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Domingo 14 de diciembre 2025

“Sólo puedo decir: gracias a la vida”

Redacción 14/12/2025 - 00.29.hs

Debe ser muy gratificante llegar a una determinada etapa de la vida y, al hacer un balance, caer en la cuenta que no queda más que agradecer. Es lo que piensa Yayo Martín, quien confiesa ser muy feliz.

 

MARIO VEGA

 

Es probable que alguien invitado a echar una mirada a su pasado, revisando antiguas fotos, rememorando situaciones que habían quedado grabadas involuntariamente en la bruma del olvido, se pueda sentir movilizado al entrecerrar los ojos y -por un instante- dejar que la mente vuele a un tiempo que ya fue. Ese en el que uno no podía saber, ni proyectar, cómo sería el devenir de los días que vendrían.

 

Me pasa con frecuencia, y a veces como dice esa canción, “quisiera tener una máquina del tiempo/para viajar directamente hasta el pasado/Y disfrutar uno a uno esos momentos…!

 

Una persona singular.

 

Creo que un poco de todo eso le debe estar pasando a ella en esta instancia, cuando está frente a una de las decisiones más importantes de su actividad profesional, al resolver que hay una etapa que llega a su fin.

 

Yayo Martín es una persona hermosa y muy apreciada por tanta gente que tuvo el placer de conocerla, ya como la profe de gimnasia responsable y exigente que siempre fue, como en otros aspectos de su vida.

 

Coinciden quienes la han tratado –y aún lo hacen-, que es de esa clase de gente que fomenta los valores de la honestidad y franqueza, que la convierten en una de esas personas que irradian positividad y que bien vale la pena conocer.

 

El gimnasio de Yayo.

 

Elda Edit Martín, que así se llama en realidad -aunque nunca se daría vuelta si la mencionaran de esa manera-, llegó al momento en que decidió replantear su vida.

 

¿Quién no conoce o ha escuchado nombrar el “Gimnasio de Yayo” en Santa Rosa? Tiene una trayectoria de más de 30 años, y un muy bien ganado prestigio. La gente dice el gimnasio de Yayo, pero en realidad, desde el principio, se llama “Buena vibra”. La noticia hoy es que Yayo deja la actividad. Que está transitando los últimos días en eso de ponerse frente a una clase para guiar a sus alumnas. Obviamente sus pupilas ya lo saben… y lo lamentan.

 

“Fue pionera en su momento con la danza jazz”, dijo una de ellas. “¡Quién no conocía el gimnasio de Yayo! No he conocido a nadie más profesional y responsable en este ámbito… y fui a muchos gimnasios”, aportó otra. “Vamos a extrañar mucho sus clases. Es una persona comprometida, responsable en todo lo que ha emprendido. No sólo en lo laboral, sino también con su familia y sus amigos”, completó una tercera.

 

Su historia.

 

Si bien nació en Santa Rosa, porque su mamá venía a dar luz aquí, la familia es de 30 de Agosto. “Mamá tenía que reposar un mes antes de tenernos a mí y mis hermanos, porque éramos muy grandes”, dice ahora.

 

“Mi apodo lo tuve desde antes de nacer… Mi abuelo pensaba que iba a ser un varón, y entonces decía que venía Yayo, que era el personaje de un libro que mamá estaba leyendo”, cuenta ahora “Elda Edit” (bromita).

 

Y siguió contando “Mi papá Héctor y mi mamá Pilar se conocieron y al casarse se quedaron en el campo, en la provincia de Buenos Aires. Pero después, cuando yo tenía 6 años, nos mudamos a 30 de Agosto, y mientras mamá era la modista, papá era el relojero… Tenía su relojería y joyería en el centro del pueblo, y ese era un lugar que yo amaba”.

 

Los hermanos/as.

 

Tiene tres hermanos: “Marita, primera Licenciada en Matemáticas de la Universidad Nacional de La Pampa, con un máster en Estadística de la Universidad de São Paulo, Brasil; y Doctora en Estadística, título que recibió en Osaka, Japón. Lamentablemente hace un año ya no está con nosotros… Y sí, ese fue el golpe más duro de mi vida”, se pone seria Yayo por primera vez.

 

Su otra hermana, Liliana, “profesora de Artes Visuales y una excelente ceramista y artista. Es mamá de mi sobrino Fausto, quien estudia cine en CABA. Mis dos hermanas estudiaron en Santa Rosa porque aquí estaba mi abuela”.

 

Completa hablando de su hermano “Bocho”, que “es el más chico y el único que hoy vive en 30 de Agosto en lo que era la casa de mis padres. Aunque anduvo un tiempo en Santa Rosa y otro poco en Río Colorado ya que trabajaba en Vialidad. Es papá de mi sobrino Manuel, que estudia y trabaja en Bahía Blanca”, resume.

 

En 30 de Agosto.

 

Yayo es la tercera de los hermanos. Hizo primaria y secundaria en el pueblo, donde también transcurrió su adolescencia. Confiesa que 30 de Agosto “es el lugar al que siempre quiero volver, porque están mis amigos del colegio y hasta el día de hoy mantengo un vínculo hermoso con ellos”.

 

Le apunto que Daniel Lucchelli (periodista) es de la misma localidad y dice que “vivía a la vuelta de lo que era mi casa”.

 

Atletismo y danza.

 

La actividad física siempre estuvo presente en la vida de Yayo, y lo cuenta a su manera. “Hice mi largo recorrido desde la danza, el atletismo y el profesorado de gimnasia en mi pueblo, y siempre estuve ligada a la actividad física”.

 

Tenía nada más que 11 años cuando inició danzas clásicas con una profesora de Trenque Lauquen. Fue durante el colegio secundario que practicó atletismo, y al finalizar hizo el profesorado de gimnasia.

 

El hecho de que una de sus abuelas vivía en Santa Rosa, en la Villa Santillán, la motivó a venir. “Pero ella enfermó, y yo comencé a trabajar, y ahí nos fuimos a vivir las tres hermanas juntas”.

 

A dar clases.

 

Estaba decidida a empezar a trabajar, porque sentía que tenía los elementos para hacer lo que más le gustaba. “Un día de enero de 1981 pasé caminando por el club Estudiantes y entré a pedir trabajo”. Al decirle al secretario que la atendió que era profesora de gimnasia y quería dar clases, una mujer se dio vuelta y dijo: “Nosotras necesitamos una profesora”.

 

Ella era Melva Mondragón. “A la semana siguiente comencé a trabajar, y lo gracioso es que Melva fue mi primera y única alumna. Pensó que no iba a dar la clase, pero estuve toda la hora. A la siguiente se encargó de traer 10 compañeras nuevas, integrantes de la comisión del club haciendo diferentes actividades. Y así conocí gente maravillosa e hice muchas amigas”.

 

Melva, famosa.

 

En este punto quiero aportar un dato. Había un divertido programa televisivo –Hiperhumor- donde se hacía un sketch protagonizado por Andrés Redondo. El actor extraía una carta del montón, para participar de un presunto sorteo y el resultado era siempre el mismo: “¡La ganadora es Melva Mondragón de Domínguez, de la calle Oliver 377 de Santa Rosa”! Y completaba diciendo que la ganadora debía presentarse “en 45 minutos en el canal para retirar su premio!!!!”. Todos los domingos, durante varios meses se repetía la escena, y Melva impensadamente pasó a ser casi un personaje de la ciudad.

 

En la Justicia.

 

En tanto, Yayo seguía su ascendente camino. “Continué en All Boys, donde también estuve mucho tiempo. Allí un dirigente en una charla me dijo que que yo necesitaba encontrar un trabajo fijo. Héctor Tedín era secretario en el Superior Tribunal de Justicia y me dijo que se abría un concurso para tres puestos, y que si sabía dactilografía me presentara. Practiqué hasta el momento de la prueba, me fue bien e ingresé para desempeñarme en la Cámara de Apelaciones”.

 

Estuvo siete años y tuvo “un gran crecimiento gracias a ese trabajo, y me quedaron maravillosos recuerdos y amistades de esa época”, rememora.

 

Catorce horas por día.

 

“Para ese entonces, yo había incorporado el club Belgrano y a Racing de Eduardo Castex, donde viajaba todos los viernes a dar clases de gimnasia”, precisa.

 

Trabajaba 14 horas por día, porque además de hacerlo en la Justicia, de allí iba al club de Villa Alonso. “La gente me miraba porque iba por la calle con esos grabadores grandes (parecían una pequeña valija) para dar las clases… Una señora que vivía enfrente me esperaba con un plato de comida en su casa porque decía que yo no debía dar la clase sin almorzar… Eso es inolvidable”, resume.

 

Eran tiempos de mucho laburo, “aunque por suerte tenía todo más o menos cercano. Vivía en el primer monoblock de Luro y Padre Buodo, mi trabajo en la Justicia estaba a pocos metros y de ahí al Club Belgrano... Un día, mirando desde la terraza vi un local sobre Mariano Rosas, y dije: ‘ahí voy a poner mi espacio para dar clases’. Y así fue. Obviamente me traje a todas mis alumnas de los clubes, y, por lo tanto, el inicio fue buenísimo”, evoca.

 

Danza Jazz, furor.

 

En ese local iba a empezar “a impartir clases de danza jazz, un furor en ese momento… ¡”Era la época de Flash dance y parecía que todas querían bailar!”, agrega Yayo.

 

Sin conocer demasiado del tema me parece recordar que había unos pocos espacios para esas actividades: el de Ruth Elizalde, el Gimnasio de Laura (Eyheramono), el de Edith Mazzoni; y de danzas de Noemí Chejolán y Ana María Socolovich de Di Narde.

 

Lo de Yayo era extenuante, pero no aflojaba_ “Salía de Tribunales y a las 14 comenzaba a dar clases. Daba siete horas seguidas, con un recreo de una hora. Fueron varios años así, hasta que decidí dejar mi lugar en la Justicia”, relata.

 

Una gran movida.

 

A partir de ahí se dedicó de lleno a la danza y a la gimnasia. “Con los grupos de danza jazz hacíamos espectáculos, viajábamos a encuentros de perfeccionamiento… era una movida muy grande. Si hasta nos dimos el gusto de hacerlo en los teatros Ópera y el Coliseo en Buenos Aires. Hoy, visto a la distancia, tengo que decir que fue maravilloso, y saber que han pasado varias generaciones por mis clases me hace muy feliz”.

 

Yayo tenía sus planes, a lo mejor no muy explícitos, pero iba a ir por más. “Desde Mariano Rosas me mudé a Luro y Alem, arriba del legendario ‘Rancho de la Ruta’, y ya había empezado a pensar en el próximo proyecto: tener mi propio gimnasio”.

 

Nace “Buena vibra”.

 

Consiguió comprar el terreno y al tiempo comenzó la construcción. “La primera etapa fue la planta baja que se inauguró en junio de 1994. La segunda fue la parte del primer piso y se inauguró en diciembre de 1997”.

 

No quiere dejar de mencionar que “hubo una persona muy importante que

 

acompañó y ayudó a construir este sueño: Juan Carlos, el padre de mi hija. Él vivía en Buenos Aires y se mudó a Santa Rosa, lugar que eligió y donde permanece. Esta historia de amor sigue con la construcción de nuestra casa porque hasta ahí yo vivía en el gimnasio, que la terminamos en diciembre de 1998”.

 

En realidad la historia con Juan Carlos Montero, que así se llama el hombre, es fantástica. Y ya se verá por qué (ver aparte).

 

Llega Victoria.

 

De todos modos, de entrada las cosas no se presentaron como Yayo hubiese querido: “Me costaba acostumbrarme a vivir en la nueva casa, lloraba, no la pasaba bien, e incluso algunas veces volvía a dormir en el gimnasio (donde tenía armado un pequeño departamento)… Pero una noche mi hermana Liliana me dice: ‘estas embarazada’. Marita fue a comprar una prueba de embarazo, y así fue: el 5 de enero de 1999, junto a mis hermanas, supe que iba a ser mamá”, casi como un regalo de Reyes,

 

“Siempre digo que la vida ha sido tan generosa conmigo que hasta eso me regaló, la posibilidad de ser la mamá de Victoria. Ella se crió en el gimnasio, e incluso desde allí iba al jardín, la escuela y el secundario. Por otra parte nunca dejé de trabajar junto a Juan”, completa Yayo. Están separados, pero mantienen una hermosa relación… “Voy a la pileta de su casa todos los días, y compartimos asados y juntadas”, agrega.

 

Se aproxima el final.

 

Hoy “Buena vibra” aún funciona, pero ella tiene decidido que en pocas semanas más habrá dejado de trabajar. “Por allí pasaron muchos y muchas profes que después siguieron sus propios proyectos… Y no los nombro porque seguro voy a olvidar mencionar a alguien”, justifica.

 

Hoy el espacio de planta baja –salvo cuando la misma Yayo da alguna clase, está ocupado por Belén Echenique con danzas clásicas; y arriba el gimnasio está a cargo de Dante Rambur. “¿Si ellos van a seguir? Estamos viendo qué va a pasar…”, duda.

 

Lo que viene.

 

Lo que es seguro es que Yayo se retira. “¿Qué voy a hacer ahora? Por un lado retomar la costumbre de viajar”, afirma. Ha visitado Portugal, España (tiene familiares en Málaga), México, Brasil, Dominicana, Italia, Uruguay y Chile. Y también estuvo en Miami. Dice que no le molesta andar sola, porque tiene facilidad para relacionarse “y así hacer conocer gente de diversas culturas”.

 

Pero además va a tener “todo el tiempo del mundo, para mí, para juntadas con amigas y amigos; ¡para disfrutar de una buena copa de vino, que no puede faltar!”. Y se le dibuja una sonrisa en el rostro que, se me ocurre, no hace más que exponer que es una persona feliz. Y de verdad, no todo el mundo puede exhibir una condición similar.

 

Una persona agradecida.

 

Yayo no quiere dejar de agradecer: “A mi padre, que me enseñó y dejó el legado del trabajo; a mi madre, tan visionaria y guerrera; a la abuela Bernardina, que nos recibió en su casa; a Juan Carlos, y a mi hija Victoria, por estar presentes en este largo trayecto. A esas vecinas que me acogían como una hija y me preparaban un plato de comida antes o después de mis clases: Yoli, Alicia y Laura. A los profes geniales que trabajaron conmigo, a alumnas y alumnos; a esas niñas y adolescentes que iban a bailar y con su esfuerzo lográbamos resultados maravillosos. Y a sus padres por confiar”.

 

Y resume. “Tuve y tengo una vida maravillosa, con los dolores naturales de pérdidas y ausencias, pero siempre rodeada de amigos, alumnos, y familia.

 

Besos al cielo a los que partieron… A todos los recuerdo con mucho amor”. Y deja para el final la frase hecha canción: “Sí, gracias a la vida que me ha dado tanto…”.

 

Una hermosa historia.

 

Yayo cuenta con gracia las circunstancias en que se conocieron con Juan Carlos Montero, padre de su hija Victoria.

 

“Habíamos estado en Misiones con un grupo de chicas en un encuentro de danza jazz. Andábamos en una de esas Trafic donde se viajaba todos apretados… me acuerdo que yo venía en la butaca al lado del único chofer dándole charla para que no se durmiera. Sí, esas cosas pasaban”, se ríe.

 

La cuestión es que al llegar a San Nicolás, en Santa Fe, pararon a descansar y tomar algo en una estación de servicios. El grupo entró en una alegre estudiantina y las chicas vieron que en una mesa había un señor que estaba con una mujer y un chico: “Empezaron a bromear y me decían algo así como ‘mirá Yayo que bueno que está…’. Pavadas para reírse un rato”.

 

Mensaje en el parabrisas.

 

“La cuestión es que cuando salimos del lugar habían averiguado que el hombre andaba en un Renault 18 rojo… y le habían escrito en el vidrio: ‘Llamame, mi nombre es Yayo’ y pusieron mi número de teléfono. Las reprendí un poco, pero no le dí más importancia”, narra hoy la profe.

 

Algunos meses después , en el departamento que compartía con una amiga hubo una llamada telefónica: “Quisiera hablar con ‘Yayu’ por favor”. La joven le indicó que no estaba en ese momento, pero más adelante el hombre volvió a llamar y esta vez sí atendió Yayo. “Pasó que se había borrado un poco la ‘o’ y quedó una ‘u’. Bueno, me dijo que quería conocerme, empezamos a charlar, a escribirnos... hasta que lo conocí en Buenos Aires. Para ese entonces él se había separado…”.

 

Juan le contó que había viajado hasta Buenos Aires sin borrar la inscripción, para no perder el número anotado en el parabrisas.

 

Hermosa relación.

 

¿Y entonces? Empezó una relación que se hizo cada vez más importante, hasta que el señor le propuso venirse a Santa Rosa. “Él vivía en Munro y hacía pintura industrial”, precisa Yayo.

 

Obviamente era una movida que ella no esperaba, que él se viniera. “Juan sabía que no iba a ser al revés… que no iba a dejar mis cosas para irme a Buenos Aires… alguna amiga me alentó: ‘Sos una persona libre… animate’. Y bueno, él se vino. Empezamos a trabajar juntos en el gimnasio, Juan ocupándose de la logística, de la parte administrativa y tuvimos una relación increíble… Tanto que tenemos a Vicky como el más hermoso fruto de esa historia… Hoy seguimos siendo grandes amigos”, concluye sobre una bella historia de amor.

 

Una vida en tres imágenes

 

En familia.

 

Juan Carlos Montero, Yayo y Victoria, la hija que hoy se encuentra estudiando y vive en Capital Federal.

 

En el gimnasio.

 

La profesora en plena sesión de estiramiento. Por sus clases en “Buena vibra” han pasado miles de alumnas.

 

De vacaciones.

 

Yayo Marín, muy relajada en una playa, en uno de sus tantos viajes. Entre sus planes futuros está el de seguir recorriendo el mundo.

 

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