Una gesta olvidada

I. El 20 de noviembre de 1845, tuvo lugar el enfrentamiento de argentinos –civiles y soldados— con fuerzas anglo-francesas, conocido como la Vuelta de Obligado, cerca de la actual ciudad de San Pedro. En recuerdo de aquel combate la fecha se conmemora como Día de la Soberanía, aunque parecería que una suerte de inercia histórica (y política) ha disminuido la trascendencia del hecho. Pueden presumirse varias razones.

 

En principio que al momento del combate Juan Manuel de Rosas era el responsable de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina y ya se sabe que la historiografía tradicional, de corte liberal, tiene muy escasa simpatía para con don Juan Manuel que, reconozcámoslo, tiene mucha tela para cortar en cuanto a los años de su dictadura.

 

De allí que este acto no comparta la trascendencia que suele adjudicársele a otros y que, sin embargo, merece. Fue una lucha por la soberanía contra una fuerza militar muy superior a la de los locales, contra las que por entonces eran las dos principales potencias del mundo. El motivo del conflicto era el habitual en las guerras, aunque disimulado con otros mantos: la economía. Traer artículos manufacturados, producidos por las fábricas europeas, que estaban en plena revolución industrial, y llevarse materia prima a bajo costo. Era un pingüe negocio y justificaba que –como dice la hermosa canción de Miguel Brascó— vinieran “cuarenta buques mercantes y veinte de guerra”. Pero para eso había que contar con la libre navegación de los grandes ríos, el Paraná especialmente, que abrían las puertas al litoral argentino y también a Bolivia, Paraguay y el sur brasileño. Para el país se imponía defender esos vitales ríos interiores.

 

II. Es sabida la ingeniosa y heroica resistencia del general Mansilla, que bloqueó el río con cadenas —posteriormente cortadas por los gringos— mientras duró el cañoneo. Pero lo que la historia que nos enseñaron suele comentar ligera y sospechosamente es que, poco tiempo después de la remontada del Paraná, la flota anglo francesa recibió una paliza al llegar a la Angostura del Quebracho, en territorio santafesino.

 

Y tanta que la expedición terminó en un fiasco, con varios barcos mercantes sin vender su carga y el gobierno inglés disculpándose, saludando la bandera nacional con 21 cañonazos, desocupando las zonas invadidas y devolviendo una nave incautada. Es sugestivo que el recuerdo sea para la Vuelta de Obligado, una defensa heroica pero derrotada, y escaso para el triunfo en Angostura del Quebracho.

 

Es que la historia suele repetirse. Durante muchos años –hasta la actualidad— una casta intelectual y política se apoderó de hecho del río Paraná y sus puertos, ahora base para las grandes exportaciones cerealeras del país y, previendo la futura constitución de una hidrovía de dimensiones continentales, se aferra al manejo del río, tanto en sus atracaderos como en el dragado que –desde luego— pagamos todos los argentinos. Por supuesto, con la habilidad y el sigilo que los caracteriza, mantienen disimuladamente sus hombres en puestos claves del Estado, ciertamente disimulados pero listos para favorecer (en buena parte ya lo han hecho) a las corporaciones a las que en definitiva sirven.

 

III. Por esas y otras razones parecidas es que, tanto a nivel gubernamental como educacional, los combates de la Vuelta de Obligado y la Angostura del Quebracho han perdido la significación que deberían tener, lo mismo que el recuerdo del heroico general Lucio Mansilla. Sirva como ejemplo la acción de la última dictadura, que eliminara el Día de la Soberanía, posteriormente repuesto.

 

Para el historiador Gustavo Battistoni aquellas jornadas son “la clave para entender el acontecimiento soberano más importante de nuestra historia”. Para Raúl Scalabrini Ortiz disminuir la trascendencia de aquellos actos constituye “la sabia organización de la ignorancia, cuando todo un aparato cultural y pedagógico escamotea los centros de gravitación que mueven conciencia”.

 

Foto: argentina.gob.ar