Jueves 22 de mayo 2025

Elogio de la tristeza

Redacción 18/08/2024 - 18.49.hs

En 2002, cuando su sensacional éxito con "Hable con ella", Pedro Almodóvar abrió para el mundo una ventana a su proceso creativo. Lo hizo al editar no ya una película, sino un disco, titulado "¡Viva la tristeza!" en el que reunía un puñado de canciones que solía escuchar mientras escribía sus guiones, que "me acompaña sin distraerme, que acentúa mi concentración y la enriquece". Para él, ese clima musical que le "llenaba el corazón de tristeza y delicia" era el estado ideal para la creación.

 

Emoción.

 

Lo que aparecía como una extravagancia propia de un artista sensible, la exposición de estos sentimientos íntimos, era en realidad parte de un proceso más general y revolucionario, que fue el comienzo del estudio de las emociones sobre bases y métodos científicos. Durante milenios (al menos, desde Platón) el pensamiento occidental imaginaba a la razón y los sentimientos como opuestos, donde la primera era fría, sutil, sofisticada, y los segundos eran primitivos, impulsivos, caóticos. En palabras del gran iniciador de este fenómeno, el portugués António Damásio, en su seminal libro "El error de Descartes", claramente no es "pienso, luego existo", sino exactamente al revés.

 

El volumen de investigación científica que vino a destruir esta dualidad absurda es abrumador, y sin embargo, las instituciones educativas, los medios, los negocios y la política todavía no se han hecho cargo. Los sistemas económicos en particular -y véase si no la actual dirección de la política nacional- se basan en el falso concepto de que los actores económicos son fríos, calculadores, y después no saben explicar cómo es que los mercados explotan en burbujas multicolores.

 

Olvidan que los humanos también somos un cuerpo que reacciona a los estímulos exteriores, y que a través de ese "segundo cerebro" que son nuestras tripas, se regula el ritmo de nuestro corazón, nuestros pulmones, nuestros órganos, predisponiendo al intelecto en la toma de decisiones: son las emociones las que guían nuestro pensamiento, y no al revés.

 

Descartes.

 

La indignación nos predispone a considerar la injusticia. El asombro nos hace percibir nuestra pequeñez, y nos amiga con nuestros semejantes. La euforia nos lleva a correr riesgos. La felicidad nos hace creativos y flexibles. El miedo nos pone en alerta y en foco. La ansiedad nos pone pesimistas, y la tristeza -la de Almodóvar- mejora nuestra memoria, nuestra equidad a la hora de hacer juicios, nuestra capacidad de comunicarnos claramente, nuestra atención y empatía.

 

En otras palabras, tal parece que no es que nuestras percepciones (lo que vemos, oímos, etcétera) determinan nuestro estado de ánimo: es al revés, nuestras emociones condicionan el modo en que percibimos la realidad. Por eso parece tan pertinente insistir en la necesidad de no propagar discursos de odio, porque si nuestros dirigentes abrazan ese sentimiento, no puede haber equidad, ni empatía, ni sentido de comunidad, ni progreso alguno.

 

Desde esta perspectiva, parece ser que la ideología de los políticos tiene una influencia relativa, y que muchas veces las decisiones que nos arruinan la vida podrían ser el producto de "un mal día" no detectado ni advertido a tiempo.

 

Palito.

 

Lamentablemente, hoy por hoy el discurso sobre los sentimientos aparece monopolizado por la felicidad, ja, ja, ja, ja (Palito Ortega dixit). Y no es de extrañar: es la única palabra referida al mundo de los sentimientos que aparece en la constitución de los EEUU, que les asegura a sus ciudadanos el derecho a "la búsqueda de la felicidad". El problema es que esa misma constitución también garantiza a rajatablas el derecho a portar armas, incluido el de achurar presidentes. Para la conexión entre ambos derechos, baste como ejemplo "La felicidad es un revólver caliente" de Los Beatles.

 

Hoy la felicidad es un mandato. En Bután -país influyente si los hay- hasta han creado un Ministerio de la Felicidad, una especie de Tribunal de Cuentas al que todos los otros ministerios deben reportar cómo afectan al bienestar general con sus medidas. Las Naciones Unidas publican un ranking anual de los países más felices, donde casi siempre ganan los escandinavos, siempre primeros también en las estadísticas de suicidios. Estamos tan obsesionados por la felicidad que nuestro fracaso en conseguirla nos vuelve ansiosos y depresivos.

 

¿No sería mejor entonces, comenzar a aceptar, a acariciar la tristeza, esa bruma temporaria que nos asalta a veces, sin que sepamos bien de dónde viene? ¿No es ese el sentimiento detrás de varias de las máximas obras del arte humano, como la "Patética" de Chaikowsky, o "La Metamorfosis" de Kafka?

 

Está visto que un bajón ocasional nos sirve en nuestro proceso adaptativo, para lidiar mejor con las dificultades cotidianas. A veces viene acompañado de la nostalgia, ese estado agridulce que nos lleva a evocar el pasado, y que nos sirve para situarnos de cara al futuro. Los estudios demuestran que la tristeza sirve para mejorar la empatía, la compasión, el sentido de conexión con los otros, la sensibilidad moral y artística.

 

Y además, como señal de alarma, la tristeza nos pone en un estado de alerta y de atención al detalle que la alegría difícilmente logra. Mejora nuestra memoria, nos lleva a análisis más claros y justos, nos sirve de motivación para la perseverancia, mejora nuestras habilidades de comunicación y persuasión.

 

Hoy es domingo y está nublado. Es una oportunidad para escuchar al clima y dejarse llevar. Como decía Gustavo Cerati: poner canciones tristes para sentirse mejor.

 

PETRONIO

 

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