Jueves 11 de abril 2024

“Corralito” convierte a los ahorristas en héroes sin condenas

Redacción 09/03/2023 - 08.14.hs

Los ciudadanos del Líbano experimentaron en 2019 una crisis económica y financiera prácticamente calcada a la del “corralito” en Argentina. Los bancos cerraron sus puertas y la situación se mantiene al día de hoy.

 

JOSE ALBARRACIN

 

Aunque hayan pasado más de dos décadas, todavía quedan en la retina las imágenes de la crisis argentina del 2001, y en especial, de los ciudadanos que tenían depósitos en los bancos y se veían privados de acceder al dinero que les pertenecía, en virtud de un perverso sistema que pasó a la historia con el nombre de "corralito". Desde luego, esos ciudadanos no tenían ninguna responsabilidad en la crisis económica generada por una política económica fantasiosa denominada "convertibilidad", que terminó operando como una estafa piramidal creada por el propio gobierno nacional. La administración que asumió tras esa crisis desmontó la convertibilidad, al costo de una devaluación colosal. Pero cabe preguntarse, ¿qué hubiera pasado si el "corralito" se hubiera prolongado por años?

 

Líbano.

 

La terrible respuesta la están viviendo en carne propia, hoy, los ciudadanos del Líbano, quienes en 2019 experimentaron una crisis económica y financiera prácticamente calcada de la argentina. También allá, por temor a la corrida cambiaria, los bancos cerraron sus puertas durante días. También allá, durante ese período de feriado bancario, los miembros de la elite económica se las ingeniaron para fugar unos seis mil millones de dólares al exterior.

 

Pero la crisis continúa al día de hoy, casi cuatro años después, en los que el pueblo libanés ha tenido que sobrevivir a la escasez de dinero y productos, especialmente farmacéuticos; las huelgas interminables de empleados públicos (incluso jueces) que no perciben sus salarios; las colas para el pan y la nafta; el costo imposible de la energía, y una larga serie de privaciones, mientras no pueden siquiera tocar su propio dinero, nominalmente depositado en los bancos: el límite de extracción es el equivalente a unos doscientos dólares por quincena.

 

En este contexto, en agosto del año pasado, un camionero llamado Bassam al-Sheikh Hussein, entró en el Banco Federal del Líbano, en Beirut, desenfundó una pistola, y tras hacer tres disparos de advertencia, reclamó que le entregaran dinero. Lo curioso de este "robo" es que el dinero que reclamaba era propiedad del propio Bassam, y lo necesitaba imperiosamente para pagar las facturas médicas de su padre enfermo.

 

Hubo una situación tensa cuando llegó la policía y se produjo un enfrentamiento con toma de rehenes, pero la tensión se disipó cuando el banco accedió a entregarle al "cliente" unos treinta y cinco mil dólares que le pertenecían.

 

Héroe.

 

Bassam pasó unos días en cárcel pero el juez actuante dispuso su liberación, porque el banco decidió retirar la denuncia en su contra. Para entonces, ya había adquirido el carácter de verdadero héroe popular, y su conducta comenzó a ser imitada. Sólo en septiembre del año pasado se produjeron otros doce casos. El más célebre, sin embargo, es el de Sali Hafiz, una diseñadora de interiores que debió recurrir al mismo método (en su caso, empleando una pistola de juguete, muy realista) para pagar el tratamiento de su hermana enferma de cáncer.

 

Sali estuvo un tiempo prófuga, para finalmente entregarse a la Justicia, que le concedió la libertad condicional. Hasta el momento, ninguno de estos "ladrones a mano armada" han sido procesados ni condenados.

 

Cabe preguntarse cómo definir a un sistema económico que condena a sus ciudadanos a recurrir al delito, y hasta arriesgar la propia vida, sólo para recuperar lo que les pertenece legalmente. Especialmente, cuando ese sistema condena a estas penurias a los ciudadanos de a pie, que son los que menos pueden defenderse, mientras privilegia y facilita la evasión a las elites que tienen espaldas suficientes para campear las crisis.

 

La explosión en el puerto de Beirut de 2020 es una metáfora perfecta: eran gente de pueblo los doscientos que murieron por ese desastre evitable. Mientras que los empresarios y los funcionarios responsables del siniestro, miembros de la elite, hasta el momento gozan de una escandalosa impunidad.

 

Ladrones.

 

El pueblo libanés tiene bien en claro quiénes son los ladrones en esta historia. Y tienen nombre y apellido. Sin ir más lejos, el presidente del Banco Central del Líbano, Riad Salameh, tiene causas por lavado de dinero en varios países europeos. Y hasta en su propio país es investigado junto a su hermano por malversación de fondos, lavado de dinero y enriquecimiento ilícito.

 

Pero más allá de estos funcionarios corruptos, resulta insoslayable el rol crucial que tienen los bancos en todo este saqueo. No se trata sólo de que parasiten la economía que deberían financiar, con productos "derivados" tóxicos que provocan crisis económicas mundiales como la de 2008. No se trata sólo de que funcionen como emisores informales de dinero, con lo cual tienen un rol -nunca estudiado ni denunciado- en la generación de inflación.

 

Los bancos, en el Líbano y en todo el mundo, tienen un rol crucial en la acentuación de las diferencias económicas entre ricos y pobres.

 

Un estudio recién publicado, obra de dos profesores de la Universidad de Stanford (Chenzi Xu y Jeffrey Reppucci), demuestra que los llamados "programas de premios" que los bancos utilizan como herramienta para promover el consumo de sus productos financieros, terminan beneficiando a sus clientes más afluentes, en perjuicio de los de bajos ingresos.

 

Luego de reunir una enorme cantidad de información financiera, llegaron a la conclusión de que los pasajes de avión y estadías en hotel gratis de los portadores de tarjetas de crédito "premium", se financian con los intereses por recargo y mora que se imponen a los consumidores pobres, que no llegan a cubrir la factura mensual. Como el costo por el uso de las tarjetas de crédito en EEUU supera el 2% del valor de cada compra, los usuarios menos pudientes terminan pagando más, sin recibir ninguno de los beneficios.

 

Una dirigencia inteligente estaría tratando de revertir este proceso. De lo contrario no sería de extrañar que tarde o temprano se encuentren con un caño apuntándoles al entrecejo, como en el Líbano.

 

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