Sabado 27 de abril 2024

Los géneros de internet

Redacción 14/01/2024 - 11.19.hs

Esta semana se cumplieron 25 años (¡un cuarto de siglo!) desde que nuestra Cooperativa Popular de Electricidad comenzó a prestar el servicio de acceso a internet. A la generación del milenio le parecerá impensable un mundo en el que no existía esa posibilidad, ni las redes sociales, los teléfonos "inteligentes" o los servicios de "streaming". A los que sí vivimos aquellos años, lo que nos parece impensable es el ingenuo entusiasmo con que abrazamos aquella novedad, que prometía el acceso infinito a la información, el fin de la censura y el perfeccionamiento de la democracia. Quién diría que terminaríamos en un nuevo feudalismo.

 

Estudiar.

 

Pero como este monstruo que hemos creado termina influyendo decididamente en nuestra realidad -transformándola en una ficción al estilo "Los Locos Adams"- evidentemente no cabe otra alternativa que tomar el toro por las astas y tratar de comprender cómo funciona ese mundo virtual. Porque es todo un mundo, con sus contenidos y sus protocolos, sus procedimientos y sus géneros particulares.

 

La palabra "contenido" aquí es clave. Para internet todo entra en esa categoría, desde la Novena Sinfonía de Beethoven hasta el último regatón de moda, desde la pornografía hasta el pensamiento de Lao Tsé. Un poco lo que ocurre con el aparato digestivo humano: uno puede comer un guiso carrero o una lata de caviar beluga, que una vez ingresado a ese tracto, el resultado final siempre será el mismo.

 

Pero este contenido se organiza conforme a unas reglas que se han ido desarrollando, nunca sabremos si por determinación de los algoritmos, de sus creadores o de los propios usuarios, que terminan, también, transformándose en contenido monetizable. Y esas reglas han generado también géneros que son propios del medio, en particular, cuando interviene la reproducción de video.

 

Reacción.

 

Otra palabra clave: reacción. Youtube está plagado de videos donde todo lo que ocurre es eso: una persona reaccionando a determinada noticia, o a determinada obra. Personas de autoridad incomprobable -a nadie se le pide el título universitario para subir videos- excepto por la cantidad de suscriptores del canal, o la cantidad de "me gusta" que se van cosechando.

 

Se trata de un ejercicio bastante banal, y no exento de ficción. Lo que importa no es tanto contra qué se está reaccionando (si es la guerra en Gaza, la muerte de un Premio Nobel o las flatulencias de alguna bataclana) sino la efectividad con que el reaccionante (¿reaccionario?) consigue la identificación del que está mirando.

 

A veces se hace trampita. Como por ejemplo, un joven que anuncia que va a reaccionar a una canción de Los Beatles que, asegura, va a escuchar por primera vez. Todos sabemos que no existe en el mundo nadie que no haya escuchado Los Beatles (de hecho, hasta hicieron una película en la cual se plantea el escenario ficticio de un cataclismo cósmico por el cual todo el mundo olvida a la banda, excepto un joven músico que procede a grabar nuevamente toda su obra, obteniendo así un formidable éxito comercial).

 

Ranking.

 

Otro género ubicuo es el de los rankings, una forma de reacción que promete el ilusorio orden de diez, o veinticinco, o cien cosas valoradas conforme la preferencia de quien arma la lista. Pueden rankearse de peor a mejor (siempre el número uno se reserva para el final) los presidentes de EEUU, las galletitas para la merienda, o los álbumes de rock progresivo británico.

 

El chiste aquí, también, es generar la identificación de quienes acceden al video. Para bien o para mal. La pasión con que se defienden estos feudos, estos nichos culturales, resulta sorprendente. Hay gente dispuesta a matar si el disco "Close to the Edge" de Yes no está al tope de la lista.

 

Pero también están los otros rankings, los inversos, los de las cosas feas, malas, sucias,las cosas que se odian. Porque en internet está plagado de gente que odia cosas, que odia a otra gente. Gente que odia incluso "Close to the Edge", o considera que está sobrevaluado. Otra vez, poco importa el "contenido" que se odie. Lo que vale es la oportunidad de reaccionar con odio, porque así se reafirma la identidad de quien se expresa.

 

No hace mucho tiempo atrás, el odio estaba mal visto. Nadie lo confesaba abiertamente. Siempre había algún subterfugio para ocultarlo, como ocurría también con el racismo, por ejemplo, una forma más del odio y del miedo. Siempre se podía decir "tengo un amigo judío" o "son negros pero de alma".

 

Hoy internet ha legitimado el odio, que parece ser la marca más clara de la identidad. Se ve que cuesta mucho tomar partido en positivo: se invierten muchos más esfuerzos en rechazar lo que sea, el feminismo, las frutas abrillantadas en el pan dulce, o la música de gaitas escocesas.

 

Quien sabe, a lo mejor los algoritmos -esos gusanos invisibles de internet- se alimentan de esa energía negativa.

 

PETRONIO

 

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