Miércoles 27 de marzo 2024

La transformación: de Palomino al Diego

Redaccion Avances 28/11/2021 - 16.20.hs

El actor Juan Palomino cuenta en primera persona cómo fue el proceso de transformación por el que debió pasar para aumentar 20 kilos y poder interpretar a Diego Armando Maradona. 

 

 

Juan Palomino *

 

Bitácora de la USS enterprise: habla el comandante Juan Palomino.

 

Se dijo mucho sobre el compromiso de algunos actores y actrices a la hora de transformar su cuerpo para interpretar un papel. Robert de Niro tuvo que engordar no sé cuántos kilos para hacer de Jake Lamotta en Toro salvaje, aquella película en blanco y negro de Martín Scorsese donde él representaba a un ex boxeador devenido en standupero, por así decirlo. Luego tuvo que aumentar otros no sé cuántos kilos en aquella versión de Los intocables de Brian De Palma donde él hacía de Al Capone.

 

Hay una especie de admiración por estas metamorfosis. Christian Bale para actuar en El maquinista tuvo que quedar piel y hueso. También lo hizo el rubiecito Matthew McConaughey cuando interpretó a un enfermo de sida en Dallas Buyers Club.

 

Como hecho anecdótico, para contarlo, está bueno, ¿no? A mí me tocó: me pidieron que aumentara de peso y me están pagando para eso, para interpretar a un personaje que tiene unos cuantos kilos de más, de más que yo. Mi desafío es atravesar esta experiencia en secreto hasta que la productora que me contrató anuncie que me pagaron para engordar, para que actúe en su proyecto.

 

Mi peso ideal es de 85 kg; ideal según algunos programas de televisión en los cuales cada quien debe guardar las formas. “El negocio es estar flaco”, me dijo una vez un colega: esa es la imagen que produce ganancias. La de los cuerpos torneados, tallados, trabajados, adelgazados, cuerpos cuidados con dietas exclusivas, gimnasios exclusivos.

 

Nunca tuve abdominales marcados y nunca había tenido panza. Ahora sí: hoy es 22 de junio de 2018, tengo 56 años y a dos meses de que empezara a correr el contrato estoy en los 92.

 

Es un desafío: ni bien hice el primer casting intuía que me iban a dar el protagónico y me dejé de cuidar con las comidas. Necesito llegar a los 110 kg para tener la forma del personaje. El contrato que firmé indica que terminada la grabación me van a acompañar hasta llegar al peso con el cual empecé.

 

Lo extraño es que lo que me dicen mis conocidos:

 

– ¡Qué raro tenés el pelo!

 

– No me cambié el corte. Subí de peso.

 

Pareciera que si engordás para un trabajo está justificado. Si no, es un estigma. Nadie se banca verme así.

 

Ahora peso 106. La productora registra mi transformación. Me sacan una foto por semana y luego las animan: van girando, girando, girando. Veo cómo me crecen las tetas, el culo, la panza. ¿Cómo me siento? Como el orto. Me cuesta adaptarme a un nuevo cuerpo. Me cuesta respirar.

 

Me di cuenta de que no me gusta mucho comer. La dieta que estoy haciendo con una nutricionista está basada en carnes, proteínas y carbohidratos. A la mañana tomo café con leche. Le agrego tostadas, queso, huevos revueltos, a veces con clara solamente. A media mañana, un yogurt con cereales, especialmente avena. Almuerzo uno o dos bifes con arroz o papas hervidas, poca ensalada, queso y pan. A media tarde tomo un licuado de banana con leche y tostadas con mermelada. La cena casi siempre incluye pastas rellenas, con estofado o tuco. Todos los días tomo vitamina B12, cápsulas de chía y unas pastillas para bajar el colesterol.

 

Es mi trabajo comer. Suena a queja, ¿no? Y hay gente a la que le falta el trabajo y no tiene para comer. Siento la contradicción. Me pagan y me traen la vianda a mi casa. Ni siquiera tengo que ir al súper. No quieren que camine. Respiro por la boca. Parezco un luchador de sumo: me miro al espejo y digo qué ha pasado. En tan corto tiempo me ha crecido el abdomen, mis piernas están flacas, tengo la cara más ancha. En casa no tengo muchos espejos, solo el del botiquín del baño.

 

Pienso mucho, tengo ocurrencias nuevas. El personaje que me toca interpretar está lleno de excesos. ¿Podré no entrar en esa zona de excesos?

 

El talle es harina de otro costal: ya necesito XXL.

 

 

Haber sido un galán también te condiciona. Te hace sentir que no podrías perder las formas, que todo se sostiene a partir de lo estético y que lo lindo, lo bueno, es el peso justo, la medida justa. Lo que pesa, también, es la exigencia, la presión que se le pone al “galán” según el patrón latinoamericano. Luis Luque luchó contra eso.

 

Voy a interpretar a un personaje muy popular del que todo el mundo tiene referencias. Lo más lógico e ilógico al mismo tiempo es creer que este viaje no tendría sorpresas. Ahora me dicen:

 

– ¿Qué te pasa? Estás grueso.

 

– ¿Estás un poquito hinchado, ¿no?

 

– Che, Palomino ¡aflojale a los postres!

 

– Epa, ¿que pasó? ¿Nos comimos un tiranosaurio Rex?

 

– ¿Sos el hermano de Rolly Serrano?

 

Nunca olvidaré la mirada del otro.

 

Esta panza me abruma, me hace sentir menos yo. Y también soy yo en estas circunstancias. ¿Cómo se sobrelleva el viaje sin sobresaltos?

 

No encuentro ropa XXL. Sólo consigo remeras en la feria de Plaza Los Andes, en Chacarita. Pienso: “Qué bueno, encontrarme en un espacio popular comprando ropa”. En el Alto Palermo no existe ese talle, y el XL equivale a un L. Nunca pensé que iba a atravesar esta experiencia.

 

 

Hoy es 24 de julio de 2018. Escribo desde Cuzco, Perú, la ciudad donde me crié. Aquí se festeja el día del dios sol.

 

El cuerpo me pide movimiento pero tengo que ser sedentario. Los luchadores de sumo comen, toman mucha cebada y duermen, los van preparando así. Yo he dejado de ir al gimnasio pero no dejo de caminar por una cuestión de salud.

 

¿Me voy a convertir en Jim Morrison? ¿Pasaré de ser el rey lagarto a transformarme en un muchacho gordo, con barba y bebedor?

 

Yo elegí ser actor, no galán. Nunca imaginé ser galán de Araceli González, de Andrea del Boca o de Florencia Raggi. Ahora estoy ocupando este lugar: actor.

 

En 1992, con 32 años, mis 80 kilos estaban bien distribuidos. Después me he preparado para hacer de Carlos Monzón, pero nunca estuve excedido de peso. Tampoco soy un atleta, soy una persona normal. Siempre dije que tenía una pancita de cerveza porque nunca fui un tan autoexigente con mi cuerpo excepto para componer a Mike Delfino, el jardinero de Amas de casa desesperadas que cortaba el pasto en cuero y así seducía a las mujeres. Cuando aparecí en ese programa tuve que poner mi cuerpo en orden.

 

Ahora pasa todo lo contrario: tengo que comer, me pagan para aumentar 20 kilos. Es todo un acomodamiento psicológico, social, nutritivo, alimenticio.

 

Que el torso masculino deba tener tales características para seducir es otra contradicción. Tenemos que luchar contra ese modelo masculino. Soy de la generación en la que James Bond era EL modelo masculino: un tipo sexista, con licencia para matar, con onda, experto en tragos, que seduce mujeres y luego las deja, que nunca tiene pareja. Las excepciones, quizás, fueron James Dean o Montgomery Clift; ellos no representaban modelos patriarcales, machistas. James Dean tenía la posibilidad de la ambigüedad, por eso creo que se convirtió en un ícono. En cambio Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo interpretaba a Stanley Kowalski, un tipo despreciable que fue un ícono de lo varonil: todos querían ser Marlon Brando y usar camisetas blancas.

 

 

Mi mirada frente a la gordura siempre fue contemplativa porque nunca pensé que yo podría estar tan excedido. Pero bueno: ahora me toca hacer un personaje que De Niro, seguro, también querría.

 

No me quejo, analizo. Y pienso cómo se discrimina por el color de la piel. En Perú quise interpretar a San Martín y me dijeron que no, que San Martín no era de mi color.

 

Miro un reportaje a Borges en Canal Encuentro pero no puedo concentrarme en lo que dice. Me observo las piernas muy flacas, el abdomen protuberante, y me pregunto: ¿es la cultura incaica la que, atravesada por la genética y el desborde de la comida, hace que mi cuerpo no tenga simetría? Peso 105 kilos y parezco un tero. Esto me llama la atención y me inquieta. ¿Y si pido prótesis para que las pantorrillas y las piernas se correspondan con la parte de arriba?

 

La respiración me sigue cambiando, eso también me preocupa. Hago ejercicios de respiración diafragmática: llevo el aire hacia abajo del abdomen para que el diafragma se ejercite, no se achique ni presione la pleura y los pulmones. El cuerpo se está acostumbrando al exceso, estoy convencido de que sí. El gran desafío es cómo volver al “no exceso”; será otro gran viaje hacia atrás, un rewind.

 

Mi ánimo, a veces, está para atrás. Soy secretario general de la Asociación Argentina de Actores pero ahora estoy con licencia. El resto de mi actividad habitual fluye, sigue todo igual. Y duermo bien por suerte.

 

 

Recibo un mensaje de audio de un dramaturgo amigo:

 

– Veo que empezás a entendernos a los gordos. Ya te va a costar atarte los cordones, ya te vas a poner una camisa y los botones van a saltar ta, ta, ta, ta, ta.

 

Después me dice que tiene ropa para darme. Él siempre fue grandote, y cuando dejó de fumar engordó. Paso por su casa a buscar ropa: ya está usando XXXL.

 

Me acuerdo de The Wickerman, la película que no tiene nada que ver con la gordura pero sí con el tema de las comunidades. Es como la bienvenida a una gran secta, a una porción del pueblo, de la sociedad, una porción que es bardeada, no deseada, atacada, discriminada, pateada.

 

 

Mi madre, que vive en Mar del Plata, acaba de llegar a mi casa. Llevamos 4 meses sin vernos.

 

– No te puedo ver con esa panza.

 

 

Me faltan 6 kilos todavía. Estoy en Bariloche. Es de noche, afuera está nevando. Me despierto angustiado. Me pregunto algo que nunca en mi vida había pensado: ¿me tengo que hacer un lifting? He visto redondearse mi abdomen, me han crecido los pectorales hasta convertirse en tetas. ¿Pero cómo pudieron transformarse tanto los músculos de mi cara? Me critico por haber aceptado este trabajo. Me miro en el espejo y me desconozco. Vuelvo a la cama. Cuando me vuelvo a despertar lamento que no haya sido todo un sueño. Mi compañera me pregunta qué me desveló y le cuento que fue el asunto del lifting.

 

 

Me ofrecieron un trabajo nuevo: homenaje a Atahualpa Yupanqui.

 

Cada vez cuento más kilos. Controlo triglicéridos, me subió la glucemia y bajó la uremia por disminuir el consumo de carne y de alcohol. Hace siete días que no bebo una gota de alcohol. Estoy haciendo un cambio de hábitos y de alimentación para controlar la salud. Ando un poco más vegetariano, ¿podés creer en lo que he caído?

 

Vuelvo al principio: mis 20 y pico kilos extras no son los mismos que tuvo que subir Robert De Niro cuando hizo Toro Salvaje. Hoy la vida es en colores; en cambio, el blanco y negro es más realista, como diría Wim Wenders en El estado de las cosas.

 

El estado de las cosas es éste: me levanté y preparé el desayuno para mis padres ancianos que están separados y hace una semana que los tengo conmigo. Y tengo que responder al ofrecimiento, vía Whatsapp, del homenaje a Yupanqui. Duda: ¿Me entrará el traje negro? Evidentemente no. Sigo dudando: ¿Tengo ganas de que me vean así, rellenito, por no decir gordito? Me parece que no. Estas dudas aparecen mientras camino por la calle El Salvador. Voy a una verdulería atendida por un peruano a comprar ají amarillo, galletitas Criollitas –o “de soda”, como dicen en Perú–, maní y queso cremoso para preparar esas famosas papas a la huancaina que hace mi madre y que, según mis hijos, son las más ricas del continente Indoamericano. Vuelvo a la decisión que quiero tomar: Tengo ganas de que me vean con 104 kilos y digan “¡¿Qué te pasó?!”.

 

 

Playa de Ipanema. Niño me mira fijo mientras yo observo, en sunga, cómo dos guardavidas rescatan a una chica. El pibe me sigue mirando fijo: le doy a entender ¿qué sapa? ¿por qué no te vas a dar agua a los conejos? De repente, escucho un comentario a mis espaldas: “¡Sí, es él, quiero una foto! Y encima tiene pañuelo verde, es de los nuestros”.

 

– Plano corto del pecho para arriba ¿puede ser? – le pido, y me cruzo de brazos.

 

– Estás gordito Palomino. Te parecés al 10.

 

 

Bitácora de viaje buscando a Diego Armando Maradona. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que escribí. Noviembre de 2021. Yo estoy retornado a mi figura. Un inmenso universo nos ha cobijado en estos dos años. La pandemia ha sido una experiencia difícil para todos, profundizó las asimetrías. Y también la fuerza de lo colectivo. No existen los héroes individuales, desde DC o Marvel, los héroes son colectivos. Los héroes son aquellos que se atreven a combatir. Mis respeto, admiración y amor hacia todos los que estuvieron protagonizando los momentos difíciles.

 

Paradójicamente a mí la pandemia me hizo bajar de peso. Luego de la última toma que hice para “Maradona: sueño bendito”, mi cuerpo empezó a bajar solo. Solito y solo. En mí la epigenética funcionó. Me refiero a esa cosa de mimetizarte con tu rol, algo psicológico que el cuerpo entiende.

 

Para entender la lógica de un personaje hay que ver la historia y su historia. Dejé el personaje y el cuerpo volvió de a poco. Modificar mi cuerpo me permitió entender lo que habrá sentido él mientras se transformaba en un héroe caído, me permitió comprender mucho más a Maradona.

 

* Actor – Revista Anfibia

 

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