Tu nube seca mi río
"Nube" es la denominación con que se conoce a los grandes centros de datos que proveen alojamiento a distintas empresas y organizaciones, como el que, propiedad de Amazon, colapsó esta semana e hizo caer el funcionamiento de bancos y billeteras virtuales.
JOSE ALBARRACIN
En medio del trajín alrededor de los paquetes de salvataje del gobierno norteamericano al su par argentino, la semana pasada se dio a conocer el anuncio, efectuado por el CEO de OpenAI, Sam Altman, de la construcción en la Patagonia argentina de un "mega data center" que se dedicará a la inteligencia artificial, especialidad de esa compañía. La cifra anunciada, si bien palidece en comparación con la capacidad de toma de deuda de los gobiernos argentinos de derecha, no deja de ser llamativa: la inversión prevista es de unos 25 mil millones de dólares. Para ponerla en contexto, durante todo el primer año de vigencia del así llamado RIGI -programa gubernamental para atraer inversiones extranjeras a base de exenciones impositivas- no se llegó a una inversión superior a los 35 mil millones, y en todos los casos, en las áreas de minería y energía, no de la alta tecnología como es este caso.
Empleo.
Se carece de precisiones sobre cuan "mega" será el proyecto. No obstante, puede decirse por la experiencia en otros países que un centro de datos mediano suele producir inicialmente una interesante generación de empleo local, durante la fase inicial de su construcción: se estima que en EEUU, durante este período que puede llegar a dos años, se emplean unos 1.700 operarios, en tanto las compras locales de materiales de construcción pueden superar los 240 millones de dólares.
Sin embargo, cuando el centro entra en operación, la historia es distinta: la dotación de personal local apenas si supera los 150 puestos de trabajo, y habrá que ver si en la zona se cuenta con el personal calificado para realizar las tareas de complejidad que requiere un establecimiento con la tecnología más avanzada.
En un país que viene experimentando un acelerado ascenso en las tasas de desempleo, particularmente en la industria de la construcción, merced a la política oficial de suprimir casi por completo la obra pública, la noticia de este emprendimiento en la desolada Patagonia no puede menos que despertar interés. Aún cuando con ella se persigan intereses no tan altruistas, como por ejemplo, el de contrarrestar la influencia de las inversiones chinas en el área.
Ambiente.
No tan halagüeña resulta, sin embargo, la perspectiva de que se repita en Argentina la experiencia negativa de otros países, en particular, con relación al elevado consumo que estos centros hacen de la energía eléctrica disponible -que estos equipos emplean en cantidades industriales- y en el agua potable, que les resulta necesaria para el enfriamiento de las computadoras (se supone que el clima frío de la Patagonia debería reducir en parte este último consumo).
En la zona de Querétaro, México, la instalación de uno de estos centros ha llevado a cortes de luz y de agua que duran semanas, forzando el cierre de escuelas, complicando la atención médica, y favoreciendo la propagación de enfermedades como la hepatitis y los parásitos intestinales. Y es que el consumo de esa planta equivale al de unos 50.000 hogares mexicanos.
En Irlanda, en tanto, un país que ha basado su despegue económico desde la década de los '90 en la atracción de inversiones de compañías tecnológicas, los centros de data consumen hoy nada menos que un 20% (¡una quinta parte!) de toda la energía que produce el país. Países donde el sistema eléctrico nunca ha sido tan confiable, como Sudáfrica, India, Malasia, y hasta nuestros vecinos Brasil y Chile (donde las protestas obligaron a Google a desistir de un proyecto en zona de acuíferos vulnerables) vienen experimentando un deterioro de este servicio público básico. Cabe preguntarse cuál sería la suerte de Argentina, donde la desinversión de las grandes compañías de distribución eléctrica es proverbial.
Todo este proceso aparece teñido de una notoria falta de transparencia. Y no es sólo OpenAI: También Amazon, Google y Microsoft suelen tercerizar estas operaciones en otras compañías, ocultando su participación, y también falseando los números sobre los recursos naturales que emplean.
Burbuja.
Desde luego, nadie quiere quedarse fuera de esta moda de la "superinteligencia" en la que las grandes compañías están invirtiendo billones de dólares. Sólo este año se espera que gasten unos 375 mil millones de dólares, nada más que en la construcción de "data centers".
Pero si se tiene en cuenta el informe de la Agencia Internacional de Electricidad, que estima que para 2035 los centros de datos consumirán la misma cantidad de energía que la totalidad de la población de India, el país más populoso del mundo, la perspectiva no es tan tentadora.
No por nada han comenzado a surgir ONGs ecologistas dedicadas a prevenir este fenómeno, como "People before profits" ("la gente antes que las ganancias") en Irlanda, o "Tu nube seca mi río" en España. En este caso, "nube" es la denominación con que se conoce a los grandes centros de datos que proveen alojamiento a distintas empresas y organizaciones, como el que, propiedad de Amazon, colapsó esta semana e hizo caer el funcionamiento de bancos y billeteras virtuales.
La ironía es que, en el mediano plazo, se estima que la inteligencia artificial provocará una enorme pérdida de trabajos humanos, con lo que las inversiones de hoy serán los dolores de cabeza del mañana. Eso, claro está, si no se cumplen las proyecciones de economistas cada vez más serios y enfáticos, que anuncian que, a este ritmo de inversiones billonarias, que nunca se recuperarán, la IA explotará como una espectacular burbuja, sobrepasando en mucho sus antecedentes de 2001 con la internet, y de 2008 con la crisis financiera por las hipotecas derivadas.
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