Jueves 28 de marzo 2024

El Sinn Feinn se alzó con el triunfo

Redacción 12/05/2022 - 01.04.hs

¿Serán las elecciones del último domingo un camino hacia la reunificación de Irlanda? Es difícil saberlo hoy pero lo cierto es que significan un cambio no menor en la isla.

 

JOSE ALBARRACIN

 

El domingo pasado hubo elecciones en Irlanda del Norte, que la prensa argentina cubrió con un olímpico silencio. Pero los argentinos haríamos bien en prestar más atención a lo que pasa en Irlanda: cuando las invasiones inglesas en el Río de la Plata, en 1806/1807, los irlandeses ya llevaban siete siglos soportando las incursiones y la colonización británica. De hecho, el Ulster (como se llama al norte de la isla) es a los irlandeses lo que Malvinas a los argentinos, sólo que para ellos la herida parece ser más dolorosa.

 

Belfast.

 

Desde que Irlanda obtuviera su independencia del Reino Unido -tras una cruenta guerra emancipadora- hace exactamente un siglo, un pedazo en el norte de la isla, con capital en Belfast, quedó en manos inglesas. El pretexto, entonces, fue la defensa de la población mayormente anglicana -por oposición al catolicismo que predomina en el resto del país- que no deseaba cortar sus lazos con Londres. La verdad es que, como en el resto del mundo (pregunten si no en Pakistán o en Palestina) la idea era aplicar el "divide y reinarás". Y allí donde los ingleses usaron su lápiz para trazar límites, invariablemente manó la sangre.

 

Curiosamente la población irlandesa pro-Londres se llama a sí misma "unionista" aunque estén de hecho dividiendo a su país. Los que buscan la reunificación se llaman, por contraste, "nacionalistas". Y la verdad es que esa frontera caliente que atraviesa los montes Cuilcagh ha sido causa de violentos conflictos, que hicieron eclosión a principio de los años setenta, en lo que los irlandeses llaman, pintorescamente, "los problemas": un eufemismo para designar una verdadera guerra civil, que se llevó más de 3.500 víctimas.

 

Esa es la Irlanda que conocemos de toda la vida, con la diferencia de que, desde los acuerdos del Viernes Santo, hace 25 años atrás -y, sobre todo, con la prosperidad económica que significó la integración a la Unión Europea- la verde isla de James Joyce, de U2 y de la cerveza Guinness, es un sitio pacífico y acogedor.

 

Brexit.

 

Sin embargo, esa Irlanda de siempre parece estar cambiando, y las elecciones del domingo serían una señal clara en ese sentido. Y es que, por primera vez, el partido Sinn Fein -que nació como brazo político del Ejército de Liberación Irlandés (IRA)- se alzó con la mayoría parlamentaria, y estará en condiciones de formar gobierno, o algo por el estilo (la autonomía del Ulster es ciertamente limitada).

 

El triunfo no ha sido espectacular, como suele ocurrir en los sistemas parlamentarios: sobre 90 escaños, los vencedores se alzaron con 27, pero su principal oposición tendrá 24. Como quiera, el hecho se siente como un cataclismo político, y refleja la desmoralización de los "unionistas" luego de que -como a nuestros kelpers- el Brexit los dejara como al pintor del cuento, colgados del pincel y sin la escalera bajo los pies.

 

No es ningún secreto que el plebiscito que hace seis años atrás decidió la salida de la Unión Europea, fue obra de la Inglaterra rural y conservadora, pero fue resistido por los otros miembros del Reino Unido: Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Ahora, en Belfast se están comenzando a sentir los efectos económicos, ya que les toca compartir territorio con un país que continúa, feliz y prósperamente, en la UE.

 

De hecho, la situación de Irlanda del Norte fue uno de los puntos más delicados de las negociaciones con Bruselas para el divorcio con Londres. La solución a la que arribaron implica una virtual frontera en el Mar de Irlanda, y se traduce en carestía y desabastecimiento de productos básicos: si los propios ingleses han comenzado a saltearse comidas, qué les esperará a sus primos de la isla vecina.

 

Unidad.

 

Sin embargo, y como diría Jorge Drexler, la vida es más compleja de lo que parece. Lejos del conflicto binario que atravesó todo el siglo pasado, Irlanda parece encaminarse a una vida política donde la religión y hasta el propio patriotismo ceden paso a otras consideraciones. Sin ir más lejos, la cuestión de la unificación irlandesa -credo principal del Sinn Fein- estuvo notoriamente ausente en los discursos de campaña.

 

Michelle O'Neill, la líder de ese partido, interpretó la jornada del domingo como "una oportunidad para reimaginar las relaciones en nuestra sociedad, sobre la base de la justicia, de la igualdad y de la justicia social".

 

Y es que el globalismo que vino de la mano de la UE ha producido cambios demográficos -la población anglicana ha decrecido en el Ulster-, pero también han habido cambios ideológicos, y una tendencia al secularismo religioso. De otro modo no se explica que un país nominalmente católico haya aprobado el aborto legal, el matrimonio igualitario, y haya consagrado a una persona abiertamente gay (Leo Varadkar) como primer ministro.

 

Quien sabe, a lo mejor el domingo fue un hito en el camino hacia la reunificación de Irlanda. Pero, tal parece, será un camino sin sangre, suave y placentero como las verdes colinas, o como ese brebaje negro de blanca espuma, que según dicen, sólo en los pubs de Dublin saben tirar como corresponde.

 

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