía acrecentar la agresión o insulto, pierde eficacia por la repetición. Esto se comprueba al tomar en cuenta que palabras que han tenido estatuto de insulto, o sea que se profieren con ánimo de descalificar o desmerecer, han entrado en lo que se publica en impresos o se dice por televisión, a veces precedidas por melifluas disculpas, como si el que habla jamás hubiese podido decir palabrotas en privado. Digo, pues, que el uso abusivo de palabras que han sido originariamente hirientes, desgasta la eficacia que tenían solamente porque debían ser formuladas en circunstancias muy especiales, más como reacción que como acción inicial. Ha sucedido en todo tiempo que el dicterio expresado para denotar menosprecio contra alguien, sea asumido por éste como un alias que, al cabo, lo exalta. Esto es algo que permiten las palabras, pues ellas no son buenas ni malas. Son instrumentos creados por el hombre para dar forma a impresiones y procesos mentales o para dar cuenta de sus ideas o estados, pero se cargan con los sentidos adicionales que existen cuando se las profiere. Luego, cuando se hacen de uso corriente y público, se van desprendiendo de su eficacia. Cuando deja de haber un sujeto único que agrede u ofende, parece que se deslíe la culpa y que se atenúa el efecto dolorido, cizañero o iracundo.
Algunos escritores han querido reivindicar las "malas palabras" so capa de respeto a lo popular, pero sería cosa de averiguar si también por ésta vía se manifiesta la vitalidad y renovación del lenguaje en uso, rasgo característico de las lenguas vivas. En todo caso, se deja ver lo penoso del quehacer de las academias de la lengua, que van detrás del cambio para darle una instalación, con la buena intención de evitar que terminemos en una nueva Babel, en la que nadie se podría comunicar diáfanamente con nadie.
Un sentido originario de la palabra agravio no supone que alguien agrede a un prójimo, sino que ese alguien se siente víctima, "agraviado" en sus derechos, y formula su reclamo. La experiencia revela que victimizarse es también una estrategia que, cuando se repite, deja de tener el viejo prestigio que reconocemos en el Memorial de Agravios de 1809 y que puede leerse en un museo de Bogotá. Era el tiempo del criollo postergado por el peninsular y argumentaba que hombre por hombre no había diferencia, pero que la conducta avalada desde la metrópoli, era madre de injusticia insoportable.
Atentamente:
JOTAVE

 


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