Cuando se funden realidad y ficción
Hubo otras épocas en que, además de palabra impresa “seria”, había otra clase que conjugada con el dibujo artesanal conformaba un hecho cultural notable: la historieta; el “tebeo” como lo nombran los españoles o el “comic” que utilizan los norteamericanos, que posiblemente fueron sus creadores.
Walter Cazenave *
Hay un detalle singular: por los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado la historieta argentina fue una de las mejores del mundo, si no la mejor, destruida después por golpes militares, censuras, exilios y crisis económicas que acabaron o disminuyeron su calidad. Parte de ella estaba basada en que sus autores fueron capaces de mirar hacia adentro del país y dejar de lado lo que venía desde afuera, el Hemisferio Norte especialmente, en relatos y aventuras siempre poblados de superhombres (recién aparecían las “supermujeres”) personajes infalibles, más o menos “campeones del bien”, pero alejados de nuestra realidad argentina y latinoamericana.
Un ejemplo cabal de aquellas obras donde emergió una forma de la argentinidad fue la tira Evaristo, de cuya aparición en las revistas Superhumor y Fierro, en 1984, se cumplieron en el presente cuarenta y un años. Su originalidad estaba allí nomás, a la vuelta de la esquina como quien dice, porque el protagonista estaba inspirado en un personaje real de esos días: el comisario Evaristo Meneses.
Policial negro.
Reeditadas no hace mucho la estructura formal de la historieta responde al llamado “policial negro”, un género duro, realista y, en general, opuesto al meramente detectivesco.
La historieta apareció en días en que “la pesada” porteña se hacía sentir en asaltos, crímenes y tiroteos a través de delincuentes como el Loco Prieto, Yiya Murano o el asesino del martillo. Esos personajes, incrementados en la información periodística, creaban una atmósfera de inquietud o miedo en la capital del país y en ese ambiente encajó la aparición del comisario Evaristo Meneses, a cargo de la sección Robos y Hurtos de la Policía Federal, un policía singular, implacable con cierta clase de delincuentes pero con códigos propios que el hampa respetaba. Para ir del personaje real a la historieta solamente había que dar un paso.
Lo dieron Carlos Trillo y Francisco Solano López, argumentista y dibujante, que supieron aunar en una historieta el ambiente, la cotidianeidad y el carácter porteño de esos años. Todo bajo el sugerente nombre de pila de la persona verdadera, real: Evaristo.
Un Buenos Aires que ya no es.
La leyenda popular, que tan bien aceptó el público en la historieta de aquellas notables publicaciones presenta un Evaristo, morocho, ocultamente sentimental, adusto, llegado a Buenos Aires desde el interior del país, retraído, con algunas reglas supérstites de lo que todavía se consideraba honor criollo y que se remontaban al siglo pasado Un dato muy importante en la evidencia definitiva de su personalidad es que no permite la tortura en su sección, venga de donde venga. El rasgo, claro, evidencia el de los autores.
La tira refleja con calidad el Buenos Aires de los años ochenta, sin eludir la atmósfera política de golpes militares que pretendían salvar al país, o publicidades ya pretéritas.
Es admirable el dibujo de Solano López que, con líneas sencillas pero a menudo profundas, sutiles, retrata aquella ciudad que quedó atrás en el tiempo y en sus valores sociales. Argumentista y dibujante no eluden reflejar en un dibujo real y prolijo, conmovedor a veces, los andurriales de las villas miseria que comenzaban a caracterizar la urbe por esos tiempos. Tanto es así que en uno de los episodios refleja abiertamente los problemas en que se ve metido este honesto comisario cuando “pisa los callos” de alguien que está muy arriba y advierte la inminencia de un golpe de Estado. Por algunos rumores que corrían en aquella época se puede pensar que ese argumento tuvo una base real. En la historieta las postergaciones laborales que sufre el policía tienen, precisamente, un fuerte tufillo a cosa verdadera.
Entre la realidad y la ficción.
Precisamente allí, en esa mezcla de realidad y ficción que se entrelazan en forma muy sugerente, radica uno de los mayores atractivos de esta historieta. Algunos episodios glosan de hechos verdaderos. Acaso uno de los que mejor barajan aquella realidad volcada a una tira es el que alude al secuestro del refugiado nazi Eichmann por parte de comandos israelíes, un hecho que sacudió al país en varios aspectos. También el caso del famoso “loco del martillo”, entroncado con las necesidades y angustias de los habitantes de los barrios humildes por la falta de agua.
Evaristo no desdeña esa gente, como que parece provenir de ellos y ejerce una cierta forma de vida cotidiana que va desde golpear a uno de sus subordinados por pegarle a un chico de una villa hasta aceptar los servicios de una prostituta. En esos enfoques múltiples ironiza acerca de la identidad de quién lanzó un rumor sobre un tratante de blancas con el que la justicia ha sido muy leve y que al ser encarcelado los presos no perdonaron.
Por estos días, cuando una versión televisiva de El Eternauta revive el auge de aquellas historias dibujadas, parece pertinente una reflexión sobre una de las mejores historietas nacionales de todos los tiempos.
* Colaborador de Caldenia
Entrevista
La tentación, la originalidad del trabajo y el éxito obtenido por la tira hicieron difícil para los autores no ir más allá: solicitaron y obtuvieron una entrevista personal con el comisario. Meneses los recibió en su modesto departamento de Parque de los Patricios, donde solía matizar sus horas haciendo pinturas al óleo. No se mostró sorprendido por el encuentro. Modesto, estimó que algunos de los rasgos de su alter ego historietístico acaso estaban un poco exagerados pero con amable ironía opinó que “lo dibujaban demasiado gordo”. Con intención de venganza a la puerta de su casa nunca llamó nadie de quienes hizo encarcelar. Se decía que los caudales que se recuperaban y no tenían destino explícito, iban a parar a un fondo para ayuda de los hijos de los delincuentes condenados.
Personalidad y ambiente
Su hábitat, poblado de héroes y fallutos, de leales y traidores, de obsecuentes y rebeldes, se ordena siempre según la perspectiva que él tenga sobre el valor de las cosas, los hombres y las mujeres. Clásico exponente de un machismo que hoy suena anacrónico, fuera de lugar, algo discriminatorio y bastante violento. Pero que en ese entonces marcaba, a falta de miedo, la diferencia entre el respeto y la irreverencia, entre la vida y la muerte. Reflejo del tácito código de convivencia que Evaristo pactó con la ciudad y sus habitantes, con el mundo del trabajo y el reino del hampa, con las calles, el puerto, los puteríos, los sótanos oscuros y clandestinos, las villas miseria…)
Son lienzos narrativos donde construir ese rompecabezas sombrío, usurpado por los grises de una cotidianeidad urgida y sufrida, ordenada por el sentido del deber de un hombre que conoce las expresiones delictivas de la cultura marginal y la práctica empresaria. Y sabe que su deber es impartir Justicia, no sólo hacer cumplir la Ley.(…) Una historieta así no sólo debe ser celebrada, merece ser leída y releída con los ojos hambrientos y las neuronas atentas. Fernando Ariel García (Tomado de Internet)
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