Mrs. Dalloway, un siglo
A cien años de su publicación, Mrs. Dalloway sigue latiendo con la misma intensidad con que Virginia Woolf retrató, en un solo día, la fragilidad y el valor de la vida.
Enrique Alejandro Basabe *
Es un apacible día de junio y Clarissa Dalloway, una aristocrática dama londinense de 52 años de edad, está organizando una fiesta. Mientras recorre el centro de la ciudad, va encontrando o recordando a sus seres queridos: su hija, la vendedora de flores, Peter Walsh, el amor de su juventud. Paralelamente, Septimus Warren Smith, un joven veterano de la Primera Guerra Mundial, deambula por Londres con su esposa Lucrezia. Durante el paseo, experimenta intensas alucinaciones, lo que lleva a la mujer a solicitar ayuda médica. A las cuatro de la tarde, cuando los médicos llegan a su casa para internarlo en una institución psiquiátrica, Septimus termina suicidándose al lanzarse sobre unas rejas. Al anochecer, su muerte resuena en la fiesta de la señora Dalloway, quien, al enterarse, se ve impulsada a una profunda reflexión sobre la superficialidad de su entorno social y la fragilidad de la existencia humana.
En pocas líneas, esa es la trama de Mrs. Dalloway, la cuarta novela de Virginia Woolf (1882-1941), que vio la luz hace 100 años el pasado 14 de mayo. Basada en una narración breve anterior (“Mrs Dalloway in Bond Street,” 1923), Mrs Dalloway fue publicada en 1925 por la Hogarth Press, la imprenta de origen artesanal fundada por Woolf y su marido Leonard (1880-1969) en 1917, destinada mayormente a dar a conocer las obras del Grupo de Bloomsbury. La novela tuvo una primera tirada de 2000 ejemplares, nunca salió de circulación y un siglo después, según Charlotte Knight, editora de la versión conmemorativa de Vintage, sigue “tan vital como siempre”.
Esa vitalidad reside en que Woolf fusiona en cada párrafo de Mrs Dalloway, todo lo que los sentidos de Clarissa Dalloway registran y las impresiones que esas percepciones provocan. “De todas partes llega una incesante lluvia de innumerables átomos, y mientras caen y se asimilan a la vida de lunes o martes, el lenguaje va siendo diferente a cada momento,” había escrito Woolf en “Modern Fiction”, un contundente ensayo de 1919 sobre lo que debía ser la narrativa de su tiempo. El fin no es imponer una certera consistencia al mundo que nos rodea, sino representar cómo se lo experimenta desde las vinculaciones a veces aleatorias que establece la mente. Se trata, en definitiva, de describir el fluir de la conciencia mediante la escritura de ese monólogo interior que constituye el pensamiento hecho palabra.
A la vez, las campanadas del Big Ben marcan el paso inexorable del tiempo, que consume indefectiblemente no solo las vidas, obras y sueños de Clarissa Dalloway y de Septimus Warren Smith, sino también -por extensión- los de todas y todos quienes asistimos a la lectura de la obra.
La revelación.
En esa epifanía, en apariencia doméstica por el contexto trivial de la fiesta, pero decididamente universal, acompañamos a la señora Dalloway al final de la novela. La revelación parece oscura, ominosa.
No obstante, contiene en sí misma la certeza del profundo valor de la vida, concepto que resuena desde las primeras páginas de la obra, cuando Clarissa rememora las líneas de la canción de Cymbeline (1623) de William Shakespeare (1564-1616): “No temas al sol abrasador / ni a las violentas furias del invierno”. La vejez, en el caso de Clarissa, o la muerte, en el de Septimus, no son, al fin y al cabo, más que las circunstancias esperables de haber vivido: momentos de calma y reposo que marcan los finales, más o menos amables, de toda existencia.
Según M. S. Suárez Lafuente, profesora de Filología Inglesa de la Universidad de Oviedo, esta enseñanza surge del hecho de que Virginia Woolf tenía una experiencia directa de lo que podían ser ambos personajes: “estaba familiarizada con lo más granado de la sociedad británica y, como Septimus, podía inscribir sus propios momentos de depresión y euforia”. A partir de esto, podemos decir que la intelectual modernista se adelanta al abordaje de algunas temáticas de salud mental que nos resultan decididamente actuales. Septimus sufre, en definitiva, lo que hoy denominamos un shock postraumático, y Clarissa, aunque no se lo menciona en la novela, atraviesa su menopausia. Mrs Dalloway no solo retrata esas dolencias por poco en primera persona, sino que lo hace en contextos que también nos resultan familiares: la creciente militarización de los espacios y la memoria de una pandemia reciente (en la novela, la de influenza, que había arrasado tras la Primera Guerra Mundial). Al respecto, y en sintonía con lo que ya expresamos anteriormente, coincidimos con Anna Snaith, profesora de Literatura del siglo XXI en el King’s College de Londres, quien afirma que “la novela registra el trauma colectivo de la guerra, pero también encuentra consuelo en el dinamismo y la diversidad, ruidosos y conectivos, de la vida urbana”.
Esa forma de mostrar la ambigüedad constante en la que vivimos los seres humanos es lo que hace que, con Mrs Dalloway, Woolf esté sentando las bases de un pensamiento que décadas más tarde será clave en el posmodernismo.
Como dice Suárez Lafuente, “la subjetividad se diluye en cuanto que se difiere, se modifica, con cada nueva percepción de los sentidos, con cada avance científico o tecnológico, con cada nueva voz que es finalmente escuchada”. Esta condición posmoderna, tan presente hoy como incipiente en la época de Woolf, nos lleva a pensar cómo acercarnos a su obra desde una perspectiva actual.
En ese sentido, si nuestros tiempos posmodernos no nos permiten adentrarnos en la obra centenaria de la autora inglesa con la seriedad y el sosiego que merece, siempre podemos optar por The Hours (1998), la novela del estadounidense Michael Cunningham (1952-) que le valió el Premio Pulitzer en 1999. Otra posibilidad es ver su adaptación cinematográfica homónima, dirigida por Stephen Daldry (1961) en 2002 y protagonizada por la excepcional tríada de Meryl Streep, Julianne Moore y Nicole Kidman, esta última galardonada con su único Oscar por su impecable retrato de Virginia Woolf.
Un día en la vida.
En The Hours, cuyo título proviene del nombre provisional que Woolf usó para Mrs. Dalloway, Cunningham retoma el concepto de “un día en la vida” para narrar las historias de tres mujeres que atraviesan experiencias casi universales -la insatisfacción, la finitud y la locura-, temas que también explora la novela original.
La obra presenta a Virginia Woolf escribiendo su novela en 1923; a Laura Brown, un ama de casa de Los Ángeles en los años cuarenta, hastiada de sus obligaciones domésticas y leyendo Mrs. Dalloway por primera vez; y a Clarissa Vaughan, quien en el presente se prepara para una fiesta en honor de Richard, un poeta célebre y ex amante suyo, debilitado por una enfermedad relacionada con el VIH. Aunque estos personajes quizás no se crucen directamente, sus similitudes resuenan a lo largo de las tres líneas temporales con una sorprendente afinidad muy al estilo de Woolf.
A medida que avanza la lectura de The Hours, los dos ejes centrales del texto parecen centrarse en Richard y Virginia Woolf. Richard equivale a Septimus en Mrs Dalloway. Según Jane de Gay, profesora de Literatura Inglesa en la Leeds Trinity University, Cunningham “toma una tragedia de comienzos de siglo” -el trauma de la guerra y su estigmatización- y traza una línea hacia otra “tragedia que ocurre a fines de siglo”: la epidemia de SIDA. Además, The Hours posee un inevitable atractivo “voyeurista” relacionado con la obra de Woolf, debido a los paralelismos con sus luchas personales de salud mental y su suicidio en 1941. La novela comienza, de hecho, de manera célebre con el momento de la muerte de la escritora británica, marcando así el tono introspectivo y melancólico que atraviesa la historia.
Sin embargo, siempre es acertado volver a la misma Virginia Woolf y a su monumental manera de decir. En Modern Fiction, el ensayo antes mencionado, declara: “La vida no es una sucesión de escenarios simétricamente ordenados; la vida es un halo luminoso, una envoltura que nos rodea desde el inicio hasta el fin”.
Hasta poder develar qué sucederá al final, habremos de quedarnos con esa idea magistral.
* Profesor de Literatura de Habla Inglesa II, Departamento de Lenguas Extranjeras, UNLPam.
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