Lunes 05 de mayo 2025

Andrés

Redaccion Avances 15/12/2024 - 09.00.hs

Compartimos con nuestros lectores y lectoras un nuevo relato del actor, escritor y titiritero Aldo Umazano. Una anécdota basada en un hecho real, graciosa como cada cuento de este colaborador de Caldenia.

 

Aldo Umazano *

 

Recuerdo haber caminado por la Avenida 18 de Montevideo y antes de llegar a Sala Verdi, doblé hacía la izquierda. Anduve por barrios que no conocía buscando un lugar donde tomar un café y comer algo. Caminé sin rumbo hasta encontrar un bar abierto. Ocupé una mesa y pedí un sánguche y una gaseosa. Sospecho que ninguno de los que estábamos sentado nos conocíamos; todos vendríamos de distintos barrios buscando un bar abierto para hablar de cualquier cosa, mientras se esperaba los primeros resultados de las elecciones. Yo, aunque era argentino, también pensaba en el resultado. La política está en todos lados, incluso cuando se la ignora diciendo: “yo en política no me meto”.

 

El mozo me deja el sanguche con la gaseosa, y cuando lo estoy comiendo, siento que alguien me toca el hombro. Giro la cabeza y veo que era el Andrés; con sus mandíbulas anchas, de mordida abierta; imposible errarle un cross, pero como parecían de fierro, lo habían llevado a pelear por el título sudamericano. Con Andrés bastante seguido tomábamos café en el Hotel Argentino de Mar del Plata, que era su ciudad de origen.

 

El abrazo fue muy afectuoso. Cuando le pregunté que estaba haciendo me contesto:

 

-Peleo mañana.

 

-¿Mañana?-, pregunté asombrado.

 

-Sí.

 

- No sabía-, dije.

 

-Lo que pasa, es que las elecciones, para los uruguayos, es más importante que mí pelea de mañana. La publicidad pasó desapercibida. No creo que vaya gente. Eso me preocupa.

 

Se sentó, le convidé algo, pero no podía romper la dieta.

 

Andrés tenía 36 años. Era ya grande para el deporte de los puños. Estaba a punto de abandonar su carrera. Pero necesitaba hacer una pela más para juntar unos pesos. Y después vería que hacer con su vida; toda la plata que había ganado, la había mal gastado. Es bastante común que a los boxeadores les pase esto. Me dijo que había llegado hacia tres días, y qué de la pelea, sólo le interesaba ganar unos mangos. No quería volver a ser campeón:

 

- A esta altura de mí carrera, solo utilizan mi nombre para promocionar los nuevos valores.

 

Hizo un largo silencio mirando el salón lleno. No quise insistir diciendo que tome algo porque sabía que sería un desarreglo que en cuadrilátero se paga caro.

 

Me miró y me habló mirando a la gente en una panorámica:

 

-Tengo una idea.

 

-Vos llamás al mozo para pagarle la consumición, y yo me peleo porque lo que nos quiere cobrar es mucho, protesto: rompo algunos pocillos, volteo algunas sillas mientras vos tratás de pararme. Al final pedís que llamen a la policía.

 

Lo miré preguntando, por qué debía hacer eso. Él sonrió.

 

-A mí mañana me tienen que soltar porque a la noche peleo; este lío promocionará la pelea, va mucha gente, y me gano unos mangos más.

 

No me dejó ni pensar.

 

Llamó al mozo que pasaba para abonarle lo que yo había consumido y comenzó a discutirle aún sin saber el valor de lo que le cobraba. Tiró una de las tazas al piso. El mozo quedó duro de la sorpresa. Todos comenzaron a mirar, querían ver quién era el qué hacía despelote. Mientras Andrés, rompía tiraba la azucarera, desparramaba las servilletas y gritaba- me dijo por lo bajo:

 

 

-Llamá a la policía, boludo.

 

Pero yo, tan ajeno de la ciudad como él, no sabía el número.

 

El que llamó a la policía fue alguien que estaba en otra mesa; su presencia fue inmediata.

 

Eran tres; uno lo reconoció y cuando estaban en la vereda le preguntó porque había hecho eso.

 

-Porque me querían arrancar la cabeza.

 

Los policías se lo llevaron.

 

Mi preocupación fue grande. Me sumé al asombro de la gente diciendo quién era, y que al otro día, sábado a la noche, pelearía.

 

No falto quién diga: ¡Andrés! Claro, pelea mañana.

 

El hecho salió en los diarios. La televisión vino, filmó el lugar y recogió comentarios de los presentes. La noticia salió en todos los medios, y se enteró todo Montevideo.

 

Esa noche regresé al hotel pensando qué harían con Andrés en la comisaría.

 

 

El sábado compré la entrada con la poca plata que tenía, y entré al estadio donde boxearía. Miré las preliminares, hasta que llegó la de fondo, la de Andrés.

 

Lo vi acercarse desde el vestuario; miraba a todos saludando, como diciendo “aquí estoy yo”. Me acerqué para desearle suerte. Cuando me descubrió, me dijo: -Viste cómo llenamos?. Y me guiñó un ojo.

 

Esa noche empató, pero se alzó unos buenos pesos.

 

 

* Escritor, titiritero, dramaturgo

 

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