Sabado 12 de julio 2025

A sangre fría

Redacción 06/10/2024 - 14.15.hs

Esta semana se cumplieron cien años del nacimiento de Truman Capote, uno de los escritores más famosos del siglo XX, cuya fama permanece hasta nuestros días, pese a que su última novela fue publicada hace casi sesenta años. Una miniserie titulada "Feudo" le dedica ocho intensos capítulos a los últimos años de su vida, y a la enemistad que se ganó, entre sus amistades de la alta sociedad neoyorkina, por exponer sus intimidades en un par de capítulos de lo que nunca llegó a ser una novela completa, "Plegarias sin responder". Hace unos años, se estrenaron casi al mismo tiempo dos películas sobre su vida, ambas excelentes (por la primera de ella, "Capote" el malogrado actor Philip Seymour Hoffman, que lo interpreta, ganó el Oscar). Pero acá entre nosotros cuando se menciona su nombre es, casi sin excepción, para reavivar un pleito añejo sobre otro invento argentino no reconocido, el de la "novela de no-ficción".

 

Walsh.

 

El pleito, desde luego, se basa en que Rodolfo Walsh, escritor argentino luego asesinado durante la dictadura militar en 1977, publicó el primer relato de largo alcance sobre hechos reales, escrito con técnicas novelísticas, en 1957: "Operación masacre", basado en los fusilamientos ocurridos en José León Suárez, conurbano bonaerense, el año anterior. Cronológicamente la novedad es indiscutible, ya que Capote no publicó su propia novela de no ficción, "A sanfre fría", sino hasta 1966.

 

No se sabe si Capote sabía del libro de Walsh, y lo más probable es que si lo supiera, nunca lo habría confesado. Pero que le hayan ganado de mano en modo alguno le quita mérito a su obra, 350 páginas de puro oro literario, que le valieron a su autor una enorme fama y unos tres millones de dólares en ganancias.

 

Hay similitudes entre los dos libros, que a más de tratar sobre crímenes reales, comparten una búsqueda por el idioma llano y directo, una prosa que podría llamarse "minimalista". Pero Walsh era un escritor político, tema que a Capote lo tenía sin cuidado. De hecho, confesaba que no tenía ninguna opinión ni juicio sobre los asesinos sobre los que escribía, dos forajidos que habían asesinado una familia entera por un botín miserable.

 

Al mismo tiempo, mientras Capote estuvo nueve años escribiendo "A sangre fría", en base a más de 8.000 páginas de notas, incluyendo centenas de entrevistas y hasta una participación personal en la historia que iba relatando, Walsh parece haberse apurado en publicar "Operación masacre": tanto es así que en futuras reediciones debió introducir varios agregados y correcciones a medida que su investigación continuaba revelando nuevos matices de los hechos.

 

Puig.

 

En realidad, si hay un escritor argentino con el que habría que comparar a Capote, ése es el casi pampeano (nació en General Villegas, Buenos Aires) Manuel Puig. No tanto por su orientación sexual, sino por su fascinación por el chisme, el folletín y la vida social. Y por la obsesión de lograr un estilo depurado.

 

Aunque su obra literaria es de una solidez envidiable -sus otras novelas, como "Desayuno en Tiffanys" o "El arpa de hierba" son magistrales- en realidad su fama se basaba por sobre todas las cosas en el personaje mediático inmenso que había creado, de puro trajinar las relaciones humanas con una pasión inigualable.

 

Cuando asesinaron a John Kennedy, él podía presumir de conocer al presidente muerto, pero también a Lee Harvey Oswald, su (¿supuesto?) asesino. Cuando el Clan Manson cometió su seguidilla de atroces crímenes en Hollywood, en 1969, Capote tenía el privilegio de conocer a Charles Manson, pero también a cuatro de sus víctimas.

 

Su lista de "trofeos" y hazañas sociales era interminable: tomar ácido lisérgico con Cary Grant y Aldous Huxley; ganarle una pulseada de manos a Humphrey Bogart; mirar teatro kabuki en Japón con Yukio Mishima; colaborar literariamente con Albert Camus en Francia; visitar a Charlie Chaplin en Suiza... Hasta se dio el gusto de socializar con los Rolling Stones -aunque le parecía que Mick Jaegger era aburrido- y con los Beatles, particularmente John Lennon, aunque consideraba a Yoko Ono como "la persona más horrible que haya existido jamás".

 

Cisnes.

 

Una vida privada turbulenta, y una serie de adicciones al alcohol y otras drogas, que estaban ya presentes cuando publicó su obra maestra en 1966, terminaron por destruirlo, privándonos de otras obras de fuste que tenía el talento y la disciplina para escribir.

 

Su última gran pelea fue con sus amigas de la alta sociedad, a las que llamaba "sus cisnes", y a las que trataba de emplear como material para una novela aún más potente que "A sangre fría". Pero claro, una cosa es desnudar las intimidades de dos pobres diablos condenados a muerte, y otra muy distinta es pretender hacer lo mismo con varias de las personas más poderosas de los Estados Unidos.

 

En el camino de escribir esa última y fallida aventura literaria, cometió lo que muchos de sus colegas -siempre esquilmados por las editoriales- podrían considerar un acto de justicia: Truman, montado sobre el éxito de su obra maestra, exigió un adelanto de un millón de dólares por la publicación de "Plegarias sin respuesta" a Random House, con la promesa de entregar el libro en 1968. Cuando llegó la fecha y la novela no estaba, le extendieron el plazo hasta 1973, y luego consiguió otras tres prórrogas hasta 1981. Murió en 1984, a los 59 años, sin haber cumplido su contrato.

 

A Rodolfo Walsh lo movía su interés en denunciar los crímenes contra el pueblo perpetrados por la dictadura. A Truman Capote, exponer en su novela la violencia y el sinsentido en la sociedad norteamericana, lo tenía sin cuidado. A él le interesaba el arte de escribir, el producir una prosa "simple y clara, como un arroyo del campo". Detrás de todos los chismes, las anécdotas con celebridades, lo pintoresco de su personaje, lo que nos queda es su prosa maravillosa. Y vaya si vale la pena volver a ella...

 

PETRONIO

 

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