El sujeto posguerra
Escritores y poetas abrumados por los acontecimientos de la Gran Guerra dejan testimonio de la decadencia de Occidente. El spleen será la marca trascendente para imputar la tensión de lo Real.
Sergio De Matteo *
El spleen baudeleriano, heredado de los griegos y adoptado tanto por ingleses como franceses, también tendrá anclaje en la filosofía de Walter Benjamin y en el psicoanálisis de Jacques Lacan. Esas lecturas críticas interpelan y demuelen la deshumanización que incubó la revolución industrial y el capitalismo. Otros investigadores pondrán en evidencia no sólo la explotación del hombre por el hombre sino la destrucción del planeta por medio del extractivismo salvaje.
Desde ese lugar en plena tensión y conflicto, donde lo exterior influye en la subjetividad, lo público se entrecruza con lo privado y la intimidad estalla en las redes sociales, tanto la literatura como la filosofía o la psicología han tratado de darle asidero al malestar en la cultura y, por sobre todo, la pulsión (Trieb) del propio ser humano.
Spleen de Verlaine.
Paul Verlaine es otro de los poetas malditos, junto a Isidore Ducasse, conocido como el Conde de Lautréamont, Gerard de Nerval, Arthur Rimbaud, que acusó la enfermedad de la época, la del tedio. Su poética está imbuida de la abulia y la aflicción del spleen; su vida es parte del desgarramiento de lo Real, la marginación y los excesos. Dicha desazón la deja explícita en Poemas saturnianos (1866), su primer libro, donde se destaca la serie “Melancolía”, con poemas como “Resignación”, “Nevermore”, “Cansancio” o “La angustia”. En la obra Romanzas sin palabras (1874) aparece el poema “Spleen”, que lo asocia a esa sublimación del vacío por medio del arte planteado por Lacan (“cierto modo de organización alrededor de ese vacío”, 2007), y desde donde conmina a ese mundo y a ese tiempo en que percibe la decadencia del periodo romántico. En ese sentido, Verlaine escribe: “Las rosas eran todas rojas/ y las hiedras eran muy negras.// Querida, si te mueves un poco/ renacen mis desesperanzas.// El cielo estaba demasiado azul, demasiado tierno,/ la mar demasiado verde y el aire demasiado suave.// Temo siempre –¡lo que es de esperar!–/ alguna fuga atroz por parte de usted.// Del acebo de hoja barnizada/ y del reluciente boj ya estoy cansado,// y de la campiña infinita,/ y de todo, menos de usted, ¡ay!”. (Trad. Ramón Hervás).
Spleen de Eliot.
Benjamin manifiesta que “Para el spleen el ‘sujeto trascendental’ de la historia se encuentra enterrado en una tumba” (1982). Esta advocación es interesante para comprender la literatura de escritores que tuvieron signados por la guerra, donde algunos murieron, otros quedaron lisiados y muchos se vieron afectados anímicamente. Frente a la tragicidad del exterminio en masa lo ideal se desvanece en el aire e impele, de alguna forma, a acusar el orden establecido, por eso habrá como respuesta el auge de las vanguardias, el escape sensorial, la irrupción de Artaud y el teatro de la crueldad, etc.
Es evidente que la tierra baldía expresa el derrumbe de una época, especialmente la de Londres de los años 20. La conflagración ronda como antecedente y consecuencia; Thomas Stearns Eliot nos muestra que el quiebre es mucho más profundo. La destrucción de Europa es la marca de la decadencia y la hostilidad del hombre, el instinto de Tánatos sin retorno. “Es el colapso de una civilización, la agonía de Occidente”, señalan Braulio Fernández Biggs y Juan Carlos Villavicencio. El sujeto trascendental es sepultado bajo los escombros de la intemperancia.
El “Spleen”, de Eliot, se publica en Harvard Advocate, en enero de 1910, y refiere: “Domingo: esta satisfecha procesión/ de despejados rostros dominicales;/ bonetes, sombreros de seda y aprendidas gracias/ que, de tan repetidas,/ sustituyen tu dominio mental/ por una digresión sin garantía.// ¡La tarde, las luces y el té!/ Niños y gatos en el callejón;/ un desánimo incapaz de amotinarse/ contra esta estúpida conspiración.// Y la vida, algo calva y gris,/ lánguida, fastidiosa, insípida,/ de sombrero y guantes, de corbata y traje,/ espera puntualmente,/ (como impaciente por la demora)/ en el portal del Absoluto”. (Trad. Bruno Cuneo).
Spleen de Ungaretti.
Giuseppe Ungaretti escribe en 1914 el poema “Noia” (Aburrimiento), donde señala: “También esta noche pasará./ Esta soledad de ronda,/ titubeante sombra de los cables tranviarios/ sobre el húmedo asfalto./ Miro a los conductores/ medio dormidos/ cabecear”. (Trad. Teódulo López Meléndez).
Ungaretti publica en 1916 El puerto sepultado, con una tirada de tan solo 80 ejemplares. El título tiene la intención de enfatizar tanto la experiencia de la guerra como la condición humana, porque los extremos (vida y muerte, felicidad y drama) se tocan y se entrelazan. De la catástrofe de la guerra y del naufragio de la humanidad quizás sea posible sopesar el valor de la vida.
Se podría trazar una relación entre la mirada, en clave lacaniana, de Eliot y Ungaretti; porque ambos nos dan una visión de la tragedia de la guerra, de la destrucción de los hombres, de las sepulturas y las ciudades vueltas escombros. Aún así, en medio de ese horror la poesía habla, muchas veces lo hace a través del testigo, como le complacería a Derridá. El arte se expresa, ausculta el dolor, la melancolía, el tedio, hecha una mirada sobre “el hueso de lo Real”, para otorgarle entidad a ese vacío; como en el poema “Eterno” de Ungaretti, donde inscribe: “Entre la flor que tomo y la que doy/ la inexpresable nada”. Esa “inexpresable nada” acaso sea el vacío que nos presenta Lacan.
Ungaretti recupera el sentido profundo de la palabra: la palabra tiene un nuevo valor, es imposible despegar a la palabra de la realidad, busca incansablemente su esencia. El arte organiza ese vacío (esa sensación de vacío). Pues, no solo lo organiza sino que posibilita el encuentro con la tyche. Entendiendo la función de la tyche de lo Real como encuentro. La poesía es reencuentro en la casa del ser.
Spleen de Roethke.
Ahora con Roethke se descubre otro dolor, otra temporada en el infierno de hombres y mujeres; una desesperación que cruza por la modernidad y la postmodernidad del mundo, de la humanidad, elaborando sus postales finales, su lenguaje aniquilador. Sin embargo siempre acuden en auxilio las imágenes dialécticas de Benjamin, que, en intercambio epistolar, Adorno le resalta: “son constelaciones entre las cosas alienadas y la significación exacta, detenidas en el momento de la indiferencia de muerte y significación” (1998).
En la lectura benjaminiana chocan y chisporrotean alienación y redención de la sociedad de masas moderna. Esa política de imágenes devuelve la historia a los vencidos, para describir al ángel respondiente –ese retrato que habla– y lo hace desde la literatura. Por eso la “imagen dialéctica” consiste en “[una] imagen de una estructura contra la corriente y en una imagen de pensamiento de dos fuerzas que, aunque en direcciones contrarias, pueden transmitirse energía una a la otra hacia su respectiva dirección” (Weigel, 1999). Contrastes; sí, contrastes. Lo muerto. Lo vivo. Los días y las noches con sus horarios y opresiones que machacan los cuerpos humanos como si fueran martillos neumáticos. Viene el tiempo que escribe y permite contar, ser contado y contarse. El arte exuda el aliento de los seres como si fuera un cuchillo bien afilado. Y también ahí está el “Dolor”, de Theodore Roethke, que en un poema lírico de trece líneas explora la respuesta de la persona a una vida constreñida en un entorno institucional tremendamente repetitivo. El título del poema establece el estado de ánimo de la tristeza, el dolor, el tedio que no se alivia en absoluto, a medida que los detalles acumulados de la vida de la oficina se ciernen sobre el trabajador y la trabajadora. Existen varias traducciones, desde la de Alberto Girri hasta Raúl Racedo, Elena Soto, Diana Dunkelberger y Marcelo Rioseco, entre otros, pero hemos optado por la que ha realizado Sandra Toro, donde se lee: “Yo conocí la tristeza inexorable de los lápices,/ prolijos en sus cajas, el dolor del peso del bloc y del papel,/ toda la miseria de las carpetas manila y del mucílago,/ la desolación inmaculada de los espacios públicos,/ la recepción solitaria, el baño, el conmutador,/ el pathos inalterable del cuenco y el aguamanil,/ el ritual del multigraf, el clip, la coma,/ la duplicación interminable de vidas y de objetos./ Y vi colarse el polvo de las paredes de las instituciones,/ más fino que la harina, vivo, más peligroso que el sílice,/ por las extensas tardes de tedio, invisible casi,/ dejando una película sobre uñas y cejas frágiles,/ glaseando el pelo desteñido, las caras grises y duplicadas de siempre”.
Tras el aura.
Este spleen identificado por los griegos pasa por la ilustración, el romanticismo y la modernidad, para instalarse sobre los cuerpos de los hombres y las mujeres actuales bajo el influjo de las ciudades, de las complejas relaciones sociales. Bajo dicha mirada (o lectura), Benjamin señala en su obra Poesía y capitalismo que el spleen baudeleriano “expone la vivencia en su desnudez. El melancólico ve con terror que la tierra recae en un estado meramente natural. No exhala ningún halo de prehistoria. Ningún aura” (1999). La pérdida de aura ante la repetición de la revolución industrial, del consumismo constante impuesto por el mercado, por la sociedad del espectáculo –de acuerdo a Guy Debord–, forma parte de un mundo que se ha ido anquilosando por la explotación. Por eso estos autores vivieron la “sensación de modernidad” como pérdida de la “aureola” del artista, pero no a modo de genio, de ese pequeño Dios que enaltecía Huidobro, a los que Nicanor Parra bajó del Olimpo, sino que las obras únicas se convertían en mercancías seriadas. Pero por medio del spleen, desde el vacío organizan (desde la mirada lacaniana) el arte como refracción del universo y observan, como resalta Haroldo de Campos, la “disolución del aura en la vivencia del choque”. El choque, el spleen, el vacío, infieren y propulsan variaciones de la creatividad, de la experiencia profunda de la materialidad humana del existir.
Para cerrar se destacan dos ideas de Benjamin (Libro de los Pasajes) para este acercamiento al spleen, a la melancolía, al tedio, a la crítica de la modernidad o capitalismo, donde se halla que “El spleen de Baudelaire es su dolor por la decadencia del aura” y “La conciencia del que cae en el spleen nos ofrece un modelo en miniatura de ese típico espíritu del siglo al que hay que atribuirle el pensamiento que se configura como eterno retorno” (1982).
Ese eterno retorno se organiza en torno a la vida, a los mitos, a los símbolos, a los significantes; y es donde Lacan visualiza o entiende al arte como sublimación del vacío, como “cierto modo de organización alrededor de ese vacío”. Entonces Baudelaire, Verlaine, Eliot, Ungaretti y Roethke con sus obras, con sus miradas sobre lo Real, sobre “el hueso de lo Real”, le otorgan entidad a ese vacío, al spleen; nos muestran las posibilidades del existir.
* Colaborador
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