Miércoles 14 de mayo 2025

Arquitecturas en La Pampa

Redacción 01/09/2013 - 03.14.hs
La Pampa, como zona de nuevo poblamiento y de una sociedad en construcción, tuvo rasgos originales y que la caracterizan. Uno de esos fue la arquitectura utilizada para levantar edificios y sobre todo casas particulares.

Los múltiples rasgos étnicos que han dado a nuestra provincia esa cierta "individualidad en la diversidad" son extensibles y perceptibles también en otros aspectos, la arquitectura entre ellos. Distintas culturas que arraigaron entre nosotros dejaron su sello en cuanto al hábitat, en algunos casos con interesantísimos ejemplos que invitan a distintas consideraciones. Ubicarlos y comentarlos ajustadamente es tarea de arquitectos. En esta breve reseña damos cuenta de algunos de los más sobresalientes.

 

Las casas de zinc, pioneras.
La arquitectura del poblamiento inicial de La Pampa y la Patagonia se caracterizó por las casas hechas con chapas de zinc, montadas sobre estructuras de madera. Esas construcciones -que afeaban el paisaje a más no poder, según algunos viajeros-, resultaban fáciles y rápidas de armar y baratas para la época, aunque distaban de ser ideales para proteger a sus habitantes o usuarios tanto del frío como del calor extremos que caracterizan a estas regiones. De allí que muy a menudo se cubrieran los techos con la tradicional capa vegetal que atenuaba los rigores.
Es de suponer que dentro del territorio pampeano acaso quede todavía alguna indemne. Décadas atrás se recuerda una ubicada en una esquina de Quehué y, durante muchos años en Luan Toro, una similar albergó al comercio de Florencio Martín. La búsqueda de un mayor confort y la difusión del ladrillo, junto al incremento de los precios, las fueron dejando de lado.

 

Albañilería de alta escuela.
La mayoría de los pueblos pampeanos -aquellos que estaban vinculados al ferrocarril- tiene un espacio urbano menor y desjerarquizado con respecto al que se ubica contiguo al andén principal: es el llamado "el otro lado de las vías". En general y en los inicios del poblamiento, ese sector se caracterizó por albergar a la población más pobre y tener los terrenos más baratos, entre otros detalles. Sin embargo hubo intentos que, en tiempo ya muy lejanos, debieron responder a la idea de mejorar esas zonas.
Un caso flagrante se advierte todavía en Anguil: ya en ruinas y muy deteriorada por el tiempo, hay una construcción de rasgos originalísimos, quizás como pocas o ninguna queden en la provincia. La casa en cuestión, de prolija edificación en ladrillo -hasta podría decirse artística- decora su entrada con dos columnas de sección circular perfecta realizadas en ese material, lo que de por sí constituye una tarea notable. Tiene, como era de esperar, un cierto parentesco estético con otras casas de la época, pero el detalle de las columnas unido a algunos otros rasgos más sutiles, sugiere la necesidad y el interés de una clasificación más ajustada en cuanto a estilo, al menos antes de que el tiempo acabe con ella.

 

Casas de la primera fundación.
Aunque algunos documentos parecen indicar que el pueblo existió desde antes, se tiene a Victorica como la primera población pampeana, fundada en 1882. Es aceptado que las primeras construcciones fueron hechas con ladrillos moldeados en el bajo de Los Pisaderos, nombre que posiblemente aluda a la forma de constituir el ladrillo.
De aquellas primeras construcciones realizadas por los soldados fundadores todavía quedaban dos cuando se celebró el centenario de la población, una de las cuales había sido, según la tradición, la vivienda del fundador, el coronel Ernesto Rodríguez. Sin embargo, ni entonces ni posteriormente se tomó medida alguna para preservarlas y promover su condición de monumento provincial. Aunque con modificaciones hasta hace algunos años al menos una de las dos construcciones estaba en pie y era habitada.
En la década de 1980 una de las cátedras de la carrera de arquitectura de la Universidad Nacional de La Plata, aplicada a estudiar los rasgos particulares de las viviendas pampeanas, estuvo muy interesada en visitar con sus alumnos la población oesteña y ver especialmente esas casas.

 

Arco de medio punto.
Las casas típicas del desierto pampeano -y las de algunos otros ambientes similares que hemos podido ver- se caracterizan por su adaptación a los climas de índole continental en las latitudes medias, con fríos y calores acentuados. Un rasgo común es que las construcciones no son altas y las ventanas pequeñas, todas con dinteles rectos de piedra, madera y, eventualmente, hierro. A este respecto vale la pena destacar que en el caserío de Luanco, ubicado apenas unos centenares de metros al oeste del límite pampeano-mendocino, entre varias construcciones con la citada característica en las aberturas, se advierte con sorpresa que una de ellas tiene sobre la puerta un arco de medio punto.
Tan desusado detalle remite a la condición de paradero obligado en el desierto que tenía -y en parte tiene- el puesto de Luanco por su notable y hermoso manantial. El poblamiento del sitio se remonta a miles de años y, en su "etapa cristiana", también muy antigua, debió albergar distintos pobladores en forma simultánea, tal como lo sugieren los restos de las varias viviendas dispersas en el área. Es válido pensar que algunas de aquellas gentes, muchas con origen transcordillerano, sabía de la gracia y utilidad del arco y fue capaz de poner con él la nota insólita en ese pequeño oasis.

 

Panteón de Imaz.
La arquitectura funeraria suele deparar sorpresas, quizás porque los cementerios no son lugares que invitan a la investigación, pero en la necrópolis de Santa Rosa hay al menos un caso emblemático. Se trata del panteón levantado en memoria de Francisco Imaz, un ciudadano que fue asesinado en muy extrañas circunstancias en 1898, hecho sobre el que Caldenia publicara una investigación años atrás.
El panteón de Imaz, absolutamente abandonado y usado como depósito durante mucho tiempo, acaso no tenga par en la provincia. Su frente está revestido en mármol de Carrara, y coronado en lo alto por un busto del finado, realizado en el mismo material. El interior, de planta octogonal, estaba cubierto de pinturas al fresco casi de tamaño natural, que aparentaban ser hermosas y originales, hoy muy deterioradas. La suerte de altar que alberga al lujoso féretro enfrenta a otro busto del sepultado en el sitio.
Imaz era un próspero comerciante de aquella Santa Rosa inicial. El mausoleo se ubica en la calle principal del cementerio capitalino, donde están los panteones de las familias fundadoras o de apellidos "tradicionales".

 

Estatua sedente en Metileo.
Entre viejas sepulturas que rememoran el poblamiento colonizador, el cementerio de Metileo guarda una rareza. Se trata de la estatua sedente de una niña fallecida a muy temprana edad. Fani dei Nobili era su nombre y al parecer la familia pertenecía a la pequeña nobleza del norte de Italia. Que sepamos es el único monumento funerario de esas características en toda la provincia y en su centenario aspecto, desgastado por el tiempo y vestido por el musgo, todavía resulta conmovedor advertir la sonrisa de la niña que mereció ese recuerdo por parte de los suyos.

 

Hogar en Lihué Calel.
Antes de las reformas que le hiciera Parques Nacionales, la llamada Casa de Piedra de las sierras de Lihué Calel, donde medio siglo antes viviera la familia Otero, lucía una característica singular: su hogar, imprescindible en los fríos inviernos de la sierra, no se parecía en nada a los que suelen verse en el resto de la llanura. Nuestra modesta percepción y la de alguien que había vivido en Chile, recordaban con mucho a los hogares del sur de aquel país, lo que armonizaba con los documentos y leyendas que hablan de pasos y asentamientos chilenos en la zona, especialmente cuando la explotación de las minas de cobre, ubicadas a pocos kilómetros del macizo rocoso. Por lo que se sabe la casa databa de fines del siglo XIX. Las modificaciones acabaron con el sugestivo fogón, del que acaso quede, apenas, algún documento fotográfico.

 

Almenas y mamelones.
Hasta su expropiación para convertirlo en parque provincial primero y nacional después, la principal vivienda de las sierras de Lihué Calel se ubicaba en los confines del lugar, hacia el oeste, junto al curso del arroyo colector, que va en definitiva a confluir con el río Chadileuvú.
Sobre una elevación, cercana a un jagüel cavado en el lecho mismo del arroyo, la familia Gallardo -propietaria por entonces de las sierras-, había levantado una amplia y curiosa construcción que oficiaba como casco de la estancia. Era de planta rectangular, con un patio central al que se accedía por un portón ubicado bajo un gran arco que evidenciaba el férreo catolicismo de los propietarios; decía: "No trasponga este portal/ quien no jure por su vida/ ser María concebida/ sin pecado original".
Corroborando esa circunstancia en el centro de las habitaciones interiores había una capilla de sencillas líneas, donde rezaba la familia cuando iba de vacaciones al lugar o cuando la ocasional visita de un sacerdote.
Toda la construcción era de adobe prolijamente revocado y blanqueado, pero su característica principal y más llamativa, era que todo su perímetro estaba coronado de almenas y mamelones, evocando en cierta forma un castillo principal o un fuerte militar de película.
Tras la expropiación los propietarios desmantelaron la construcción, reducida hoy a una ruina.

 

Modernismo en La Puma.
Años atrás un sociólogo señalaba como particularidad de la sociedad agropecuaria pampeana de nivel medio el hecho de orientar sus preferencias hacia un vehículo utilitario nuevo -camionetas- antes que a una casa moderna. En la elección -agregaba- debía pesar la necesidad de un vehículo confiable y de uso múltiple y el acostumbramiento a la vivienda familiar heredada de los padres.
No sabemos si esa tendencia se mantiene, pero décadas atrás un problema mecánico en el automotor nos obligó a pedir auxilio en un establecimiento ubicado en las inmediaciones del paraje La Puma. La sorpresa fue mayúscula porque la casa familiar, construida hacía poco, obedecía a las líneas de la más pura arquitectura moderna de esos años. Había sido, en efecto, diseñada por un arquitecto, una novedad total por entonces, y en su diseño campeaba una original adaptación científica de nuestra naturaleza. Rasgo sobresaliente: el ángulo de inclinación y la longitud de la losa del jardín de invierno que daba al patio trasero había sido calculado en función de la inclinación solar, según las estaciones. Así el bajo cenit del sol en invierno permitía que entraran los rayos, calefaccionando el ambiente, mientras que la altura en verano daba sombra al interior.
La condición de esa vivienda resultaba -y seguramente resulta todavía- notable dentro del hábitat rural de nivel medio.

 

Capilla de Puelches.
De Puelches, su "patria del corazón", decía el poeta Juan Carlos Bustriazo Ortiz: "Aquí aprendí que el cobre, cuando lo arrancan,/ se hace verde si el aire lo va tocando...".
Por cierto que para escribir esos versos bien podría haberse inspirado en la capilla de aquella localidad. La iglesia, de líneas originales y humildes, está revestida de piedras lugareñas con contenido cuprífero las que, efectivamente, le dan un marcado tono verdoso. No es, por cierto, una capilla de estilo antiguo ni con reminiscencias lejanas, como ocurre con otras similares de más al norte. Más bien recuerda a una habitación del tipo habitual en la zona a la que, para resaltar su condición religiosa, se la dotó del símil de una torre.
En el caserío desperdigado junto al río seco su presencia salta a la vista casi de inmediato, como una modesta atalaya.

 

Almacén de Sarán.
Dando pábulo a la leyenda de Ibrahim Sarán en tierras de La Pampa, en Monte Nievas queda todavía en pie y muy bien conservada la construcción que albergó el almacén de ramos generales de su pertenencia. Se trata de una casa amplia y sólidamente construida fundada, según dicen, en el sustrato toscoso de la zona. Quienes la levantaron eran hábiles y prolijos en el oficio. Alguna lejana y no documentada referencia afirma que eran albañiles italianos quienes la hicieron. La construcción posiblemente data de la segunda década del siglo pasado.

 

Una nostalgia andaluza.
Los sueños y la añoranza de muchos de aquellos inmigrantes que vinieron a "hacer la América" y terminaron afincándose aquí, suelen asomar a través de rasgos variados. La arquitectura es uno de ellos.
En General San Martín, en el sur pampeano, existe todavía y en buen estado de conservación y habitabilidad una construcción -¿antigua mutual? ¿hotel?- que corrobora lo expresado más arriba. En el frontispicio, construida en relieve y muy claramente visible, aparece la imagen de una emblemática construcción española. A primera vista se diría que se trata de la famosa Giralda de Sevilla, pero la afirmación requiere cuidado porque son varias las torres que, aunque de aspecto similar a la sevillana -aunque más bajas- existen en el territorio de la Andalucía.
Es presumible que el relieve, expresivo y de singular prolijidad, se remonta a los años iniciales del poblamiento y, junto con la nostalgia del solar natal, marca un claro nivel de prosperidad del propietario de entonces.

 

Walter Cazenave

 


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