Domingo 22 de junio 2025

Acá estamos: para entender

Redaccion Avances 22/06/2025 - 06.00.hs
“Llama”. Ilustración digital de Florencia Pumilla.

Crónicas, cuentos, poesías, relatos íntimos. Textos escritos por pampeanas donde, entre líneas, florecen las semillas que hace diez años comenzó a sembrar NI UNA MENOS.

 

Ángeles Alemandi *

 

Ante algunas situaciones de la vida solemos decir que nos quedamos sin palabras. A veces es real que no tenemos lenguaje para nombrar lo indecible: entonces tenemos que inventarlo. Otras sólo necesitamos tiempo para comprender lo que no debería siquiera existir, distancia para verlo con claridad, y el coraje de entregarnos a las reglas del arte para convertir en un hecho artístico lo que tanto duele, hiere, indigna, harta.

 

En esta cuarta entrega más voces de La Pampa se arriman para compartir sus textos, muchos de ellos inéditos, para honrar a través de sus narrativas los 10 años de NI UNA MENOS.

 

* Periodista y escritora. Integra la Red Federal de Periodistas y Comunicadoras Feministas.

 

 

3 de junio

 

Natividad Ponce. Inédito.

 

Llega apurada, con la mochila repleta, se sienta y cuenta por qué vino: una de sus manos sufrió lesiones. Y sigue contando que su ex pareja la atacó con un cuchillo, en marzo, y señala las partes del cuerpo donde permanecen las marcas de la violencia machista: un hombro, la espalda, el vientre, el brazo, la mano…

 

Tiene hijes y vive con les más chiques.

 

Continúa su relato: realiza todas las tareas de la casa: barre, cocina, lava, y sigue la lista, a pesar de que la mano no responde como debiera.

 

Agrega: Gracias a Dios no me hizo nada en la otra mano que tengo operada.

 

Cada frase la inicia o remata con un gracias a dios.

 

La miro con tristeza por lo que le ha pasado y con indignación contra el agresor. Es una sobreviviente (Gracias a Dios, diría ella).

 

Y continúa su relato, interviene la Justicia, hay acciones en marcha. Pero la víctima está en este lugar, donde varias mujeres la escuchamos en silencio.

 

¡Ni una menos!

 

¡Libres nos queremos!

 

¡Vivas, libres y soberanas nos queremos!

 

Hace diez años, en una marea verde, salimos a la calle para que no nos hieran, para que no nos subordinen a la voluntad patriarcal. Diez años de conquistas que por entonces, no temíamos perder las mujeres, las diversidades, las minorías, las niñeces, las adolescencias, derechos consagrados para todes y hoy, en peligro de ser conculcados por la violencia -otra vez la violencia, siempre la violencia- de un gobierno cuyo plan es de exterminio de lo bueno conquistado y a conquistar.

 

Ella habla y la miro, y la escucho con tristeza y admiración por su fuerza. Sigue repitiendo ¡Gracias a Dios!, diez veces, veinte, pierdo la cuenta. ¿Será ese dios que invoca el que le da fuerzas?, ¿son sus hijes?, ¿la confianza en una justicia que decidirá sobre el intento de femicidio que sufrió?

 

Diez años de alegría en las calles, diez años de unidad en la acción con el grito a flor de piel, las banderas, los pañuelos verdes y también las fotos y los nombres de las víctimas de femicidio.

 

No podemos volver al pasado de subordinación al patriarcado, el machismo y la violencia. Solo la unidad en la lucha hará posible sostener las conquistas a pesar del miedo, a pesar de la indiferencia, a pesar de la crueldad.

 

3 de junio, 10 años de lucha que se sigue repitiendo como consigna, como bandera, como grito de identidad, como fuerza creativa para defender los derechos consagrados y arremeter contra los enemigos de la vida, contra los agentes de la muerte, a favor de la vida, ¡Siempre!

 

 

Para entender quién es

 

Águeda Franco, en Raspando los días, Ediciones En Danza

 

 

para entender quién es

 

una mujer escribe

 

en su mirada la tiniebla se enciende

 

los ojos siguen el movimiento

 

de las nubes

 

arriba hay viento

 

ella escribe

 

se pregunta y escribe

 

sincretizada al alfabeto

 

ahonda su hermandad con las palabras

 

escribe gritos y jaquecas

 

revoluciones

 

partos y partidas

 

la tinta es del color

 

de la sangre que baja por sus muslos

 

en la hoja blanca

 

la virginidad sucumbe

 

se llena de palabras

 

el mundo se reordena

 

una mujer se recorta del caos

 

escribe

 

 

La desmesura

 

Graciela Pascualetto. Inédito.

 

 

La realidad dice

 

que yacía inmóvil

 

Iluminada, apenas,

 

por un farol de la calle.

 

El vecindario suponía causas,

 

la policía indagaba a los cercanos,

 

el periodismo comentaba el cruel suceso.

 

 

Sin embargo, lo real real es indecible

 

 

el horror, la atrocidad,

 

la desmesura

 

que no cabe

 

en ninguna

 

palabra.

 

 

Domingo 9 de agosto

 

Mercedes Andreotti. Inédito.

 

 

Me desperté llorando a las 4. ¿Llorando por qué? Las lágrimas me corrían por la cara, me llegaban a la nariz y mojaban la almohada. Grité y me desperté. No fue sólo un grito. Grité con desesperación, estaba diciendo algo. No sé qué. Algo, algo tratando de entender, pero las palabras no estaban, se habían ido. Traté de anotarlas, recordar. Nada. Congoja. Dolor en la garganta al tragar. Como si me hubiera atragantado con algo, como si tuviera un hueso incrustado en el cañito por donde pasa el aire y no me dejara respirar. Como un bebé pidiendo que lo abracen un poco. Siento que no tengo cuerpo, mi cuerpo es mi boca desconsolada que llora, que gritó y siente dolor. El pecho duro, una piña y una pesadez en el cuerpo que no me deja mover. Me doy vuelta. Prendo la luz. Le erro. No la encuentro. Desespero. Busco de nuevo. Arranco el cable del celular.

 

Busco. La mano se extiende. Agarro el cable. Busco el caminito hasta el interruptor. Enciendo la luz. Despierta. No muerta. Respiro porque escucho que respiro y siento que el pecho se levanta baja y sube; sube y baja y… Nada. Labio hinchado, paspado. Sueño, pero por favor sin soñar, sin soñar lo mismo.

 

Meido… medio… miedo de soñar lo mismo, de que el sueño esté esperando que vuelva a dormir para continuar y darme más miedo de no se qué porque no me acuerdo pero miedo igual. Quiero no sentir por un rato, no sentir nada. Dormir y no sentir nada. No. Morir. No morir, no sentir nada. Pero siento. Entonces lloro pero ya no puedo, intento pero no ya no lloro. Arden los párpados. Prender la luz y agarrar un libro y leer no sé qué pero leer algo. Calmar, salir, irme. Pero no lo intento y prendo la luz y agarro el libro y leo, un renglón. Dos. Tres. Cuatro. Ocho, veinticinco. Página y nada, no hay nada, leí pero no leí. Oigo los perros que ladran afuera. Tengo frio, me pongo un buzo, me tapo. Otro par de medias y no, es igual, o peor. El río frío está adentro y no afuera. Andy y su pierna entre mis piernas, apoyándose en mis piernas. Solo así duermo. El olor de la remera en el cesto de la ropa para lavar que no lavé y guardo y llevo anudada al cuello todo el dÍa para tener un olor suyo. Se me acalambra el brazo derecho pero sigo escribiendo porque tengo que escribir. Hay que escribir.

 

Escribir salva, agarra, sostiene. Me duele más. Más y más. Sigo porque los dedos son sabios y escriben. La cabeza ya no quiere pero los dedos saben y entonces van más rápido. Vuelan en el teclado y no corrijo y sigo y no me importa nada que llore porque lloro y necesito llorar y no paro porque si paro me caigo y pienso y angustio y no duermo y sigo y el día me espera de nuevo y Andy no está.

 

 

 

Podrida, triste, cansada (pero no resignada)

 

Isabel Gigli. Inédito

 

 

Podrida

 

de crueles ignorantes que vomitan amenazas

 

mientras aplauden el despojo y celebran el olvido,

 

de señores con trajes contaminados

 

y cerebros lisos sin circunvalaciones,

 

de señoras machistas

 

que, con guantes de encaje, nos escupen a la cara

 

creyéndose dueños, todos ellos, del destino ajeno.

 

 

Triste

 

de universidades que se vacían

 

como pozo seco donde nada brota,

 

de estudiantes sin preguntas,

 

de libros que no escribimos,

 

de laboratorios oxidados

 

que escurren como agua sucia sobre arena sin río.

 

 

Cansada

 

de tragar saliva y mirar para otro lado

 

como si fuera humo, como si no doliera

 

 

Podrida, triste, cansada,

 

pero no resignada

 

 

Porque lo que una vez ardió, aún en asfixia, vuelve a prender,

 

porque la semilla germina sin luz,

 

y porque la voz, nuestra voz,

 

aunque quebrada,

 

se escucha en medio del ruido.

 

 

Herencia

 

Pilmaiquén de la Cruz. Inédito.

 

El recuerdo de buenos aires la incita a desear un jacarandá florecido en el patio. Ver ese violeta por la ventana le genera una sensación de añoranza urgente. Para evitar la helada Irina envuelve el arbolito recién plantado con manta blanca, y espera que sea suficiente para pasar el invierno que asoma y parece venir con una crudeza particular. Cuando azotan los bajo ceros en el campo, no hay verde que sobreviva.

 

En la época de sus bisabuelos, la quinta era un continuo de huerta, un tanque australiano, canales de agua y peces, un sistema de riego de una modernidad notable, casi una arquitectura árabe.

 

Las casas de adobones grandes, el galponcito, las chapas inclinadas, los eucaliptos para frenar el viento.

 

El bisabuelo de Irina era un tipo de pocas palabras, serio. Creía que las reglas inflexibles eran el camino para hacer buenas a las personas. Herencia de invasiones inglesas. En los pueblos de La Pampa, los ferrocarriles llegaban a los lugares más recónditos y acumulaban energía, en forma de madera de caldenar.

 

Los bosques se convirtieron en ceniza en los cientos de vagones diarios hacia el puerto de Buenos Aires.

 

Como hasta el día de hoy, a los hombres les costaba mediar palabra. Las salidas más frecuentes eran la soledad o la violencia. Los silencios ocupaban la mayor parte de sus vidas cotidianas.

 

La bisabuela era una mujer de origen alemán, la inflexibilidad en la sangre, las cosas se hacían de una sola manera. La pastelería al pie de la letra, la perfección del hojaldre, las mañanas de ropa impecable, té en la cocina a leña.

 

Con los años la bisabuela se fue a vivir a la ciudad, para acompañar a la hermana, decía, pero lo cierto era que los silencios se habían acrecentado en la casa, y la tensión, como una tormenta de verano, estaba siempre a punto de estallar.

 

La abuela de Irina era la hermana mayor, después otra nena, y el tercero por fin, el varón. El cuarto el varón. Mismo nombre, mismo destino. En esa época no era tan raro perder a los recién nacidos, pero para la bisabuela no había dolor más penetrante que esos pozos al fondo del patio, sin ceremonia, ni cementerio. El tercer varón al hilo sobrevivió, otro calvario pelear por no darle el nombre de sus hermanitos muertos.

 

El bisabuelo no quería creer en las coincidencias, ni en las brujerías, pensaba que había que desafiar al destino, aunque el destino lo dejara con dos cuerpitos enterrados al fondo de la quinta, donde su esposa lloraba día tras día, antes del desayuno.

 

Irina evita mirar ese lugar donde pensaba estarían todavía algunos de esos restos de dolor. Si el jacarandá crece, quizás se alimente en parte de esos antepasados que no llegaron a vivir.

 

Le cuesta conciliar el sueño, y la historia del matrimonio le ronda como un buitre que se come de a poco la cordura. ¿Cuánto tarda en disolverse un hueso, en salir a la superficie, en oxidar el fósforo, en producir un halo de luz? Irina busca con el recuerdo su cámara de fotos y reconstruye la escena idílica de la caza. Su espera, como un animal, le despierta una sensación de adrenalina que hacía mucho que no sentía. En la oscuridad, las sorpresas son cada vez menos interesantes. El sonido del disparo le devuelve cierta esperanza. La luz mala. El verdoso fluido del óxido cuando combustione el fósforo de los huesos. El obturador, la espera, el sueño, la vigilia, los cuerpos en el jardín del fondo, la bisabuela que todavía los llora antes del desayuno, mientras Irina vomita con las primeras náuseas de una mañana que ya no existe.

 

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