Sabado 24 de mayo 2025

EL HAIKU: La voz del silencio

Redacción 30/03/2011 - 04.25.hs
¿Se pueden escribir poemas de sólo diecisiete sílabas; es decir, que posean no más de una docena de palabras? Para un occidental que no conozca la tradición japonesa del haiku es una pregunta difícil.

Silencio; desconfianza en el discurso; plena conciencia del instante presente: tres columnas capitales de la arquitectura del Zen se estampan en el documento de identidad del haiku. La conclusión no puede ser otra: sólo en el Japón, país en donde aquella versión del budismo alcanzó su cumbre, pudo nacer esta tradición poética impar. Roland Barthes -obvio- lo dijo mejor: "el haiku no es más que la rama literaria del Zen".
No conozco expresión literaria más concisa, más despojada, más alejada de la retórica. Un haiku es un poema que tiene, apenas, diecisiete sílabas, dispuestas en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas cada uno. Tan escaso de palabras es, que el inglés R.H. Blyth, uno de los occidentales que más aportó a su estudio, lo definió como "una mera nada inolvidablemente significativa"; y el español Vicente Haya como "una impresión natural que se hace poesía". En su drástica economía de vocablos el haiku es más lo que calla que lo que dice, lo que sugiere que lo que nombra. Es, podría decirse, la voz del silencio. A la manera de un maestro del Zen.
Sin embargo ese rígido molde silábico que ordena la tradición puede ser transgredido; discretamente por los clásicos, con audacia por sus sucesores. Por otra parte, la traducción suele verse obligada al sacrificio de la forma en beneficio del fondo. Matsuo Basho, el primer patriarca de una larga estirpe de poetas del haiku, seguramente pensando en el problema, señaló: "No sigas la senda de los antiguos, busca lo que ellos buscaron".

 

Los cuatro.
Por lo general hay coincidencia en que los "cuatro grandes" del haiku son el ya mencionado Matsuo Basho (1644-1694), Yosa Buson (1716-1783), Kobayashi Issa (1762-1826) y Masaoka Shiki (1867-1902). Claro que hay centenares de otros grandes poetas y las discusiones sobre sus valores estuvieron y están siempre sobre la mesa. A pesar de que para algunos aguafiestas el haiku es una forma literaria anticuada y perimida, el siglo XX alumbró poetas excepcionales entre los que se destacan Taneda Santoka, Seisensui, Jekigodo y Bosha entre muchos otros. Además, las publicaciones y los concursos que se realizan en todo el mundo dan cuenta de que el género continúa vigente y ha alcanzado gran difusión en occidente.

 

Poesía del camino.
En los comienzos, muchos de los "haijines", o poetas del haiku, fueron caminantes que vivían en la pobreza, que mendigaban su ración diaria de alimento, que llevaban en su raída bolsa apenas una escudilla para la comida, papel de arroz y tinta china. Algunos eran exquisitos calígrafos. Y todos, o casi todos, practicantes del budismo Zen. Eran poetas de los márgenes en un Japón rígidamente jerarquizado, brutalmente gobernado por castas militares y por convenciones sociales estereotipadas que ordenaban reprimir los sentimientos y sobreactuar hasta la extravagancia las reglas de cortesía. Esta escritura apareció como una suerte de rebeldía de solitarios que se lanzaban al camino y se sentían -como propone el Zen- en íntima comunión con la naturaleza, con el universo. Vivir al día, plenamente el momento presente sin preocuparse por el mañana -otro mandato del Zen- sostenía la vida de estos poetas del camino. Basho esculpió esta definición: "haiku es lo que está ocurriendo en este momento y en este lugar". Por eso escribió así su celebrado poema (que inspiró a Cortázar el título de uno de sus libros):

 

Este sendero
ya nadie lo recorre,
salvo el crepúsculo.

 

Un haiku de Buson:

 

Oigo la nieve
rompiendo los bambúes.
La noche, negra.

 

Uno de Ryoto:

 

No hablan palabras
el anfitrión, el huésped
y el crisantemo.

 

Explicar es repetir.
Poesía del instante pleno. Austera. Viril. Despojada de quejas, de lamentos. Sin metáforas ni expresiones grandilocuentes o meramente ingeniosas. "El haijin no es un fabricante de belleza, sino un cronista de asombros", dice uno de los estudiosos occidentales del género. En tanto Barthes advierte que "describir o explicar un haiku es repetirlo". Para el francés, el haiku desbarata la noción de sentido. Su ascesis, su brevedad nos hace olvidar del sentido que humedece todo el discurso clásico occidental. Es, en cambio, intento de atrapar el instante, lo que está ocurriendo aquí y ahora. Sin retórica, el haiku sólo nombra lo que está sucediendo, lo que descubre la pupila atenta del haijin, lo que siente en un breve segundo del día, corriente para el profano, único para el poeta. "Cada momento del día es un haiku", dice Basho, y completa, "podría escribir tantos haikus como granos de arena tiene la playa".
Además de su notoria parquedad, de su ascetismo verbal, no hay en el haiku un sujeto "a la europea", antropocéntrico, ensimismado en el "yo" cartesiano. Hay, en cambio, un sentirse molécula de la totalidad del mundo, de la riqueza y la variedad del universo, a tono con el Zen, esa "metafísica sin sujeto y sin dios". Hay un buscar ser parte de la danza de la vida, pagando sus consecuencias: el camino es áspero, el invierno es crudo, se pasa hambre, vivir a la intemperie es una experiencia que lleva al límite. Por eso, para los primeros haijines, el haiku no es literatura; es la vida misma. Por eso, en los siglos más recientes se cuestionará la práctica de un haiku "literario", que nace de la inspiración de un escritor y no de la experiencia directa, vital, del contacto con el mundo. "Inventar" un haiku es visto como una deserción, un abandono de la vía, un refinamiento indigno del género. Al haiku hay que vivirlo; no es obra de literatos de escritorio sino de hombres que pisan el barro del camino, se mojan con la lluvia, tiritan con la nieve, mendigan alimento o cobijo y, cada tanto y para mitigar la rudeza de ese destino, se emborrachan con sake -la bebida alcohólica elaborada con arroz- porque no son santos sino hombres.
Santoka, ante la indiferencia de las puertas cerradas a su clamor por un puñado de arroz, sólo dice:

 

Ya no hay más casas
en las que mendigar, solamente...
nubes en la montaña.

 

O también:

 

La luz de la luna
penetra hasta el fondo
de mi estómago hambriento.

 

Issa:

 

En la luna de invierno
un ciego pide ayuda,
inútilmente.

 

Otro haiku de Issa:

 

Sigo vivo otro día
en mi pequeño antro
de neblina.

 

Buson:

 

Apurando la cena
con la luz del vecino,
mascando frío.

 

Taigi:

 

¡Miren las luciérnagas!
quisiera decir,
pero estoy solo.

 

Shiki:

 

Diez años
de estudiante pobre (me lo dice
esta hilacha de manta)

 

Elogio del presente.
El haijin mira y participa discretamente del mundo. Por eso el carácter despojado, la ausencia de sentimentalismo y de autocompasión. El hombre del haiku no se siente el "rey de la creación". En las antípodas geográficas y literarias de la tradición occidental, no hay mucho espacio en el bagaje de estos poetas para el lamento amoroso, para las penas del corazón. Dice Octavio Paz: "El haiku no sólo es poesía escrita, sino poesía vivida, experiencia poética recreada. Con inmensa cortesía, Basho no nos dice todo: se limita a entregarnos unos cuantos elementos, los suficientes para encender la chispa. Es una invitación al viaje, un viaje que debemos hacer con nuestras propias piernas. Pues como él mismo dice: 'No duermas dos veces en el mismo sitio; desea siempre una estera que no hayas calentado aún'".
El haiku, entonces, como elogio del presente, como eco de la máxima de Basho: lo que pasa aquí y ahora; por eso escribe:

 

A la intemperie
se va infiltrando el viento
hasta mi alma.

 

Shiki:

 

Fue darme vuelta
y el hombre que cruzaba
se hizo niebla.

 

Ranko:

 

Sólo se escucha
caer camelias blancas.
Noche de luna.

 

Buson:

 

¿Lo de hoy?
Caminar en primavera...
y poco más.

 

Shohaku:

 

Silencio de una hoja
de castaño cayendo
al manantial.

 

Chora:

 

Dos pequeños mendigos
entonan su ruego
con idéntica voz.

 

Kyorai:

 

Hojas que caen
sobre otras hojas.
Gotas que caen sobre gotas.

 

Ryokan:

 

Ya mendigué la magra
comida de mañana.
Me ocupo ahora de la brisa de la tarde.

 

Etsujin:

 

Al llegarte la hora,
¡qué serena te mueres,
amapola!

 

Sigue Etsujin:

 

Se va otro año
(que mis padres no vean
que peino canas).

 

Teika:

 

Va persiguiendo
pétalos de cerezo,
la tempestad.

 

Ryookan:

 

Sólo una cosa
ha dejado el ladrón:
la luna en la ventana.

 

San'in:

 

Me acompañaba
a prudente distancia,
el espantapájaros.

 

La traducción.
Aclaración imprescindible: La traducción afecta la métrica que, podemos decir al paso, en el español sigue la normativa de la literatura de nuestra lengua para las palabras agudas, graves y esdrújulas. Las líneas de cinco, siete y cinco sílabas del japonés original no siempre pueden "acomodarse" en la traducción al español. Hay razones lingüísticas: los vocablos más cortos y polisémicos del idioma nipón no tienen exacta correlación en el castellano. La ausencia de cesuras métricas en algunos autores también pone piedras en la tarea. A pesar de esas dificultades hay notables traducciones que desafían aquella sentencia demoledora y frustrante de Robert Frost: "Poesía es aquello que se pierde al traducir".
En su excelente -y breve, digámoslo también- ensayo sobre el haiku, Roland Barthes advierte que esta forma poética "tiene la propiedad un tanto quimérica de permitir que cualquiera imagine poder producir uno fácilmente". Esa presunta "facilidad" que parte de considerarlo como un refrán -una coplilla andaluza, dirá un estudioso español- parece otorgar patente de "haijin" a cualquiera. Nada más lejos de la verdad.

 

El kigo.
No pocos autores han advertido la analogía entre el haiku y la fotografía: un instante del presente atrapado por los sentidos alertas del artista. Ese retrato del instante, sucede en un lugar y en un momento precisos, por donde transita el haijin su vida trashumante. El poeta del haiku se sumerge en la totalidad espacial del universo y también en la dimensión temporal. Y es el "kigo" la herramienta de la que se vale para concertar esa hermandad. La tradición ordena que las estaciones del año estén presentes en el haiku. Los ejemplos son interminables y en ellos abundan las referencias directas con la mención explícita de las estaciones y, también, las indirectas: las flores del cerezo, la lluvia o el barro aluden a la primavera; la nieve, el frío o el hielo al invierno; los mosquitos y el canto de las ranas al verano. La evolución del género desjerarquizó esta exigencia y, con el paso del tiempo, los poetas fueron tomando licencias que flexibilizaron el mandato. Sin embargo, todavía Shiki, en los inicios del siglo XX, puede escribir así su experiencia nocturna como periodista.

 

Solo en el diario
y afuera
llueve en mayo

 

Basho:

 

Se va la primavera,
lloran las aves y son lágrimas
los ojos de los peces.

 

Buson:

 

Suena la sierra
en la noche glacial,
suena a pobreza.

 

Taigui:

 

Esta mañana
la basura es
flores del cerezo.

 

Yaba:

 

Se van las voces
pasada medianoche,
se queda el frío.

 

Hashin:

 

No hay cielo ni tierra,
sólo nieve que cae
eternamente.

 

Origen y temas.
El origen del haiku hay que rastrearlo en dos formas poéticas precedentes: el "tanka" -breve poema de 31 sílabas- y el "renga" o poema encadenado, mucho más largo, que se desarrollan en los albores del milenio pasado. Ambos comienzan con un terceto de cinco, siete y cinco sílabas denominado "hokku" que, con el tiempo, alcanzó autonomía como un género independiente: el haiku, nombre con el que fue bautizado recién en el siglo XIX por Shiki. Los poetas comenzaron a escribir en ese formato mínimo de diecisiete sílabas sus poemas con un carácter menos "literario" y más vital, menos retórico y más existencial. La forma maduró notablemente en el siglo XVII con quien es considerado el padre del genero, Matsuo Basho.
En cuanto al contenido del haiku puede decirse que la temática predominante es la del vínculo que teje el poeta con su medio: natural o urbano, y todas las ramificaciones posibles: la intemperie (el rigor o la bonanza de las estaciones), el viaje, la soledad, las cavilaciones... Muy pocas veces los sentimientos. Una suerte de pudor parece embargar al haijin que lo hace evitar, siempre que puede, este territorio que siente ajeno a la materia de su potencia creadora, su poiesis.

 

Basho:

 

Isla de Sado ante mí,
entre el mar turbulento
y la Galaxia.

 

Seisensui:

 

Un cielo azul,
con una línea de humo
del que vive en el monte.

 

Issekiro:

 

Mientras lo corto,
veo que el árbol tiene
serenidad.

 

Aro:

 

Leve es la primavera,
sólo un viento que va
de árbol en árbol.

 

Bosha:

 

Nubes en cirro,
y todo lo demás
aquí en la tierra.

 

Ransetsu:

 

Con qué ternura
abraza las muñecas
la casada estéril.

 

Onitsura:

 

Abre el oído,
somételo al silencio
de las flores.

 

Moritake

 

¿Es una flor caída
la que vuelve a su rama?
¡No! Una mariposa.

 

Kyoshi

 

¿No hay aún
un cierto no sé qué
en el crisantemo marchito?

 

Occidente oxida.
Existen numerosos estudios de autores europeos y americanos sobre el haiku que terminaron por otorgarle al género un notable prestigio universal. Sin embargo, no han podido evitar que cundiera una suerte de banalización. En occidente, donde el mercado desarrolló la capacidad de atrapar en su red y distorsionar cualquier creación cultural genuina, el haiku ha sufrido las vicisitudes de todo producto "raro" y "exótico" del "lejano oriente". Terminó siendo pasto de editores inescrupulosos, escritores superficiales y mercaderes ávidos.
Hoy se pueden ver pretendidos "haikus" cumpliendo el rol de eslogans en pósters, afiches, almanaques, fotografías, etc. Su esencia desnaturalizada, bastardeada, puesta al servicio de una imagen de ocasión lo ha rebajado a mero refrán donde abunda el lugar común y el romanticismo de góndola. Asimismo, es frecuente toparse con libros de "haikus" sentimentales, lacrimógenos, pletóricos de metáforas almibaradas que sólo hablan de la frivolidad de sus autores y de un absoluto desconocimiento de la raíz esencial del género.
No se pretende aquí defender un canon inamovible o una suerte de orden imperial y renegar de todo autor no japonés, ya que hay muchos ejemplos -como nuestro Borges o el mexicano Octavio Paz entre otros- que dignifican el haiku. Lo que el lector de haikus lamenta es la mercantilización de una poética que cuenta con una historia tan rica y una genealogía de creadores que envidiaría cualquier literatura del mundo.

 

¿Haikus en La Pampa?
¿Es una irreverencia escribir haikus en este arrabal sudamericano? Uno siente el impulso de responder que sí; pero, luego de pensarlo un poco, advierte que esa prevención puede conducir al exceso de vedarnos la escritura de un soneto, una novela o una sinfonía entre otras manifestaciones artísticas oriundas de comarcas extrañas. Hecha la salvedad, el autor de este modesto artículo admite que ha sentido la urgencia de expresarse a través de esta forma poética tan ajena a nuestra tradición cultural pero, quizás por esa circunstancia, tan desafiante. Los siguientes haikus son de su autoría. (S.S.).

 

1.
Levanta vuelo
el águila y su sombra
peina la estepa.

 

2.
Arde la siesta,
son diablos en la arena,
los remolinos.

 

3.
Oscurece.
En el remoto horizonte,
un relámpago.

 

4.
Ruge el Pampero.
Se estremece la tierra,
rezan los hombres.

 

5.
Perchas desnudas,
en la casa vacía
sólo recuerdos.

 

6.
En la penumbra
de la calle desierta,
la prostituta.

 

7.
Noche invernal.
Con el niño en sus brazos
pide limosna.

 

8.
Esa guitarra
en su silencio añora
antiguas manos.

 

 
SERGIO SANTESTEBAN
Periodista


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