Volver a representar
En el proceso de construcción de un proyecto político nacional “que nos vuelva a representar”, el justicialismo debe sostener sus banderas identitarias, pero también acusar recibo de sus desaciertos.
SILVIO ARIAS *
Tras el anuncio de su candidatura a la Legislatura bonaerense, la actual presidenta del Partido Justicialista Nacional Cristina Fernández de Kirchner llamó a la militancia y dirigentes a “volver a representar” al pueblo y sus intereses, en el contexto de un clima político, social y económico violento, empobrecedor y anárquico.
La profesión política tiene la característica de avizorar escenarios superadores y posibles, darle un sentido a la vida, aprender de los errores cometidos para no repetirlos e implementar nuevas formas de acción y pensamiento, en una búsqueda constante por alcanzar el bien común. En ese plano, el justicialismo argentino orbita la vida pública del país desde 1946, con aciertos y errores, pero jamás indiferente a sus avatares. La originalidad de su propuesta, simple, práctica, popular y humanista al decir de su creador, ha ido mutando conforme la impronta de los tiempos y sus propios ejecutores.
A mediados del siglo XX, el“peronismo de Perón” embanderado en la búsqueda de la justicia social, asumió la representación casi exclusiva del sector trabajador argentino, largamente sometido por los poderosos de siempre. Paralelamente existieron otras formas políticas que se habían arrogado tal misión, sin embargo ninguna como el justicialismo para implementar leyes que le dieran dignidad al principal eslabón del engranaje social, político y productivo nacional; enfrentando con fuerza y contundencia a esos mismos poderes que hoy -desde el liberalismo más ortodoxo- siguen obstaculizando el porvenir de las y los argentinos.
Avances y retrocesos.
Con avances y retrocesos, ese peronismo fundacional tuvo una visión desde la Argentina para la Argentina y desde ella misma para el mundo; de sus problemas, potencialidades y desafíos. Actuó en consecuencia y supo manejar el poder, hasta volverse imprescindible en la vida política del país, reivindicado todas las veces por el voto popular, pero también proscripto por el autoritarismo feroz de quienes intentaron su desaparición. Ochenta años después, nada cambió.
Hoy, el justicialismo del siglo XXI que representaron Néstor y Cristina transita nuevos desafíos. La dos veces presidenta y una vez vicepresidenta de la Nación lo sabe perfectamente y por ello reclama un proyecto político que nos vuelva a “representar”, a darnos sentido, Patria, identidad, arraigo, pertenencia; un nuevo proyecto nacional capaz de reordenar el funcionamiento de los diferentes actores participantes en la vida pública, reestableciendo prioridades y promoviendo mejores desempeños personales.
Deberá hacerse realidad el tradicional apotegma doctrinario de “primero la Patria, luego el movimiento y por último los hombres”. De lo contrario, volveremos a caer en la ceguera acostumbrada del personalismo obtuso que emana de los “egos y ambiciones mal colocados”, artífices de la destrucción colectiva.
Resulta insultante y amoral que en un país tremendamente rico como la Argentina, un niño o un anciano pasen hambre, que una familia trabajadora no pueda cubrir sus necesidades básicas, víctimas de una dirigencia soberbia y egoísta incapaz de ver más allá de sus propios intereses, inútiles para avizorar soluciones ante semejante tragedia social.
Si podemos mandar satélites al espacio, también podremos evitarle la indignidad de la limosna a nuestros sectores más vulnerables de la sociedad. Si Eva Perón pudo hacerlo a mediados del siglo pasado, hoy también podemos hacerlo, con mayores recursos y efectividad. Porque no faltan herramientas materiales y humanas para revertir lo expuesto, lo que sobran son caraduras e insensibles en lugares de decisión donde “no funcionan” como servidores públicos.
En estos cuarenta años de democracia hemos aprendido que ningún partido político necesita de liderazgos “venerables e incuestionables”, cuasi monárquicos. Los personalismos, característicos en sistemas presidencialistas como el nuestro, dañan al país por su visión acotada y antidemocrática. Los obsecuentes acríticos y alcahuetes de ocasión, siempre a la sombra de quienes dicen defender, le han hecho un flaco favor al desempeño adecuado de infinidad de gestiones y destinos políticos personales.
La autoridad política se ejerce con serenidad y sabiduría, sin estridencias decorativas. El pueblo debe ser escuchado y convocado por sus representantes en dicho ejercicio de poder. Solo de esa manera será legitimado diariamente por éste. Está comprobado que las vanidades personales no colaboran con el servicio público, más bien lo confunden y desvían de su propósito central: escuchar, prever, solucionar, crear, amparar, desarrollar, esperanzar…
Algunas prioridades.
Perón creó una expresión política que venía a representar los intereses del sector trabajador argentino, sin conflictos de clase y al amparo de un Estado justo, libre y soberano. La dignidad que crea el trabajo en los hombres debe volver a ser prioritaria. Debe rescatarse el concepto de ayuda social como la atención urgente en situaciones urgentes, no como la continuidad paternalista de un Estado subsidiario que prolonga la situación del que sufre, sino la de aquel que lo libera con herramientas para su emancipación y dignidad personal.
El justicialismo, con su tradicional capacidad transformadora en beneficio de todos, es el indicado para implementar ese nuevo “capitalismo humanizado” que se reclama en muchas partes del mundo. De su mano, es posible retomar una política pensada en el hombre y su medioambiente. Una política capaz de redistribuir ingresos y oportunidades, de impronta moderada e inteligente, evitando los extremos ideológicos que tanto han dañado a nuestro sistema democrático.
En un mundo dolorosamente injusto, donde habitamos más de seis mil millones de personas y sólo ciento cincuenta mil lo administran perversamente, acaparando riquezas obscenas mientras otros tantos millones mueren de hambre, violencia y privaciones, la mirada justicialista se vuelve imprescindible para desandar un camino superador que reconcilie realidades hoy opuestas, entre representantes y representados, porque hay que decirlo: la crisis es política y moral, con una consecuencia económica.
Debemos volver a la esencia misma de la política que deseamos: un servicio público eficaz, empático, equitativo, liberador de conciencias y artífice de un destino común sin exclusiones de ninguna índole. Ya lo hicimos, podemos volver hacerlo.
* Profesor en Ciencia Política. Afiliado y militante del PJ de La Pampa.
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