Afrenta a la historia
Durante mucho tiempo, los premios que recuerdan al inventor de la dinamita –Alfredo Nobel—fueron en todo el mundo sinónimo de un altísimo prestigio en las materias que distinguían. Un premio Nobel era algo muy serio y quien lo recibía pasaba a tener una especie de inmortalidad (modesta a veces) en la disciplina que había sido premiada.
Pero el viejo adagio que dice “cobra fama y échate a dormir” parece que fue ganando al comité seleccionador que, más atento a la fama de la distinción que a los méritos del distinguidos, pasó a considerar méritos políticos, además de los artísticos y científicos, con las reacciones consecuentes. Los memoriosos quizás recuerden todavía el rechazo que hiciera de la distinción el filósofo francés Jean Paul Sartre, ya que su preocupación y lucha estaba puesta en la defensa de las clases sociales menos favorecidas. Además –dato muy importante--, para no tener “el más mínimo compromiso con el poder”.
Tanta consideración viene a cuento ante la noticia del otorgamiento del Premio Nobel –el de la Paz, nada menos—a María Corina Machado, una venezolana que ha centrado su quehacer en la guerra y, para peor, contra su propio país. La distinguida, que con hechos y palabras legitima la intervención extranjera mientras permanece en la clandestinidad, reforzó lo absurdo de la premiación al decir que la distinción la merecía el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, el mismo que –al margen de las acciones de conciliación entre las partes, a las que lo obligaron los hechos— había considerado la posibilidad de arrasar Palestina y llevar adelante en el lugar un emprendimiento inmobiliario. El mismo personaje, en ápocas más recientes y hasta la actualidad, promueve acciones en el mar Caribe que parecen preanunciar una invasión a Venezuela y mata tripulantes de pequeñas embarcaciones acusándolos de narcotraficantes, pero sin prueba alguna. Ni más ni menos.
Esas acciones de preguerra inquietan al mundo y, subrayan la cada vez más evidente existencia de bloques que promueven distinciones o castigos según los intereses de Occidente, con los Estados Unidos a la cabeza. La circunstancia afecta especialmente a los países latinoamericanos, que vuelven a evidenciar su condición de “patio de atrás” de la nación norteamericana. Esto, claro está, para los países independientes de obra y pensamiento. Casi está demás decir que en armonía con la aprobación cómplice de los países de Europa Occidental, el presidente argentino Javier Milei envió su felicitación personal a Machado.
Un vistazo a los antecedentes del premio demuestra que esta controvertida entrega abunda en parecidas incongruencias; solo hay que recordar que el ex presidente norteamericano Obama bombardeó sin miramientos a Irak, cuna de la civilización occidental, bajo el falso pretexto de que tenía armas químicas y nucleares o que también fue distinguido Henry Kissinger, que prohijó las peores y más sangrientas dictaduras sudamericanas…
Tal como dijera el ex presidente de Honduras, Manuel Zelaya, "el Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado es una afrenta a la historia y a los pueblos que luchan por su soberanía. Premiar a una golpista, aliada de las élites financieras y de los intereses extranjeros, es convertir el símbolo de la paz en un instrumento del colonialismo moderno".
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