A las trumpadas
Esta semana se celebró la asamblea anual de la Organización de las Naciones Unidas, ocasión en que se reúnen los presidentes del mundo para dar su visión del mundo y tratar de explicar cómo es que gira al revés. Se supone que los caballeros que disertan son estadistas, que van a discutir cuestiones de Estado. Pero en los tiempos que corren no hay que dar nada por sentado ni por supuesto, de hecho mejor no dar nada a secas. Por sobre todas las cosas, no hay que dar ni dos centavos por esta nueva raza de líderes mundiales que inauguró el agente naranja, Donald Trump.
Problemas.
Es divertido, incluso a veces necesario, salirse un poco de las reglas de vez en cuando. Pero romper todas las normas establecidas a la vez no puede conducir a ningún resultado positivo. Su único efecto puede ser generar confusión, que es probablemente lo que buscan estos líderes de ultraderecha, para quienes la propia voluntad (y el propio beneficio) es lo único que importa.
La primera regla que rompió Trump en su discurso fue el tiempo que empleó: estuvo más de una hora parloteando, más del doble del tiempo que tenía asignado. Y de todo ese tiempo, lo que más ventiló fueron pequeñeces personales, casi sin tocar los temas importantes, y sin que se le caiga una idea o una propuesta para la comunidad internacional.
La segunda regla es la del respeto al anfitrión. Si te dan esa audiencia privilegiada, en el foro que reúne a todas las naciones del mundo -menos, claro está, a los palestinos, a los que EEUU les negó la visa para ingresar al país y participar de la asamblea- el hombre debería mostrarse no sólo respetuoso, sino también agradecido.
Lejos de eso, se quejó del mal estado del edificio de la ONU, del hecho que dejara de funcionar la escalera mecánica en la que subía al recinto (aunque no se privó de autoelogiar su "buena forma" al haber conseguido subir esos pocos escalones con sus propios pies) y de que no funcionara el "teleprompter", esa pantalla que va pasando el discurso para facilitar su lectura por parte del orador. "Quien esté a cargo de ese teleprompter está en serios problemas", amenazó.
Capataz.
No es raro que Naciones Unidas tenga problemas edilicios: el gobierno de EEUU ha reducido considerablemente los fondos que asignaba a ese organismo, forzando un renovado protagonismo al respecto por parte de China.
Lo que sí es raro es que un presidente use su discurso para quejarse ante la ONU por un negocio personal fracasado, que es lo que hizo el miserable de Trump. En efecto, buena parte de su espiche lo malgastó recordando un episodio de más de veinte años atrás: "Hace muchos años, un desarrollador inmobiliario muy exitoso de Nueva York, conocido como Donald J. Trump, hizo una oferta para renovar este mismo complejo de las Naciones Unidas. Lo recuerdo muy bien: entonces dije que lo haría por quinientos millones de dólares, reconstruyendo todo, hubiera sido hermoso".
Se quejó amargamente de que su propuesta (que, según él, incluía pisos de mármol y paredes de caoba) fue rechazada por las autoridades de esa entidad supranacional. A la que, de paso, insultó de nuevo diciendo que "ahora estoy en Nueva York", cuando en realidad, el edificio donde se encontraba es territorio internacional, no pertenece ni a esa ciudad, ni a los Estados Unidos.
Joe.
Siguiendo con la transgresión, buena parte de su discurso la dedicó a criticar amargamente a su predecesor, el demócrata Joe Biden, algo que, claramente, ningún estadista serio haría nunca: las trapitos sucios se limpian en casa. Pero claro, para eso hay que saber limpiar, y antes aún, saber distinguir lo limpio de lo mugriento.
Aunque habría que sacar bien las cuentas de cuál fue el porcentaje de tiempo dedicado a cada desatino. Por ejemplo, a la propalación de falsa información, como cuando acusó a la ONU de "promover la inmigración ilegal"; o cuando se explayó en su negativa sobre el hecho científico del cambio climático; o a desacreditar la tecnología aplicada a la producción de energía con molinos de viento ("una estafa china") o a afirmar que los países asiáticos arrojan basura al mar que termina en las costas de California, frente a Los Angeles.
No sin antes enfatizar una vez más su "buena forma" física (cuando ostenta un evidente sobrepeso y hasta dicen que su aroma corporal es insoportable) acto seguido hizo un reclamo explícito de que le otorguen el Premio Nobel de la Paz, ya que, según él, en ocho meses de gobierno logró parar siete guerras distintas en el mundo. Poco importa que no supiera pronunciar los nombre de algunos de esos países, o que en uno de esos conflictos -el de Israel con Irán- EEUU, lejos de ser mediador, fue uno de los agresores bélicos. Pero claro, ¿quién se va a poner a chequear semejante cantidad de afirmaciones infundadas? Si las únicas dos guerras que importan realmente, la de Ucrania y la de Gaza, no sólo no se frenaron sino que escalaron...
Esto de las siete guerras resueltas suena un poco como los doce millones que el presidente argentino dice haber sacado de la pobreza. Y, por cierto, ahí hay otro que anda reclamando un Premio Nobel.
Va a estar linda esta temporada en Estocolmo: el premio de la paz para Trump, el de economía para Milei, y, ya que estamos haciendo pronósticos, el premio en física para Fabio Zerpa, en química para Charly García, y el de literatura (¿qué duda cabe?) para la Mona Gimenez.
PETRONIO
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