La ciudad es como un sitio de humanización
Señor Director:
Cuando se propone "pensar" (la ciudad, la provincia, el país) lo que se espera es un acto de la conciencia colectiva que incluya una visión histórica, un conocimiento de las demandas sucesivas y previsibles y, al mismo tiempo, la preservación de la construcción de las generaciones, esto último porque el pasado nos deja vernos no sólo como individuos, también como comunidad, es decir, ese nuevo ente que toma forma en el proceso de agrupamiento y desarrollo del sitio donde se realiza. El proceso de humanización es un hecho colectivo. Hacemos la ciudad y la ciudad nos hace. El liberalismo propuso la frase "self made man" (por el individuo que se hace a sí mismo). La ciudad revela el proceso de hacerse a sí mismo de lo que vamos gestando en el andar: la comunidad.
La razón de tales recaudos o mandatos reside en el hecho de que una ciudad no es solamente un sitio o un refugio para cumplir la misión de procrear y criar, como lo pudo haber sido en los borrosos comienzos de la historia de nuestra especie. Hacemos la ciudad y la ciudad nos hace humanos a partir de la animalidad de origen. Tal es nuestro rasgo diferencial. El animal vive en interacción con el ambiente natural; el hombre hace lo mismo, pero la comunidad no se limita a repetir el modelo original, sino que también nos hacemos en el intercambio con nuestra propia obra (la ciudad) que, a la vez, nos revela un acontecer singular, al que llamamos historia. La identidad se construye sobre tal base. Cuando se dice que la historia es maestra de la vida no se piensa en la lección explícita de un maestro sino en el retrato objetivo de una colectividad y de su proceso de cambio incesante. El desafío es interpretar ese retrato o película como revelación de lo que vamos siendo, dándole sentido a lo que puede parecer que carece de significación.
En un artículo publicado días atrás, el sociólogo Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, inicia un relato de la ciudad de Buenos Aires desde alguien que llega a ella por Retiro y se encuentra con la villa 31, ciudad dentro de la ciudad, y, luego, con una avenida 9 de Julio a la que se quita el ofrecimiento del espacio a cambio de una propuesta funcional. Interesará leer sus apreciaciones, pero por hoy me importa destacar su propuesta de "ver la ciudad como generadora de ciudadanías heterogéneas e interconectadas por un saber urbano que no está mal llamarlo utópico, alimentado por la idea de plaza pública no cercada, circulación descentralizada, respeto paisajístico, apego patrimonial colectivo y justicia distributiva de la renta urbana...". Su modo de pensar la ciudad lo lleva luego, algo inesperadamente, a actualizar el tema del traslado de la capital federal, asunto que desarrollé aquí hace pocos días. González admite que en un tiempo muy próximo podrá tratarse otra vez la mudanza de la capital, en cuyo caso "sería el kairós, el supremo momento de Buenos Aires. Con otro nombre y trasladando muchas de sus funciones. La oportunidad de remover los obstáculos que ella misma se ha inferido. País adentro. Con otros acuíferos, nuevas estatuas depositarias de múltiples historias y la esperanza urbana renovada". Vale aclarar la voz kairós, griega: lo que se hace en momento oportuno. González piensa a la ciudad "con múltiples estatuas depositarias de múltiples historias". En una de mis notas recientes en Caldenia expreso esta misma idea para basar lo que digo al iniciarla: mi resistencia en general (o sea admitiendo la posibilidad de alguna excepción) al traslado o la sustitución de monumentos, porque en el hecho no sólo se impone una visión actual sino que se anula la visión de otro momento de un pasado que suprimimos para imponer nuestra actualidad, frustrando así el retrato de la diversidad histórica, no arbitraria sino real, de la marcha de una comunidad. Cada monumento nos cuenta lo que creíamos ser y lo que queríamos ser.
Atentamente:
JOTAVE
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