Chatarra bélica
¿Cuál es el criterio gubernamental para dotar a las fuerzas armas del país con un mínimo armamento necesario y efectivo? Es difícil responder a esa pregunta, máxime que muchas evidencias (que surgen de las referencias históricas) sugieren hechos negativos. El recuento a grandes rasgos es una de las respuestas menos alentadoras.
Ahora, noticias de hace algunos días informaron que la Argentina adquirirá carros blindados y tanques de guerra a los Estados Unidos, a un precio muy considerable por cada unidad. Cabe preguntarse ¿qué fue de aquellas ideas que buscaban la modernización del TAM (Tanque Argentino Mediano), pasible de fabricarse en el país y a un costo considerablemente menor?
Pero si de blindados se trata, fuentes militares habrían hecho saber al gobierno que para el caso eran preferibles los vehículo que ofrecía Brasil, mejor adaptados a las necesidades, más baratos y dentro de la órbita del Mercosur, que facilita el mantenimiento y la consecución de repuestos. La sugerencia parece haber sido ignorada.
Todo lo anterior parece demostrar que la estrategia militar del gobierno, más que a las necesidades propias y en el aprovechamiento de las circunstancias técnicas, obedece a los intereses de una clase política alineada en la idea del país productor de materias primas e importador de productos elaborados, cuyo último nivel de decisión está en manos foráneas.
Hay que recordar que al margen de las potencias mundiales, la Argentina fue uno de los primeros países que intentó el desarrollo de una cohetería propia, con logros tales como la fabricación de módulos capaces de llevar seres vivos –tal como se hizo— a un nivel suborbital. El lugar donde se llevaban a cabo esas y otras experiencias, Falda del Carmen, es apenas un recuerdo.
Lo mismo puede decirse de los aviones a reacción, de los cuales uno de los primeros fue el Pulqui II, vendido a países europeos poco menos que como chatarra y del que hubiera una oferta de fabricación conjunta por parte de Holanda. Tuvo un diseño similar y coetáneo con los MIG rusos, tan importantes durante la llamada Guerra Fría.
La ventaja de apelar a distintos proveedores de armamento quedó demostrada cuando desde uno de los aviones Super Etendard –franceses—se disparó el misil que hundió al crucero inglés Exeter. La falta de organización en las Fuerzas Armadas (véase el Informe Rattenbach) hizo que otros misiles similares quedaran retenidos en un puerto francés. Muchos años después el nefasto gobierno de Mauricio Macri le compró a Francia cuatro SE que nunca levantaron vuelo. Al respecto, una auditoría determinó que el gobierno gastó para el Ministerio de Defensa casi 14 millones de euros en aviones que no estaban en condiciones de volar. A estar por las informaciones, los aviones Super Etendard que la Argentina compró estaban parados por falta de repuestos.
Pocos meses atrás, nuestro país adquirió a Dinamarca un grupo de aviones F 16. Los aparatos cuentan al menos con 15 años de antigüedad y en gran parte responden a una tecnología retrasada o ya superada. Para más, por expreso pedido de Inglaterra, la parte electrónica aplicable a enfrentamientos de guerra les fue suprimida. En la misma tesitura, se dejó de lado una reciente oferta de aviones de combate chinos, nuevos y dotados de todos los elementos modernos relacionados con la actividad bélica. La cartera de Defensa del gobierno mileísta, en un comunicado, consideró "indispensable" la compra de estos aviones para "recuperar la capacidad supersónica de la Fuerza Aérea Argentina", expresión que, viendo las condiciones en que se compraron los 16 aviones, debe sonar como una broma desde el punto de vista militar.
En los ejemplos citados resulta inexplicable la aceptación de los mayores costos y la menor eficiencia de lo adquirido, además de la posibilidad desdeñada de fabricarlos en el país. Dados los antecedentes en hechos similares, ¿asoma una sospecha de corrupción?
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