Biden deja su carrera con un legado complejo
Dice la mayoría de los comentaristas que seguramente la historia será más benigna con Biden de lo que fueron las encuestas de opinión durante su mandato.
JOSE ALBARRACIN
Con el anuncio, el pasado domingo, de su renuncia a postularse para la reelección como presidente de EEUU, comienza el último capítulo de la dilatada carrera política de Joseph Biden. Con 81 años, es el presidente más longevo en ocupar la Casa Blanca. Con algo más de 81 millones de votos en 2020, fue el más votado en la historia. Y con menos de 30 años, en 1972, había sido el senador electo más joven en su país. Ahora le quedan seis penosos meses en el poder, en el triste rol de "pato rengo", con la obligación de apoyar fuertemente a su candidata elegida, la vicepresidenta Kamala Harris, y con la certeza de que ya no podrá "terminar el trabajo" que se había propuesto realizar.
Legado.
Dice la mayoría de los comentaristas que seguramente la historia será más benigna con Biden de lo que fueron las encuestas de opinión durante su mandato. No será el caso, desde luego, del resto del mundo, y en particular, de Latinoamérica, que sólo fue tenida en cuenta para boicotear las inversiones de China en la región.
Una de las pocas cosas ciertas que dijo Donald Trump es que durante su mandato -el inmediatamente anterior a Biden- no se inició ninguna guerra nueva. El actual presidente podría afirmar algo parecido, y de hecho fue quien se encargó de culminar, en 2021, el proceso de retirada de Afganistán, que había iniciado su predecesor. Para su desgracia, esa experiencia fue desastrosa: porque no sólo murieron 13 norteamericanos en la evacuación, sino que además, inmediatamente retomaron el poder los talibanes, sus archienemigos.
Pero puede decirse también que, por extraño que parezca, la situación internacional actual es más caótica que la de 2020. La política de Biden de empoderar a la OTAN fue el detonante último para la invasión de Ucrania por parte de Rusia: Trump no sólo había comenzado a desfinanciar y desactivar esa alianza militar, sino que además cultivaba una relación casi cordial con Moscú.
En cuanto a Medio Oriente, el panorama no puede ser más complejo, con Israel peleando en tres frentes contra Hamas, Hezbolá y los Huties. Aún cuando expresó alguno que otro reparo a la política seguida por Tel Aviv en Gaza, Biden será recordado como el principal sostén de esa prolongada operación militar que ha provocado decenas de miles de bajas civiles, y que probablemente termine siendo condenada internacionalmente como un genocidio.
En cualquier caso, y aunque no inició ninguna de esas dos guerras, está claro que podría haber hecho mucho más por promover la paz, en vez de seguir echando leña al fuego apoyando a uno de los bandos.
Progresismo.
Muy diferente fue la política interna del presidente que se retira en enero próximo. Los analistas coinciden en sostener que su administración llevó adelante las medidas más progresistas desde Lyndon B. Johnson en los años '60. Hay incluso quienes las comparan con el famoso "New Deal" de Franklin D. Roosevelt tras la gran depresión de los años '30.
Asumido en medio de la pandemia del Covid-19 -que Trump había desatendido de una manera criminal- insufló una fuerte inversión pública (u$s 1.9 billones) para contener a los desamparados, y reactivar la economía. Tres años después estas políticas arrojaron un rápido crecimiento del PBI y la creación de 15 millones de nuevos puestos de trabajo. Pero también esa inyección de dinero se relaciona en la percepción pública con el crecimiento de los índices de inflación, aún cuando éste fue un fenómeno mundial, que hasta el FMI relacionó más con las ganancias extraordinarias de las empresas multinacionales.
Las inversiones públicas incluyeron la financiación de obras de infraestructura demoradas por décadas, pero que tomarán al menos una década más en concretarse, por lo que su efecto electoral será muy relativo.
No menos determinante será la ley Chips, que significó una potente inversión (u$s 52 mil millones) en desarrollo tecnológico, y mitigó la dependencia en la provisión de microchips provenientes de China y Taiwan, hoy imprescindibles no sólo para computadoras, sino para virtualmente todas las maquinarias, desde lavarropas y automóviles hasta misiles balísticos. En el camino, una de las empresas beneficiadas por esa ley (Nvidia) se transformó en la más importante del mundo.
Trabajadores.
La agenda progresista de Biden implicó también un inédito apoyo a la sindicalización de los trabajadores, y a la lucha de éstos por mejores salarios: hasta se permitió decirle a los empleadores que si no conseguían personal debían ofrecer mejores sueldos, tal como lo manda la ley de la oferta y la demanda.
También se ocupó de los jóvenes profesionales, endeudados de por vida por los préstamos contraídos para pagar sus estudios universitarios, muchos de los cuales vieron canceladas sus deudas con aportes federales.
En la misma línea hay que anotar los incentivos dados a las empresas para migrar hacia las energías renovables, y el impulso dado al sistema de salud pública (Medicaid), al que se dotó de herramientas para combatir el alza indiscriminada del precio de los medicamentos por parte de los laboratorios privados.
En cierto modo puede decirse que su política interna fue fiel al perfil con que Biden se inició en política: como un joven de clase trabajadora, católico y de ascendencia irlandesa. Le prestó atención a los trabajadores y a los pobres, sin temor a usar generosamente los fondos estatales en su favor. Incluso una de sus políticas más criticadas -la migratoria- reveló de su parte, hasta cierto punto, una compasión rara de ver en la Casa Blanca.
Hoy la percepción de este presidente saliente es la de un anciano algo testarudo, con incipientes problemas cognitivos. La realidad de los hechos, como se ve, es algo más compleja.
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