Jueves 25 de abril 2024

El vacío roe los huesos

Redaccion Avances 16/01/2022 - 11.00.hs
Imagen de Charles Baudelaire, 1855. Fotografía de Nadar.

 

Charles Baudelaire popularizó el concepto de “spleen”, aunque ya había sido utilizado antes por Tomás de Iriarte en un poema en el siglo XVIII. Esta palabra definiría muy bien el estado anímico de los sujetos contemporáneos bajo el impacto del capitalismo.

 

Sergio De Matteo *

 

En cierta literatura como en determinada filosofía se ha destacado la palabra spleen. Es interesante su etimología, porque en inglés spleen se traduce como bazo, melancolía, aunque tiene su descendencia del griego. En ese sentido, los helenos (Hipócrates) pensaban que el bazo segregaba la bilis negra por todo el cuerpo y esta sustancia se asociaba con la tristeza.

 

Spleen (en francés) representa el estado de melancolía, de tedio, sin causa definida, o de angustia vital de una persona. Fue popularizado por Charles Baudelaire, pero ya había sido utilizado el término antes, por Tomás de Iriarte en un poema en el siglo XVIII.

 

Podría decirse que este vocablo en la actualidad se encuentra en desuso; aunque, sin embargo, definiría muy bien el estado anímico de los sujetos contemporáneos bajo el impacto del capitalismo, porque se caracteriza por un indicio o señal de pena, aflicción, pesadumbre o desconsuelo. A ese tedio de la vida se le conoce como “esplín”.

 

El diccionario de la Real Academia Española acepta la grafía “esplín” que utilizara el poeta y dramaturgo español Tomás de Iriarte (1750/1791), cuando escribe la “Definición del mal que llaman esplín” (del inglés spleen): “Es el esplín, señora, una dolencia/ que de Inglaterra dicen que nos vino./ Es mal humor, manía, displicencia,/ es amar la aflicción, perder el tino,/ aborrecer un hombre su existencia,/ renegar de su genio y su destino,/ y es, en fin, para hablarte sin rodeo,/ aquello que me da si no te veo”.

 

 

Spleen/Vacío.

 

En dos obras Baudelaire habla del spleen. En “Spleen e Ideal”, que es el título de la primera sección de Las flores del mal (1857), y en Los pequeños poemas en prosa, conocidos también como Spleen de París, que escribe entre 1855 y 1864 para diferentes revistas literarias, y que se publica de forma póstuma en 1869. Estos textos concentran determinada recurrencia: cosmovisiones urbanas en las que domina el spleen, repulsión a la emergente revolución industrial y la modernidad, la pérdida de la creatividad artesanal.

 

Entonces, tenemos que el spleen es una sensación de vacío, de oscuridad, de tedio abrumador, de disgusto que se convierte en desesperación, de rutina laboral obligada y repetitiva; es el cansancio de cada mañana donde las personas cumplen funciones y retornan agotadas al finalizar el día. Baudelaire lo expresa en el poema “El crepúsculo de la tarde”: “El día termina. Un gran sosiego se genera en los espíritus pobres, fatigados de la labor de la jornada, y sus pensamientos toman ahora los colores tiernos e indecisos del crepúsculo” (Livre de Poche, 2003).

 

Más allá de la situación de agobio y la sensación de hastío que describe Baudelaire, es decir, de lo que sucede en la realidad de millones de seres humanos, siempre hay un intersticio, hay un lugar desde donde simbolizar las situaciones límites, y a esa posibilidad la habilita el arte. Jacques Lacan comprende el arte como sublimación del vacío, como sublimación de la pérdida que causa el paso de lo Real a lo Simbólico. El arte se interpreta como una “trampa” a la mirada, que sirve para capturar, por un momento, esa plenitud que ya es imposible volver a retener. Por lo tanto, por medio de la lectura ácida y crítica de Baudelaire se percibe el panorama de la época, una exégesis (poética) que atrapa dicha realidad.

 

Lo interesante que nos enseña Lacan, es que el arte no obstruye (discurso de la ciencia), ni elude (religión), si no que organiza ese vacío (la sensación de vacío). Pues, no sólo lo organiza sino que posibilita el advenimiento de la “tyche”. Entendiendo la función de la tyche de lo Real como encuentro. En consecuencia, el arte, más allá de la ciencia y de la religión, es representado por un vacío y esto será determinante; porque lo que hace el distingo de estas formas creadas por el hombre/mujer, es la relación que tienen con ese vacío.

 

Baudelaire se relaciona con el vacío, se sublima en una poética que genera una ruptura en la continuidad histórica, por lo que provoca el encuentro con lo Real a través del spleen: “Cuando el cielo bajo y denso pesa como una losa/ sobre el espíritu que gime presa de grandes hastíos,/ y el horizonte que abraza todo el círculo/ nos trae un día negro más triste que las noches;// cuando la tierra se convierte en un calabozo húmedo,/ donde la Esperanza, como un murciélago,/ se va golpeando los muros con su ala tímida/ y chocándose la cabeza contra los techos podridos;// cuando la lluvia que derrama sus inmensos regueros/ imita los barrotes de una vasta prisión,/ y un pueblo mudo de infames arañas/ viene a poner sus hijos en el fondo de nuestro cerebro;// de pronto unas campanas suenan furiosas/ y lanzan al cielo un aullido de espanto/ como espíritus errantes y sin patria/ que se ponen a gemir obstinadamente.// Y un largo cortejo fúnebre, sin tambores ni música,/ desfila lento en mi alma, la Esperanza/ vencida, llora, y la Angustia atroz, despótica,/ sobre mi cráneo inclinado clava su bandera negra”. (Traducción: Américo Cristófalo, 2005).

 

 

Vacío/Aura.

 

Con el poema de Baudelaire queda sobrevolando la idea de spleen, de los cambios que se vivían en esa temporada (en el infierno), que los poetas malditos comienzan a simbolizar, criticar y denunciar; lo que se intensificará a medida que se consolida la modernidad. Es así que en los textos de ese período habrá temas recurrentes: la melancolía, el sobresalto al paso del tiempo, el deseo de infinito, la crítica corrosiva contra la religión o la moral, una aversión contra la sociedad y la hipocresía que la domina y representa.

 

En la línea de pensamiento que se desarrolla, “Lacan nos interpela: ¡aprendan de los y las artistas!, porque se adelantan a su tiempo, nos guían, interpretan su época, iluminan lo opaco, lo no dicho” (Jaime Bacile y Cura, 2015). Para este psicoanalista el arte es “cierto modo de organización alrededor de ese vacío” (Lacan, 2007). Baudelaire con su obra, con su mirada sobre lo Real, sobre “el hueso de lo Real”, le otorga entidad a ese vacío y se convierte en un parte aguas, porque dará fin al ciclo del Romanticismo para abrir paso a la Modernidad, a la cultura del spleen. 

 

Por lo cual, el spleen baudeleriano es como un radiografía anticipatoria del capitalismo salvaje, es decir, escudriña las condiciones sociales y económicas engendradas y que, de alguna u otra manera, evidencia las frustraciones, la imposibilidad de realizarse. Walter Benjamin analiza las relaciones materiales que confluyen para producir las experiencias de la modernidad, una de ellas es el spleen. La poesía de Baudelaire sería, a grosso modo, una vasija (puesta a rodear un vacío central que es su interior), de acuerdo a Lacan, y ubica al vacío como problema central en relación con el proceso de la sublimación, lo que proyecta al arte, rodeando ese vacío, como modo de crear/existir.

 

Benjamin define el spleen como el temple más característico de la sociedad moderna y capitalista, como un “sentimiento de catástrofe en permanencia”. Es la catástrofe que observa el ángel que vuela hacia el futuro y ve los escombros de un mundo implosionado en su propio devenir. El resultado es la obsolescencia a la que se halla condenada cualquier novedad que, en dicha sociedad, no contenga también su genuina superación. Es así que imputa a la serialización de la producción industrial la consiguiente pérdida de “aura” de la obra. En el Libro de los pasajes, justamente, resalta: “El spleen de Baudelaire es su dolor por la decadencia del aura”. Ese hálito rodea las cosas únicas, como si fuera la vasija de Lacan, donde estaría el vacío; por lo tanto el artista o la artista depende de la sublimación del arte para intentar reencontrar “el hueso de lo Real”.

 

En la actualidad no habría muchas diferencias con la época de los poetas malditos, en cuanto a las sensaciones de agobio o presión que siente la gente en algunas de sus actividades. Solamente varía la mediación tecnológica. El ser humano se encuentra apremiado y estimulado por una dictadura de mercado que intercede por medio de algoritmos que generan un consumismo constante y, a su vez, la insatisfacción al no poder lograr todo lo que desea. Es decir, en el siglo XX y XXI, los sujetos/as ha estado (y están) acuciados/as, tanto en lo público como en lo privado, por una obsesión de poseer cosas (de reconocidas marcas), lo que infiere pertenecer a determinado estatus. Entonces hay un apego incoercible a la propaganda, a las pantallas, a las redes sociales, desde donde se promueve una cadena de relaciones –superficiales en general– de hombres y mujeres, de exposiciones (la banalidad de la sociedad del espectáculo), incluso, de consumo desmedido respecto a las verdaderas posibilidades económicas, etc.

 

 

Cosificación.

 

El tiempo cosificado, el que impone el capitalismo (neoliberalismo), no consiente la experiencia y sólo deja lugar para las vivencias circunstanciales del día que pronto se evapora y se olvida. No hay proyecto, no hay historia, no hay lazos emotivos fuertes, sino solo simulacro (Baudrillard), con el consiguiente exterminio de la ilusión (el sueño), la construcción de una hiperrealidad que sobrepasa todo anclaje en lo Real (la Verdad), y una multitud vapuleada y sepultada en lo efímero. Sin embargo, ante la frustración, el tedio, el aburrimiento, se hace necesario el vacío, el spleen. Porque en la vivencia auténtica, como diría Heidegger, hay proyecto existencial, por lo tanto lo histórico como la tradición se sostienen en el estar-siendo (Kusch), permite fundar un lugar (utopía).

 

El spleen expone la máquina que abona la vivencia inauténtica. Las y los artistas como productores culturales buscan retornar a lo Real para que suceda la sublimación, el reconocimiento del vacío. Por lo tanto y a consecuencia de la fricción con el mundo, con la Otredad, Lacan resalta que “el sujeto surge donde surge la palabra, con la invención simbólica, bañado por significantes que le otorgan un lugar”. El lugar fluctúa en una constelación simbólica, donde el spleen, a modo de sublimación, lucha contra el tiempo cosificado. El sujeto/a es dicho por el Otro, por eso “resulta la emergencia de lo que llamamos el sujeto –por el significante– que, en cada caso, funciona como representando a este sujeto ante otro significante” (Lacan, 1996). Entonces, permeado el sujeto en la exterioridad, en los pliegues de su interioridad persistirá la cadena de los significantes, un significante o una letra que siempre falta a la tipografía, su ausencia, su vacío. Baudelaire pervive en el spleen y señala la moneda de canje para tener la sensación de lo moderno: la trituración del aura en la vivencia del shock (Benjamin, 1980).

 

 

* Colaborador

 

 

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