Martes 06 de mayo 2025

La narrativa de Santillán

Redaccion Avances 14/07/2024 - 09.00.hs

Tanto la poesía como la narrativa son parte del universo creativo de Alicia Santillán. Este libro de cuentos resignifica su pasado en un barrio de Córdoba, además de mostrar el mapeo de sus lecturas y la cosmovisión del mundo a través de su escritura.

 

Sergio De Matteo *

 

La memoria, el anecdotario heredado, la lectura y los talleres literarios se fusionan en el proceso creativo de la poeta y narradora Alicia Santillán. Cada uno de esos elementos conforman sus recorridos lectores que retroalimentan su escritura, la cual tiene apoyatura tanto sobre la poesía como la narrativa. Un hilo conductor familiar se extiende con sus hermanas, con los relatos de la infancia, donde emerge un mítico barrio de Córdoba, San Vicente, así como las ilustraciones (Blanca Santillán) y las anécdotas. Ese primer universo se abona con lecturas y el trabajo tallerístico, que se asienta no sólo en los textos en sí, sino que los contextos, las opiniones amplían el registro de comprensión textual, y disparan la imaginación creativa, que se completa con las artes plástica, el cine y la música.

 

- Habías publicado Línea en Fuga en 2019, un libro de poesía, y ahora presentás un libro de narrativa, Estación Reencuentro. Podríamos destacar la ambivalencia entre los géneros, donde tenemos una estética tan concentrada en la poesía, con el trabajo sobre el lenguaje, y la narrativa que da un poco más de espacio para desarrollar ideas.

 

- Sí, es así. Creo que el origen de la escritura tiene que ver con los recorridos lectores, y en este sentido me parece que en mi recorrido lector, el tema de la lectura de cuentos ha sido muy importante, así también como la poesía. Intento escribir en ambos géneros. Es cierto que la narrativa permite, de alguna manera, iniciar con una hoja en blanco y teclear y teclear hasta donde la historia te lleve. La poesía, en cambio, es un lenguaje mucho más reconcentrado, más metafórico, etcétera, y, bueno, no digo que constriñe, todo lo contrario, pero es otra forma de trabajo sobre el lenguaje.

 

- En cuanto a la relación o conjunción de poesía y narrativa, el filósofo Gastón Bachelard plantea, así poetas como Olga Orozco o Roberto Juarroz, que la poesía es de carácter vertical, porque es metafísica, espiritual. La narrativa es horizontal, tiene anclaje en el territorio, vinculación con el lugar donde se vive, con la tierra.

 

- Algunos criterios tienen conexión en estos cuentos y fue algo buscado. Natividad Ponce -quien escribe la contratapa del libro-, resalta que en estos cuentos aparece tanto la realidad como la fantasía, como otros mundos, presencias, personajes que viven algunas situaciones fantásticas. Están muy relacionados con todo eso, casi todos los cuentos.

 

- Por lo tanto, no sólo tienen que ver con la realidad plena, sino también con la espiritualidad...

 

- Volviendo a los géneros y a las distinciones, que las hay, señalo, siempre intento escribir poesía o narrativa; y a veces ambos géneros se cruzan. En la narrativa hay algún renglón en que la poesía está presente, si bien no es narrativa poética; así como también en la poesía aparece la forma narrativa. A veces se busca la densidad del lenguaje, o la metáfora, o la imagen; pero muchas veces uno narra una historia en un poema.

 

- Interesante lo que planteabas en esta comparación de los dos géneros, más allá de que los géneros se mezclan. En ese sentido, muchas obras son ejemplos de esa ruptura de estilos. La poesía, de alguna manera, es más biográfica, más intimista, y la narrativa, especialmente el cuento, que además debe tener una precisión de relojería, tal cual lo plantearan cuentistas consagrados, permite recrear personajes, jugar con tiempos y espacios...

 

- Pienso que es trabajar de otro modo lo biográfico, porque está presente también. En este caso y en este libro, la cuestión de mi origen, porque nací en Córdoba. Ese barrio que referencio, San Vicente, es mítico en la provincia. Está el tema de la memoria, de muchas de las anécdotas que, por la diferencia de edad que tengo con mis hermanas, ellas me cuentan. Entonces tiene que ver con lo biográfico, con la identidad, con la memoria. Lo que es diferente es que una toma la anécdota, que a ha marcado la niñez, la adolescencia, o la vida, que mis hermanas me han relatado, y todo ese material se ficcionaliza, se personaliza y agrega más personajes. Escribir sería armar lo pasado de otra manera.

 

Una de las características de este libro, justamente, es que la mayoría de los cuentos están ubicados geográficamente en Córdoba, aunque más no sea en mi pensamiento, de donde provienen. También hay un cuento que está situado en La Pampa.

 

- En la lectura de las obras de autores y autoras, desde la crítica literaria se buscan los intertextos, los precursores, las relaciones con la serie literaria. Cuando hablás de ese barrio mítico, San Vicente, surge la idea de la fundación de un espacio mítico, tal cual lo hiciera Faulkner con el condado de Yoknapatawpha. Después en Latinoamérica sucede con Macondo de García Márquez, Comala de Rulfo, Santa María de Onetti. o Colonia Vela de Soriano. ¿Hay algo de eso aquí?

 

- Siempre hay algunas marcas de las autoras y autores leídos. Trato de pensar algunas cosas de cómo se generaron estos cuentos, porque nacieron en el taller literario de la Asociación Pampeana de Escritoras y Escritores. En ese momento, cuando leía alguno de mis cuentos, una compañera que también era de Córdoba, me dijo, de repente: -“¿de qué barrio estás escribiendo?, porque esto yo lo conozco”. Resulta que la relación viene porque su abuelo vivía al frente de la casa de mis padres. Entonces, ese barrio tiene mucha historia, tiene mucha historia popular, hasta del origen famoso del “Chingui Chingui”. Además está el tema del club Sargento Cabral, que es como la cuna de la “Mona” Jiménez, o sea, muchos personajes, como también la larga historia de los carnavales. Así que ha sido importante esa marca, ese registro en mi vida, que, evidentemente, tal vez no lo tenía a flor de piel hasta que me puse a escribir, al resignificarlo en algunos de los cuentos.

 

- Destacabas la producción en el taller de narrativa con Nati Ponce, además de compartir con otros escritores y escritoras el trabajo colectivo, comunitario. Muchas veces se habla que el escritor y la escritora, la poeta o el poeta, hacen un trabajo muy solitario; entonces es importante también ese intercambio tallerístico...

 

- Recuerdo cuando estudiaba psicopedagogía, porque decían que el conocimiento se construye entre todos, y el aprendizaje es un proceso más individual; pero que la construcción del conocimiento es con otra y otros. Considero que en este caso también, hay un momento en que el que escribe se repliega, busca su instante, su sitio, las ideas, corrige, deja reposar el texto, vuelve a releerlo.

 

En mi caso particular, los talleres son un marco para, justamente, poner en marcha los procesos de escritura, porque creo que es, vuelvo a lo que dije al principio, un gran trabajo de relectura que se hace en los talleres, de diversos autores, desde los clásicos, hasta los que uno desconoce totalmente. Por ejemplo, hemos abarcado las nuevas literaturas con las mujeres de nuestro país, que obtienen premios internacionales.

 

Se hace un gran trabajo de lectura, no solamente del cuento o de las herramientas que utilizaron, sino también de lo que dice el escritor o la escritora, además del contexto en que fue escrito. Analizar si el texto fue escrito un tiempo atrás, la trascendencia que tiene como para que en el día de hoy esté completamente vigente.

 

Son infinitas las posibilidades que da el taller, porque son infinitas las lecturas posibles, y porque en el grupo se producen muchos intercambios. Funciona como una gran intertextualidad, siempre aparece otra cosa a la cual anexar a la lectura, no solamente desde lo escrito, sino lo que tiene que ver con otras expresiones artísticas, desde la pintura, el cine o la música.

 

- ¿A qué viene el título, Estación Reencuentro?

 

- Es el título de uno de los cuentos. Siempre digo que soy mala para titular, así que me pareció que era uno de los pocos cuentos que tenía un título atractivo, así que podía tener un gancho. Pero además es un cuento que valoro, porque me dio placer al escribirlo.

 

Estación Reencuentro.

 

Estoy muerta. Eso dice el certificado que llevo en la mano. El lugar donde me encuentro es bastante aséptico, sin olores y de color blanco transparente. Igual que en algunas películas. Lo diferente es que las protagonistas siempre flacas y lindas murieron jóvenes, en cambio yo luzco el camisón blanco y largo de ocasión, pero me queda apretado marcando la grasa acumulada que una se lleva al otro mundo, como he podido comprobar. No sé cómo es que me veo sin espejo, pero mi imagen no es lánguida, no floto, ni una brisa mueve mi cabello que por morir vieja luce finito, escaso y desteñido. Lo que quiero decir es que me veo igual muerta que la última vez, todavía viva.

 

Estoy sola como cuando vivía allá abajo. En realidad no sé si hay arriba y abajo. Pero estoy en un estado inmejorable pues no siento el dolor de espalda que me acosaba en los últimos años. Alguna ventaja tenía que tener este estado.

 

Ya debe haber pasado una hora o dos, no sé cómo se mide aquí el tiempo o si es que se mide. Creo que voy a dormirme. Siento un sopor liviano y fresco. No veo a nadie.

 

Sé que dormí porque desperté. Dormí parada como las gallinas y con un ojo abierto. Tengo la percepción de que no pasó nada, no se movió nada, ni nada respiró.

 

Camino un rato, hago un bollo con el certificado y lo tiro. El papel satinado se pierde en un hueco imaginario. En este lugar despojado de todo lo conocido, no tengo donde dejarlo y simplemente me cansé de tenerlo en la mano. O más bien pensé que sobraba ¿Para qué un certificado de muerta en el país de los muertos?

 

Sigo preguntándome qué será este sitio. No creo que sea el paraíso, pues tendría que haberme recibido alguien o haberme encontrado con mi madre, por ejemplo, ya que la extrañé mucho en el último tiempo de vida. La pensé mucho, sería lo más correcto. Nos morimos casi con el mismo síndrome de vejez. Arriesgo que si fuera el edén, el paisaje sería paradisíaco. Me causa risa la tonta redundancia. ¿Purgatorio tal vez? sí, si se tratara de vivir durante un tiempo, en toda su dimensión la soledad más desierta que he conocido. Y si es el infierno ¿el diablo dónde está? Tal vez sea como lo escuché alguna vez de un cura benevolente: el infierno no está hecho de fuego ni de torturas físicas, sino que es la desazón inagotable de no ver a dios durante toda una eternidad.

 

Duermo otra vez. Pero cuando abro los ojos es porque un ruido extraño me sacude la estrechez del camisón. Salgo corriendo. Me doy cuenta de que puedo correr, cuánto hacía que no lo experimentaba. De todas maneras, creo que no es necesario tratar de alejarme porque el sonido se acerca rápidamente. Como en los cuentos de terror que me contaba mi hermana mayor escucho cadenas arrastrándose y chirridos eléctricos.

 

No siento miedo, pero alguna prevención me atrapa. Aquí todo es parecido a la tierra de los vivos y a la vez nada es igual. O será que una asimila lo aprendido a cada situación aunque no la pueda definir. Ahora que no tengo miedo recuerdo, que en otro tiempo, me asustaba pensar en la nada, sentir la nada, creer en la nada. Ahora experimento el ser sin estar.

 

El ruido me saca de tales abstracciones en esta tierra de lo inmaterial. No tengo dónde esconderme. Cada vez está más cerca. Decido esperar quieta mi destino de muerta.

 

¡Tanto suspenso para que sólo fuera un tren viejo! Busqué a los pasajeros entre las ventanillas y vi a algunos acodados mirando el paisaje lechoso. Supongo que yo no era muy interesante. Nadie prestaba atención a mis ademanes tibios tratando de saludar.

 

Al fin, el tren se detiene. Un jefe o alguien con un oficio similar salta de la locomotora, cae frente a mí y me pide el certificado. Lo busco y me acuerdo de que lo tiré. “Sin certificado no sube, usted pierde el último tren a la estación Reencuentro”, dice. Le contesto que estoy muerta, que no estaría allí si no lo estuviera, que a quién se le ocurre semejante destrato burocrático. Impasible extiende la mano en gesto de espera del papel. “No lo tengo digo, pero mire estoy bien muerta”. No hay contestación, solo indiferencia en los ojos y en la rigidez de su cuerpo de muerto.

 

Se retira a dar una orden al maquinista. Escucho: “Hay que salir en horario de la estación Limbo para llegar a la próxima que es la última de esta eternidad”. “Reencuentro” susurro y una intelección desconocida me atrapa y me doy cuenta de que si no subo me quedo en el Limbo. Vuelvo sobre mis saberes de teología y grito: “El Limbo es para las almas no bautizadas yo lo estoy”. Maldita letra chica. En el certificado de muerta había una leyenda diminuta -debe de ser el salvoconducto- la fe de bautismo, como decía el párroco del barrio, el Padre Martínez.

 

Tenía que actuar rápido. Ya se volvía a prender el faro central de la locomotora y también los reflectores. El jefe ponía un pie en el estribo. Ansiosa repito: rápido, rápido, pensá rápido. El truco sería hacerme invisible. Y pruebo: me saco el camisón. Rápidamente me cuelo detrás del oficial. Da la orden y arrancamos. Dio resultado.

 

Todos los que viajan llevan un camisón blanco y hablan entre ellos. Yo, desnuda, sigo invisible.

 

No sé lo que tardará el tren en esta eternidad hasta llegar a la última estación. Me digo que tendré tiempo de buscar otra túnica para volverme visible a los muertos que me esperan. Mi vieja cabeza sólo piensa en el Reencuentro que supongo infinito. Sin embargo, dejo de lado la pereza que conocí en vida y me dispongo a ver qué puedo encontrar en unas cestas que están apiladas en otro vagón en cuyo cartel alcanzo a leer “Compartimento de equipajes”.

 

* Colaborador

 

'
'