Lunes 22 de abril 2024

Las cartas de María

Redacción 12/02/2023 - 08.46.hs

Esta semana se publicó el hallazgo de un conjunto de documentos históricos extraordinarios: las cartas, escritas en código, que enviara María, Reina de Escocia, al embajador francés en Londres, Michel de Castelnau, durante los 19 años que pasó como prisionera de su prima, la Reina Isabel I de Inglaterra. Los documentos llevaban siglos juntando polvo en la Biblioteca Nacional de Francia, catalogados como "textos italianos", hasta que un grupo de descifradores de códigos (un pianista alemán, un programador israelí y un físico japonés) lograron descifrarlos y develaron la dramática correspondencia escrita en francés.

 

Mary.

 

Mary Stuart se convirtió en reina de Escocia con apenas 6 días de edad, al morir su padre. Bisnieta de Enrique VII, tenía también títulos suficientes para reclamar el trono de Inglaterra. Pasó su infancia y adolescencia en la corte francesa, con la que tenía afinidad por ser católica -a diferencia de sus parientes ingleses, protestantes- y por su talento artístico: tocaba el laud, dominaba la equitación, la cetrería, la costura, la poesía y la elocuencia en varios idiomas que incluían no sólo su "scot" nativo, sino también el inglés, el francés, el latín y el español. Con 1,80 de estatura, y una belleza singular, jamás pasó desapercibida, y por siglos, hasta el día de hoy, su trágica existencia ha generado la fascinación de historiadores y dramaturgos.

 

Claro está, cuando se habla de "prisión" en su caso habría que hacer algunas salvedades. No era libre de irse, pero moró en distintos castillos ingleses, rodeada de un séquito de al menos 16 sirvientes, hasta que fue condenada a muerte, acusada de traición por complotar para asesinar a su prima Isabel.

 

Al parecer dominaba también las artes de la abogacía, ya que su defensa en el juicio fue más que competente: protestó porque se le había negado la facultad de revisar las pruebas en su contra, la de consultar a un abogado, la de acceder a sus papeles personales, y además, en su condición de extranjera, al no ser súbdita de Inglaterra, mal podía acusársela de "traición".

 

Peluca.

 

De más está decir que por aquellos años todo este arsenal de argumentos constitucionales tenía el valor de un papel de cuete. Fue condenada a morir decapitada, sentencia que se ejecutó en el castillo de Fotheringay, hace exactamente 436 años.

 

Se dice que la prima Isabel dudó en hacer cumplir esa sentencia, porque lo de ejecutar a una reina podía generar un precedente peligroso para ella. Se dice que tampoco los verdugos estaban muy convencidos, al punto que le pidieron perdón antes de achurarla (ella se los concedió, graciosamente, porque iban a "poner fin a su sufrimiento").

 

Lamentablemente la ejecución no fue lo que se dice eficiente. El primer hachazo no dio en el cuello, sino en la nuca, y fueron menester otros dos intentos para separar la cabeza del cuerpo. Para colmo, cuando el verdugo levantó la cabeza por los pelos para exhibirla -según se estila en estos casos- la cabeza terminó rodando por el piso, ya que María usaba peluca.

 

Este grotesco final dio pie para un sketch de los inefables Monty Python, titulado "La muerte de María, Reina de Escocia", que como buena parte del humor de este colectivo de humoristas británico -disponible en Netflix- no soporta el actual filtro de la corrección política.

 

Tesoro.

 

Así que los franceses tenían guardado un verdadero tesoro en sus archivos, y ni siquiera sabían que estaba escrito en francés. Hizo falta el tesón de este equipo de entusiastas, George Lasry, Norbert Biermann y Satoshi Tomokiyo, que le dedicaron su tiempo libre a esta empresa, para que el mundo pudiera escuchar la voz de María desde su cautiverio.

 

Las cartas le expresan su gratitud al diplomático francés, y dan cuenta de sus preocupaciones por el estado de su salud, y por el fracaso de sus gestiones para obtener la libertad, pero sobre todo, el dolor por estar separada de su hijo James, quien por entonces ya estaba sentado en el trono escocés, convertido al protestantismo.

 

Las casi 50.000 palabras estaban ocultas en un código complejo, que incluía unos 200 símbolos diferentes. Al principio el equipo ignoraba no sólo el contenido, sino también la autoría. Primero descubrieron que era una mujer la que escribía, y que tenía un hijo. Luego supieron que estuvo presa durante más de una década. Pero cuando apareció el apellido Walsingham (el jefe de espías de Isabel I) no les cupieron más dudas de que la epistolante no podía ser otra que la prisionera escocesa.

 

Revisando someramente su trágica vida, y su espantosa muerte, uno no puede menos que desdeñar a los actuales miembros de la monarquía, que se quejan amargamente cuando un papparazzi los fotografía desde cerca, o un diario les publica alguna intimidad comprometedora. Crezcan, muchachos. Realeza trágica, la de antes.

 

FOTO: BBC MUNDO.

 

PETRONIO

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?