Miércoles 24 de abril 2024

Bailando por un duelo

Redacción 21/08/2022 - 10.20.hs

Cada noche, en el límite que separa las ciudades de Attari y Wagah -en la disputada región de Cachemira, entre India y Pakistan- se abre el gran portón que sirve de aduana y migraciones, y tanto de un lado como del otro, soldados con los uniformes y estandartes nacionales, practican una intrincada danza, de intercambio y desafío. Muy poca gente posee la visa para cruzar esa frontera caliente, entre dos países que, de ir a la guerra efectivamente, se destruirían mutuamente con sus arsenales nucleares. Cada noche, ese baile colorido, salpicado con el aroma de las especias y los gritos de los vendedores de pochoclo caliente, le recuerda a ese enclave, otrora pacífico, el doloroso episodio de la separación entre ambos países. Otra creación del saliente Imperio Británico, hecho del que esta semana se cumplieron 75 años.

 

Divide.

 

En 1947, debilitada por la Segunda Guerra Mundial, y por el fuerte movimiento independentista de la India, Inglaterra se resignó a concederle la independencia, no sin antes hacer un último acto de barbarie, siguiendo el slogan "divide y reinarás": dividir la ex colonia en dos países diferentes, en base a las diferencias religiosas entre hindúes y musulmanes, que en realidad habían convivido allí durante siglos.

 

La tarea de trazar la frontera entre las dos nuevas naciones fue encomendada a un perfecto mequetrefe, el abogado Cyril Radclife, que contaba con sólo cinco semanas para hacer ese dibujo, basado en su propia ignorancia del país, unos pocos mapas desactualizados, y una casi total inexistencia de censos confiables. Así fue como se separó a la India (hindú) de Pakistán (musulmana) con el pequeño detalle de que este último país quedó dividido en dos pedazos, uno al oeste, y otro hacia el este, más conocido como Bengala (hoy Bangla Desh).

 

La línea de Radclife fue cruzada obligadamente por doce millones de personas, que debieron abandonar hogares ancestrales para reestablecerse en un nuevo país que desconocían. Las tensiones políticas y religiosas de este monstruoso desplazamiento migratorio dieron lugar a verdaderas matanzas, en las que se supone fallecieron alrededor de dos millones de personas. Por supuesto, de vuelta a Londres, al dibujante de límites le dieron un título de caballero.

 

Silencio.

 

Quedan pocos sobrevivientes de aquella espantosa tragedia -un verdadero genocidio- gentileza de Londres. Los viejos han optado por el silencio, y ni siquiera le contaron la historia a sus descendientes, con la buena intención de no cargarlos con el sufrimiento propio. Pero, como dicen los psicoanalistas, lo que una generación calla con la palabra, la siguiente lo expresa con el cuerpo.

 

No es extraño que estos dos países, que no son más que gemelos separados al nacer, como en las telenovelas, hayan desarrollado una sorda desconfianza mutua. Ambos se han radicalizado en su ideología y su religión, y los conflictos han sido múltiples, incluyendo atentados terroristas de un lado hacia el otro. La tragedia por momentos se vuelve ridícula, como cuando la rivalidad se traslada al campo de cricket (pasión deportiva heredada ya sabemos de quién) o como cuando la India, dos años atrás, arrestó una paloma mensajera proveniente de Pakistán, bajo cargos de espionaje.

 

Pakistán ha virado hacia una versión fundamentalista del Islam. Allí fue donde nacieron los Talibanes, que desde el año pasado han vuelto a enseñorearse en Afganistán, para desgracia de las mujeres afganas. Allí es donde estaba escondido Osama Bin Laden, cuando en mayo de 2011, con toda impunidad, un comando norteamericano ingresó ilegalmente para asesinarlo, matando de paso a otras cuatro personas, incluyendo un niño y una mujer.

 

Islam.

 

Bien puede argumentarse que la radicalización del Islam -una religión notoria por su espíritu tolerante a lo largo de los siglos- proviene de este acto criminal, basado en la idea racista de que los países debieran dividirse según la religión de sus habitantes. Además de ser un experimento condenado al fracaso -la gente siempre migrará y se mezclará- es una expresión profunda de ignorancia y desprecio hacia el otro, que se considera inferior.

 

Aquellas raíces se volvieron árboles, y dieron estos frutos. ¿Alguien puede dudar que hace 75 años ya estaba simbólicamente escrito que un fanático musulmán atentaría contra la vida de un escritor indio (Salman Rushdie) en el estado de Nueva York, como ocurrió hace diez días? (Dicho sea de paso, en EEUU este tipo de matanzas es habitual, y el único remedio que han encontrado es promover la portación generalizada de armas, para que "los buenos" armados liquiden a "los malos"; como diría Ghandi: "ojo por ojo, y vamos a terminar todos ciegos").

 

En medio de tanta tragedia, que los soldados indios y pakistaníes dramaticen este conflicto con una danza, parece no sólo adecuado, sino hasta genial. Es sabido que la danza es crucial en la cultura india, donde se danza hasta con los ojos, y donde ninguna película está completa sin una buena escena de baile y canto colectivo.

 

El problema es que esa agresividad está mal dirigida. Son muchos años, claro está, para colmo atravesados por la Guerra Fría, donde necesariamente ambos países se alinearon en bandos opuestos. Pero así como Ghandi les enseñó alguna vez, la lucha debería apuntar no hacia el hermano, sino hacia el explotador. Y la historia demuestra que no es una quimera: "Primero te ignoran, después se ríen de vos; después te odian, y te combaten: entonces vos triunfás".

 

PETRONIO

 

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