Jueves 25 de abril 2024

El silencio en Atahualpa

Redaccion Avances 11/09/2022 - 12.00.hs

Atahualpa Yupanqui dice: “Hay milongas para la diversión, para la meditación, para la muerte” o como dice Borges en su Milonga del Muerto “morir es una costumbre que suele tener la gente”.

 

Ernesto del Viso *

 

Mucho anduvo de y con milonga, el trovador don Ata, que a veces pregonaba el silencio y ocasiones, aunque sonaba contradictorio, le tenía rabia a ese silencio, a esa palabra no expresada, a esa intención sensible no manifestada, que deviene en sumadas pérdidas, en logros no logrados y sobre todo en felicidades fracasadas por no esgrimir un te quiero a tiempo. Es el amor aquel que hace señas y uno no exhibe respuesta y se consume en ese fuego interior, que quema bien adentro de todas nuestras entrañas (y a fuerza de ser callado/callado me consumí”).

 

Tal vez un exagerado recato paisano que a fuerza de silencio guarda su mejor canto dentro suyo y no lo comparte, no lo socializa (“y lo mejor de mi canto/se queda dentro de mi”). 

 

Podríamos decir que estamos ante la represión interior del hombre que provoca resignación; donde cae vencido el verdadero sentimiento ante un silencio que su propio ser determina. Acá no existiría una forma, a través del silencio, de reflexionar, de ahondar en las cosas y el espíritu de las cosas para hallar la revelación y exornarla en una poesía o letra. Más bien un gran vacío, lejos de toda búsqueda. Represión “violenta”, diría Eliana E. Abdala, donde el silencio oprime al no manifestar palabra alguna. Por eso la rebelión del poeta en toda esta milonga que ya comentaremos: “Le tengo rabia al silencio”. 

 

Como buena existencia humana, Yupanqui contradice, por momentos, a este tiempo de silencio que pretende alejar en pos de mejor estadía espiritual y felicidad y es cuando dice en su alegato a cómo cantar Bagualas: “Rodeao de silencio / se canta mejor”. Esto se acerca al pensamiento latinoamericano de Rodolfo Kusch que en su libro “América Profunda”, hablaba de la hostilidad del mundo que nos circunda, la clara imposibilidad de agarrarnos de algo para nuestra salvación. Mundo de inseguridades, que nos lleva a usar al silencio cuando se habla, como posibilidad de cavar profundamente en nuestro interior, desandar sendas internas en busca de un desvelamiento que casi nunca se nos aparece o no llegamos en la certeza que buscamos. Y allí está precisamente un personaje de Yupanqui, rodeado de franca pobreza, atado a un solo sueño, el de tener un caballo, quimera que lo mantuvo firme en la tierra hasta el final de sus días en su rancho “chiquitito” cerca de un cañaveral. Es decir, la pobreza que lo rodea como elemento cierto de toda hostilidad que plantea Kusch pero con todo un silencio, que al decir de Yupanqui: “…lo demás era silencio / y era cuando hablaba más” (“Eleuterio Galvan”). (Larga duración titulado: “Mi tierra te están cambiando” Sello EMI Odeón SAIC – 2/1/1973 – Argentina).

 

Vidala del Silencio.

 

Desde distintos vectores y con propuesta distintas, Yupanqui asoma su sentimiento, su pensamiento. Va y viene hacia y desde el silencio, pero muchas veces demuestra impaciencia, ansiedad derramada en sus quehaceres. Pero siempre aguarda esa cristalina nota de silencio que le muestre, en sonora forma, cómo es el silencio cuando irrumpe en el sitio del son.

 

No es novedad ninguna, que el silencio protagoniza todo inicio de una obra musical, así también Daniel Baremboin. Ese espacio de tensión que anticipa el desarrollo de una idea musical, es el reino del silencio: majestuoso, anticipatorio, inaugural. Grandilocuente sin elocuencia. Aparcero de la intriga y el desandar de la rítmica. Otras, en connivencia con el olvido, desalienta la memoria y entra a tallar el desconocimiento, el desinterés por aquella tradición oral que se alejó en los tiempos y a fuerza de ponchos duros de negligencia y omisiones, que lo cubren todo, puede acaecer lo que don Ata advierte en su “Vidala del Viento” ( libro La Capataza”–Ed. Cinco– 1992): “Como una vidala errante/por este mundo pasé. /Cuando me tape el silencio/ya ni vidala seré”. Yupanqui deja clara en esta estrofa, otra posible funcionalidad del silencio.

 

¿Puede uno pensar que el silencio colorea paisajes, comarcas o coplas?, bien es así, el vate lo reflexiona, lo asimila en su última copla al pago tucumano que con los años y la musicalización de Pedro Aznar, será “Vientito de Tucumán” con maravillosa interpretación de Mercedes Sosa. Hay allí una pena que ofrenda la despedida, una pena profunda que ha de hallar su expresión en varias obras de Yupanqui, pero en esta que citamos, la tristeza va de la mano de la copla que es paisaje, camino, soledad y su color es el silencio: “Tiene el color del silencio./Del llanto tiene la sal…”.

 

El silencio se constituye en todo un símbolo como certeza de trascendencia en el tiempo y al decir de Eliana E. Abdala en su libro “La poesía de A. Yupanqui – Guitarra dímelo tu” (Corregidor –2007), todo un puente entre aquello que nos rodea y perece en algún tiempo y todo lo absoluto permanente.

 

Precisamente es Abdala, quien en la página 132/33, del libro precedentemente citado, transcribe parte de un reportaje que a Yupanqui le hiciera el 19 de diciembre de 1999, el periodista mendocino Rodolfo Bracelli y donde el trovador le cuenta que hace mucho tiempo atrás, pasó meses y meses y hasta años, preocupado y buscando en su instrumento musical un sonido, un acorde que lo tradujera al silencio. Hasta dos horas por día dedicaba esa tarea de hallar el silencio hecho sonido. Vaya a saber qué lo llevaba a don Atahualpa a esa necesidad de poder traducir al silencio en sonoridad. Hasta llegó a vivir momentos de tremenda desesperación, según sus propias palabras, por eso optó por recalar en la Vidala: “la vidala es un eco que anda buscando la voz”, dice Yupanqui.

 

Y a propósito de la vidala, les acerco un relato de Atahualpa, sobre cómo llega a componer su “Vidala del Silencio”: “Cierta vez, una mañana, en un país de montañas azules, yo miraba una nubes pequeñas, esas que suelen quedar como prendidas en las piedras en mitad de las montañas. El aire ausente, más arriba un cielo azul y abajo la tierra dura, la tierra cálida. Alguien me dijo unas raras palabras, refiriéndose a esas nubecitas blancas, quizás lejanas ya, que hacían muy bello el paisaje, alguien dijo: ‘eso que usted está mirando, no son nubes, querido amigo mío, son vidalas olvidadas, son melodías olvidadas, esperando que alguien comprenda su silencio, entienda su palabra, intuya su canción’”.

 

Poco tiempo después de ese momento, que no se puede traducir cabalmente, pues está más allá de mi entendimiento, nacía una “Vidala del silencio o Preludio andino Nº 2” (Sello Le Chante du Monde /LDX 74697 – 1979 Francia – Album Vidala del Silencio, también editado en Argentina por la EMI – Odeón SAIC en 1978).

 

El silencio como herramienta.

 

El padre Fernando Boasso, ha dejado dos libros muy interesantes sobre A. Yupanqui. En uno de ellos titulado “Atahualpa Yupanqui, hombre misterio” (Guadalupe – 1983), recuerda al Chavero que desde muy joven, “juntaba en las esquinas de la tarde, el necesario silencio para entender los misterios que rodean la vida, al tiempo, a la música, al camino, al hombre”. Asimismo en el “Canto del Viento”, Atahualpa asevera que “para interpretar milongas, uno debe profundizar el misterio del paisaje, el silencio y el anhelo del paisano”.

 

Una constante nombradía del silencio: “Un día monté a caballo/y en la senda me metí/ Y sentí que un gran silencio/ crecía dentro de mi”.

 

Boasso habla de que en Atahualpa, siempre hay en el inicio de la composición de una obra, un necesario silencio reconcentrado y fuente de reflexión necesaria, una capacidad de meditación, de imprimación de todo aquello que se desea contar y cantar, y descubrir finalmente lo bello y lo importante de esa cosa. Por eso Boasso nos habla de dos instantes o momentos en la creación yupanquiana: “un primer momento de plena interioridad silenciosa y solitaria, la cual germina y se articula en un segundo momento, en el canto, que a su vez necesita acurrucarse en el silencio, construyendo así un ciclo que se repite de palabra – silencio”.

 

Pero es el mismo Yupanqui, que en un comentario que debe realizar, por un pedido especial, sobre Mercedes Sosa, dice: “El canto se abre después de haber vencido al fuego y al silencio. Es una flor recién amanecida que expande su aroma frente al milagro de un destino nuevo y a la vez antiguo: el ansia de comunicación”.

 

Comunicar, es el verbo de la inter-relación con el semejante, pues existe una necesidad cierta de decir algo, previamente reflexionado en la soledad del alma propia, en la inmensidad de la llanura apasionada, en indagar en aciertos y precisión lo que a esa alma le ocurre. Luego si, se canta, sin alaridos, sin tanto ruido, porque el que se larga a los gritos, dice Yupanqui, no escucha su propio canto, en su ya clásica “Milonga del solitario”. Entonces si, se concreta aquello que en el “Payador perseguido” manifiesta: “de mi silencio he salido/pa’preludiar mi dolor”.

 

Tal vez nuestro cantor sabría de aquello del poeta San Juan de la Cruz que animaba su pensamiento diciendo que quien se torna contemplativo, florece en música de silencio. Pero también atendía a aquellas personas del norte que supiera en valles y quebradas, y que se denomina: “El escuchado”, gente de un escaso vocabulario donde unas 200 palabras alcanzaban para citar el mundo y sus cosas; allí residía también un gran silencio donde la palabra solo tiene lugar cuando es más importante que ese silencio que existe.

 

Lloran las ramas.

 

La vidala y la milonga como especies líricas, han sido fieles herramientas para que el cantor exprese sus ideas. A veces poéticas literarias como “Le tengo rabia al silencio”, otras en sonoridad absoluta como la ya mencionada vidala o preludio andino Nº 2. Y al citar esa especie de introducción musical a otras, recuerdo los 28 preludios, pequeños, no acotados en intensidad, que compuso para la película de su obra literaria “Cerro Bayo”, que se conoció en los años ‘50 del siglo pasado como “Horizontes de Piedra”. Pienso que allí expresa un recogimiento muy digno del silencio, más cuando se trata de retratar el dolor de ese niño que el personaje principal encuentra, bajando del cerro, que trae en su corazón todo el dolor que inspira la muerte de su madre. Aquí la vidala se llama: “Lloran las ramas del viento”.

 

Alguna vez le contó a Antonio Carrizo, en la televisión pública, la historia de esa obra musical que no tiene texto, pero que conlleva en su ominoso desarrollo sonoro, aquella vivencia del niñito bajando al pueblo en procura de su padrino, porque arriba, en la cumbre, su madre, había marchado pal’silencio, de golpe.

 

La escena del pequeño en las alturas tal vez haya sido el de él mismo, con sus escasos 9 años de edad: sepultar a su mamá. Luego emprender la bajada a la villa, ubicada al costado de la Quebrada de Humahuaca.

 

La mañana del deceso de esa señora, allá arriba y a decir del propio niño a don Ata, o al pensamiento de don Ata, luego traído al decir de su voz, fuera de mucho viento, provocando el “soliviantado” de los Irus (pajas bravas).

 

Esa puesta de la trama funeraria, le han hecho pensar a Yupanqui, que al no poder rezar ese niño ante la tumba de su madre, el viento fuerte en esa cumbre, ha dicho las cosas que el niño no pudo decir, y entonces de ahí nace “Lloran las ramas del viento”, otra búsqueda del recato sonoro, del silencio porque hay que orar sobre el misterio de la muerte. (Programa en ATC con Antonio Carrizo y grabación para la Odeón en 1955 disco titulado “Arenita del Camino” – VoL. Nº 9 y en 1967 en disco denominado “A la noche la hizo Dios” – Sello Odeón de Argentina. Grabación efectuada el 18/8/1967).

 

Le tengo rabia al silencio.

 

Pero a la vez que hay pudoroso silencio en esta materia, porque así lo impone el acuerdo tácito paisano, hay una especie de resentimiento por aquello que se calló, por no haber expresado su amor. El ejemplo más claro se da en su milonga “El silencio” que aparece como poema o cantar argentino en su cuarto libro denominado “Guitarra” (editado en 1954) y que con su ya instalada melodía sobre el poema, conoceremos como “Le tengo rabia al silencio”. Decía que en esta obra, hay dos cuartetas que plantean, sin ambages de ninguna especie, lo que se pierde con la actitud del silencio en determinados momentos, sobre todo en aquellos donde el amor da su presente para halagar el corazón y el alma:

 

“Le tengo rabia al silencio

 

Por lo mucho que perdí.

 

Que no se quede callado

 

Quien quiera vivir feliz.”

 

Aquí surge lo sentencioso del paisano, actitud muy de él ya que siempre está presente la reflexión que nace del acontecimiento, en este caso no vivido, no experimentado por el simple hecho de ejercer una represión al sentimiento verdadero que deseaba soltar su paloma de la paz, enamorada.

 

La opresión en toda su intención por el hecho de no decir palabra alguna. Pero tras el consejo – sentencia, que como cuasi mandato sale de la cuarteta inicial, como disparado y porque no desesperado, instando y alertando a todo aquel que se procure horas de felicidad cierta, no acalle nunca el verbo más universal y vinculante entre los hombres: el amor.

 

Pero lo dramático del callarse, el de no un cantar “te quiero”, “te respeto”, lo expone más adelante en la misma obra poético musical citada, cuando dice:

 

“Cuando el amor me hizo señas

 

todo entero me encendí,

 

y a fuerza de ser callado,

 

callado me consumí”

 

Es todo un llamado en cuatro versos y echando mano a la sencillez y profundidad de la copla, que en una sola estrofa nos pone en aviso, sin dejar de lado el recurso de la metáfora que lo dulcifica un poco, sin restarle ribetes de dramatismo. (Le tengo rabia al silencio grabada por Yupanqui en Argentina el 28/1/1956 y también en uno de los primeros discos para Le Chan du Monde en 1968 en segunda etapa, título del disco “Soy libre, soy Bueno”).

 

Buceador hasta el cansancio, don Ata, pasó su vida indagando aquella nota musical que representara el silencio. En fin, tal vez la economía sonora y musical en su más alta expresión. Seguro que sus exigencias no permitieron el logro pleno de semejante inquietud, pero nunca dejó de plantearlo a lo largo de toda su obra literaria y sonora.

 

Así y todo, sentenciaba: “Que no se quede callado / quien quiera vivir feliz” (A.Y.)

 

* Músico

 

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