Poesía y veda en una llamativa asociación
Señor Director:
Luego que Nelly Honorato acudiese a los poetas para respaldar su empeño por crear conciencia a favor de todas las formas de vida, en particular las de los animales silvestres y algunos que se han avecindado al hombre o han sido convertidos en mercancía, se dio a conocer la decisión gubernamental de vedar la caza de patos y establecer un período de veda para todas las especies que están en la mira de los cazadores "deportivos". Esta veda regirá durante el período se reproducción y cría.
Así contado, como surge de lo publicado en nuestro diario, se ve que quien acude a la poesía piensa el derecho a la vida como algo propio de todo ser viviente, en tanto que quien veda la caza durante determinado período pone por delante el interés humano y subordina toda otra forma de existencia a nuestras necesidades y gustos. El pragmatismo que impregna la reglamentación no necesita ser explicitado, aunque sigue siendo escabroso el empeño por justificarlo. No debemos matar aves ni otras especies silvestres a fin de asegurarnos que siempre los bizarros cazadores tendrán un blanco vivo para ejercitar su puntería. Es como que no se temblara ante la idea de futuras "primaveras silenciosas" por falta de aleteos y parloteos o cantos, sino que se quisiera asegurar la continuidad del tronar de los disparos. Sin embargo, no es del todo justo hacer una apreciación de este tipo acerca de tales medidas de gobierno, porque el "delito mayor del hombre" no es de su entera responsabilidad, puesto que es, como todo lo viviente, un ser carenciado, que necesita matar para sobrevivir. A partir de esta ley de hierro, que rige en toda la dimensión de la vida, lo que ensayan los gobiernos es un ordenamiento que evite los excesos, la crueldad innecesaria. Y que, además, permita que se siga usando el eufemismo de lo "deportivo" para cuando el acto de matar no se corresponda estrictamente con la necesidad insuperable.
En estos días, luego de uno de los festivales más desarrollados de doma, han aparecido reclamos encaminados a señalar que esta actividad somete a los equinos a la condición de objetos para el espectáculo, con finalidades ajenas a ellos mismos, pues la fama y la ganancia no les están destinadas. Se inició la demanda de un debate luego de la muerte de dos caballos en el festival y, más tarde, de otros ocho al volcar el transporte que los devolvía a sus campos hasta el próximo llamado. En sustancia, se propone discutir si estas fiestas, las de doma, son una versión apenas lavada del circo romano, con la pequeña diferencia de que en el Coliseo morían animales y hombres (si los esclavos eran merecedores de la condición de humanidad). La diferencia, porque ahora solamente se expone la vida de animales y se los somete a unas exigencias que equivalen a esclavitud, es real a favor de nuestra época, pero sólo porque aparecemos respetando la vida humana. Está puesto en razón reclamo de debatir acerca de estos festivales, habida cuenta de que hay otros donde lo que brilla y se pondera es la exhibición de creatividad musical, desarrollo del canto y la danza y la recreación de las tradiciones en un esquema que destaca otro tipo de méritos, sin someter ni humillar a hombres o bestias. El tema no es nuevo, pues desde hace mucho se debate si el circo, con animales amaestrados, es moralmente admisible. Sabido es que ahora los circos van dejando atrás esa herencia milenaria, aunque a la vez luchan por sobrevivir con nuevas propuestas que les cuesta imponer. Vale señalar que también se ha comenzado a discutir la justificación de los llamados zoológicos. La muerte de un oso polar acrecentó el interés por este tema.
Se debe entender, además, que somos un refrito de todo nuestro pasado y de los ideales que ponemos por delante. El punto a destacar es que este planteo no se agota en la reflexión sobre el hombre, sino que exige comprender la totalidad de las formas de vida.
Atentamente:
JOTAVE
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