La difícil relación con los aborígenes
Señor Director:
Todo parece aconsejar, a quienes se interesan por el problema con nuestros descendientes de precolombinos, que traten de ver la película El etnógrafo. Acaba de estrenarse.
Por lo que leo en críticas y reportajes, este filme de Ulises Rosell aborda el tema desde la entraña de una de esas culturas, la de los wichí, de la selva salteña. Se instala en el seno de una de esas comunidades, conocida como Lapacho Mocho, en la que se da una circunstancia de excepción. En ella está establecido un etnógrafo inglés, de Oxford, que llegó a la zona en tren de estudio en l973 y luego repitió su viaje. En l999 resolvió que ése sería su lugar de residencia. Se casó con la wichí Tojueia y han tenido cinco hijos. Ellos mismos, padre, madre e hijos, constituyen una comunidad singular, pues todos hablan los tres idiomas: wichí, español e inglés, lo que permite inferir que el etnólogo hace su propia experiencia de integración, a partir de reconocerse como iguales en derechos y valorar en la misma medida las culturas de que son portadores, más la de la población mayoritaria poscolombina. El inglés, John Palmer, a su vez funciona en la comunidad Lapacho Mocho como un asesor todo terreno. Cuando el cineasta Rosell fue al lugar para hacer unos documentales para el canal Encuentro, Palmer estaba defendiendo en los tribunales de Salta al wichí Qatú, detenido con la acusación de abusar sexualmente de una menor.
La defensa consistió en mostrar que Qatú había actuado dentro de las pautas de la cultura comunitaria, la cual no toma en cuenta la edad cronológica o calendaria, sino que, para el caso de la mujer, la considera mayor desde que inicia la menstruación. Qatú goza ahora de libertad condicionada, luego de haber estado preso durante siete años sin que se le formalizara proceso. Esta situación revela uno de los nudos que debe resolver la integración, si se ha de cumplir con la pauta constitucional y las declaraciones de las Naciones Unidas acerca de los pueblos originarios.
Rosell entendió -lo cuenta él- que no debía realizar una película con el molde habitual del cine denuncia. No le faltaban motivos para denunciar y obtener la adhesión de la mayoría de los espectadores, pues los wichís vienen sufriendo el acoso de la sed de tierras para la soja, la cual ha estado destruyendo la selva donde han vivido. Da tema también la perplejidad de las autoridades locales, algunas de las cuales acompañan el avance sojero, pero otras, que asumen el reconocimiento constitucional de estas culturas, no siempre hallan una salida decorosa y, como se ve en el caso Qatú, a veces optan por no hacer nada. Rosell dejó de lado el sujeto de denuncia y adoptó el sujeto de relato. Muestra qué es esa cultura aborigen. Por eso, ha convertido en personajes al etnógrafo Palmer y a su familia. Cuenta Rosell que preguntó a Palmer cómo se resuelve la convivencia con las culturas originarias. Palmer contestó a partir de recordar que la Constitución reconoce la identidad cultural y étnica de los aborígenes. Observó que falta adecuar la ley a la constitución, como se ve en el caso de Qatú, en el que también se desconocen los derechos del niño (Naciones Unidas). También observó que entre las reformas que se discuten para el nuevo Código Civil, se introduce el derecho a la tierra comunitaria por parte de los aborígenes, pero se yerra al dar esa extensión a lo comunitario, cuando la cultura wichí admite más de una comunidad como constitutiva y, en cuanto a la tierra, permite que trabajen en un mismo suelo personas de comunidades diferentes, porque se privilegia la relación con el (escaso) suelo productivo.
La relación con las culturas preexistentes es así de problemática y más porque ellas mismas difieren entre sí. Digamos que la culpa no es de los que estaban en la tierra. Ni es ya cuestión de culpa. En el centro del conflicto aparece la noción de propiedad, que es también hija de una cultura.
Atentamente:
JOTAVE
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