Desencuentro
El tema de la fábrica de pasta de celulosa UPM, ex Botnia, ha agregado nuevos elementos de conflicto y confusión a su ya controvertido nacimiento. Como se recordará la empresa propietaria, de origen finlandés, eligió a Uruguay como punto de radicación por varias razones: un país de economía primaria manifiesta, con ecología adecuada a la imprescindible producción forestal y necesitado de generar empleos; con agua buena y abundante suministrada por el río Uruguay, limítrofe con Argentina, que desde sus mismos comienzos miró con desconfianza la instalación de la planta, especialmente por sus comprobados aspectos contaminantes en otros lugares del mundo, aun en la misma Finlandia. Por otra parte se sabe que los países primermundistas adoptan como solapada política trasladar a los más necesitados sus industrias "sucias", tal como viene ocurriendo desde hace muchos años en todo el planeta.
Hasta ahora, y después de los ríspidos sucesos de un par de años atrás, cuando los manifestantes de Gualeguaychú llegaron a cortar el paso por el puente binacional durante largo tiempo, las cosas se habían movido en forma más o menos aceptable, monitoreadas por la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU), un organismo mixto que muestrea una vez al mes. Los laboratorios contratados que analizan las muestras por sugerencia del Comité Científico son canadienses y la normativa utilizada es la establecida por el "Digesto sobre el Uso y Aprovechamiento del Río Uruguay", que reglamenta lo dispuesto por el estatuto del río homónimo.
Que los vertidos de la planta alteran el álveo del río no caben dudas ya que UPM vuelca un promedio de 709 litros por segundo de efluentes líquidos (supera el caudal que hoy conduce el acueducto del río Colorado) y 195 toneladas diarias de sólidos disueltos.
Pero hace unos días el presidente uruguayo, en forma unilateral, tomó la decisión de autorizar un aumento en la producción de la planta, lo que implica un mayor volumen de efluentes al río y, de hecho, el desconocimiento de la parte argentina. La actitud de José Mujica, habitualmente considerado un hombre prudente y medido, cayó muy mal en esta orilla, tanto a nivel popular como oficial.
El canciller argentino solicitó que Uruguay revise su decisión inconsulta de permitir el aumento de producción pero la respuesta fue inconsistente. Entonces fue terminante:"Uruguay se opone a monitorear la contaminación de Botnia", remarcó, apoyándose en algunos aspectos básicos del informe que científicos argentinos realizaron sobre el impacto ambiental de la pastera. Obviamente el próximo paso dentro de lo legal es volver a la Corte Internacional de la Haya, el organismo que fuera consultado años atrás y que dictaminó que la planta -en las condiciones originales- no era contaminante.
En este lamentable desencuentro, los grandes medios de nuestro país, en su rol de sulfurados opositores, han actuado como siempre, mintiendo y distorsionando la información y opinando con el más que evidente propósito de limar la imagen del gobierno argentino.
La acción de esta planta ha venido poner una cuña entre ambos países, que bregan por la integración en el Mercosur, creando un límite de desconfianza, más manifiesto entre el Uruguay y Entre Ríos, la provincia argentina que más se identifica con la tierra oriental, tanto por idiosincrasia como por tradición e historia. Los mesopotámicos, que habían predicho en parte los sucesos actuales, han vuelto a hacerse fuertes en su postura de rechazo, especialmente desde el surgimiento de algunos casos de enfermedades respiratorias y malformaciones en nacimientos, presuntamente originadas en la contaminación. De hecho, en todo este tiempo desde que se instaló la planta y según se orientaran los vientos, hubo confirmaciones de olores nausebundos y otras manifestaciones sospechadas. Las asambleas y los cortes de ruta se han vuelto a actualizar en aquella provincia, más entonados si se quiere por la inconsulta postura uruguaya y la confirmación del daño ambiental.
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