Nuestra música sucede
La palabra poética funciona como oleaje que circunda territorios reales e imaginarios. Sol Rodríguez nos invita a subirnos a su ola para descubrirnos en el verbo y las sensaciones, así como reconocernos en la propia diáspora de las y los fueguinos.
Sergio De Matteo *
El poemario La ola, publicado por la Editora Cultural Tierra del Fuego, resignifica, de alguna manera, el antiguo modo de pensar y reflexionar por medio de la poesía (“Escribir,/ posibilidad de/que algo se pierda/ o se encuentre/o se aclare/ o se nada”) o el canto (“El canto/ libera el alma”).
Apoyado en sentencias, aforismos y haikus interpela su razón de ser y existir, además de buscar anclaje en el territorio que le ha tocado devenir, por eso el tiempo (“El tiempo de las cosas,/ ¿es inherente a las cosas?/ ¿Tiempo al tiempo?” o “El tiempo y las cosas,/ el universo y los cuerpos” o “El tiempo vuela y yo también”) marca el compás de su lírica, la isla y el mar, sostenido por el incesante oleaje (“Ningún mar sin olas […] Todo, un ir constante […] Nada queda inmóvil”.
Tiempo.
El instante se enfrenta a la duración. En ese instante deviene el ser humano que, de acuerdo a la concepción heideggeriana, es un ser para la muerte, por lo tanto, encuentra en la concreción de un proyecto de vida el modo de burlar la finitud. He aquí que la escritura se comporte como una ola de acontecimientos, de sensaciones, de causas y efectos, que narran las vicisitudes en el Sur del Sur.
Esa palabra poética que inhala y exhala categorías, presencias, mitos, realidades, fulgura en un instante de inspiración, murmura en su propia instancia creativa que será resignificada, más tarde, en la lectura.
El pensador Gastón Bahelard sopesa en su libro La intuición del instante la obra Sinoë, de Gastón Roupnel, frente a las reflexiones del tiempo de Henry Bergson. “La idea metafísica decisiva del libro de Roupnel es la siguiente: El tiempo sólo tiene una realidad: la del Instante”, apunta Bachelard, para añadir que “La poesía es una metafísica instantánea. En un breve poema, debe dar una visión del universo y el secreto de un alma, un ser y unos objetos, todo al mismo tiempo”.
La poeta Sol Rodríguez ausculta ese instante, lo hace acompasar su rutina sobre el verso mismo, y desplegarse entre signos, apersonarse con su tic tac del tiempo: “El tiempo,/ un espiral,/ ¿una línea de puntos?”, o “El tiempo de las cosas,/ ¿es inherente a las cosas?/ ¿Tiempo al tiempo?”.
Isla.
La presencia de la isla, del muelle, del mar, es el constructo de un paisaje cultural que irá quedando plasmada en la escritura de varias generaciones, desde los pueblos originarios (selknam, yámanes) hasta la actualidad. Por eso radica una visión particular de la cotidianidad y los enunciados de los textos referidos en la poesía de Tierra del Fuego, es decir, se percibe un cambio sustancial que los diferencia del resto de la Patagonia, y es la situación de ser ínsula, por lo tanto van a relatar de otra manera sus devenires. En el continente tenemos como protagonista la tierra firme, en cambio en esta forma de vivir el entorno prima la presencia del agua: sea océano, mar, lagos o ríos. Y también se modificará el medio por el cual se movilizan, las embarcaciones serán esenciales: “Yo, el muelle/ Vos, el cántaro/ Él, el mar/ Nosotros, UNO/ Ustedes, los otros/ Ellos y ellas esperan por la balsa”.
Palabras.
“Palabras sin fin” sujetan al que habla (a los que hablan), y rezuma entre signos y símbolos la pesquisa que realizara Jorge Monteleone, cuando propone la “triada en el imaginario poético: el sujeto imaginario/el sujeto simbólico/la figura de autor” (2016). En esa tracción e interacción se inmiscuyen los sueños (“El universo poético [...] presenta grandes analogías con lo que podemos suponer del universo del sueño”, Valery, 1939), el paisaje, la escritura, el silencio, los motivos del poema y, también, de la prosa. Esas “palabras sin fin” rememoran el axioma de Paul Valery, cuando señala que el poema no se termina, sino que se abandona (1937); en consecuencia, el poema, la palabra, el verso vendrán y se irán, al igual que los barcos: “Como las ilusiones,/ aparecen y/ un día/ desaparecen”.
Verticalidad.
Un libro del equilibrio entre el poema y la prosa (“Los poemas no se parecen a los cuentos, ni tan siquiera cuando son narrativos”, John Berger, 2017), de la metáfora y el relato, en una disputa entre la horizontalidad, representada en los textos narrativos, y la verticalidad, a la que aspira toda poesía, de acuerdo a los planteos de Bacherlard: “el tiempo de la prosodia es horizontal, el tiempo de la poesía es vertical”, por lo tanto la narración refiere “a la vida social, a la vida corriente, a la vida que corre, lineal y continua”, es decir, las historias mínimas de los gitanos, por ejemplo. En cambio en la lírica tendríamos que “El fin es la verticalidad, la profundidad o la altura […] el instante poético tiene perspectiva metafísica, por lo cual, el poeta nos dirá: “entre el vacío y la tierra,/ ahí:/ donde rompe la semilla.../ y surge la pregunta”, pero además, esa posibilidad de introspección, la que reclamaba Rainer Maria Rilke, le permite a la poeta “meditar hasta el final”.
Antología poética
“Instantes”
I
La vida,
un suspiro
o la gota que rebalsa.
II
El tiempo,
un espiral,
¿una línea de puntos?
XXXVIII
El canto
libera el alma
cautiva del silencio.
XXXIX
Lectura,
posibilidad de algo
que adentro se agite.
IL
Escribir,
posibilidad de
que algo se pierda
o se encuentre
o se aclare
o se nada.
ILI
La ausencia
parecida al vacío
roe los rincones,
pero algo está presente.
ILII
El tiempo de las cosas,
¿es inherente a las cosas?
¿Tiempo al tiempo?
ILIX
La palabra
no es lo perfecto.
El silencio
la supera.
“El vuelo”
Propuse inclinarnos hacia adelante y extender los brazos para simular un vuelo. Empujados por el viento, casi volamos. Dimos vueltas en la lomada verde como pájaros con piernas. Soplaba con tanta fuerza que nos estiraba la cara y no podíamos cerrar ni los ojos ni la boca. Sentí como si los labios también quisieran emprender su vuelo. Y entonces, nos asaltó una risa tremenda que ascendió desde el lugar donde nacen las mariposas. En ese preciso instante comprendí que la vida es maravillosa, y que había que dejarla.
Algunos salieron volando hacia arriba y otros se enredaron en las ramas de los árboles y murieron de sed.
“La puerta”
No era la primera vez que atravesábamos la Nada, pero nunca lo habíamos hecho en una barca. El mundo se había inundado. Nunca supimos cómo sucedió, pero ya estábamos navegándola cuando nos enteramos del agua.
A nuestro alrededor esas formas anárquicas y emergentes de la materia, se interponían entre nuestro viaje y esos colores que teñían todo de rosado y amarillo. Nadie hizo ninguna pregunta. Solo íbamos. Yo temía por posibles tormentas, pero Pedro que comandaba la nave, emanaba tanta seguridad que pronto mi temor se disipó.
Cuando llegamos a la primera lomada verde, después de mucho tiempo, vimos a otros seres humanos. Estaban de remera y trabajaban la tierra como agricultores. Saludamos alzando nuestras manos. Y seguimos remando hasta la siguiente isla. Propuse bajar, algo me llamaba desde adentro de esa tierra flotante.
Encajamos el bote en la arena de la orilla. Y nos metimos en el bosque sin pronunciar una palabra. Caminamos como si supiéramos a dónde ir. Llegamos a un claro donde el sol nos inundó los ojos. Olíamos a mar. Dimos algunos círculos con nuestros cuerpos como queriendo sacarnos de encima esa luz y de repente, escuchamos voces. Cesaron los movimientos y en una complicidad silenciosa, retomamos la marcha.
Por azar o por misterio, allí nos encontramos con amigos. No había ni uno que no sonriera. Nos sentimos en casa.
-¿Dónde se puede pasar lo noche aquí?, pregunté.
-Hay una hostería del otro lado.
Solo quedaba una cama grande desocupada, y la alquilamos. Sentí que la suerte estaba de nuestro lado. María, la dueña de la hostería, me dijo:
-Acordate de la puerta.
-¿Qué puerta?
-La puerta, insistió.
-¿De la apertura y el cierre?, pregunté.
-Sí...
Tratando de descifrar ese acertijo, me quedé hipnotizada mirándola a los ojos. Después de unos instantes susurré “entonces, todo es como la serie”.
Y pronto recordé lo que un maestro hindú había dicho “meditar hasta el final”.
“Los barcos”
Como las ilusiones,
aparecen y
un día
desaparecen.
“Brevedad”
III
Ningún vacío me asusta.
Ningún mar sin olas.
Nada de volver.
IV
El río
mete silencioso
sus estragos.
Todo, un ir constante.
Un muelle,
algunos escalones
y cachalotes pasan.
Nada queda inmóvil.
Un tiempo río acontece,
y nos enamora.
V
Atormentados tus ojos
de imposibles y fragancias,
de islas,
espejos y cuentos.
Tu boca llena de lluvias y miedos,
sin nada que nos parta
más que la idea de dejarnos.
“e l s u s p i r o”
entre el vacío y la tierra,
ahí:
donde rompe la semilla...
y surge la pregunta.
“Personas”
Yo, el muelle
Vos, el cántaro
Él, el mar
Nosotros, UNO
Ustedes, los otros
Ellos y ellas esperan por la balsa.
El árbol,
la mano
y la bestia.
Un cofre,
Una prosa,
Un sitio.
*
Nuestra música sucede.
¿Donde tu canto busca
mis axilas?
¿Cuando tu boca busca
mis pies?
*
Entre estas Patagonias
y tus manos,
yo deshago
en manojos
estos mares
repletos de necesidad
estos cielos plagados
de miradas y cuerpo
estos antojos de materia
llamados montañas.
Tan simple
sopló tu piel
y todo fue canción
Aquí habita
la sombra,
la esperanza y la sed.
El desierto, el espejo
el agujero y el sol.
“Haikus, de rescate”
I
palabras sin fin
siempre, nunca, ahora,
como silencios
II
en toda costa
no sangran tus caricias
pero sí duelen
III
tu soledad es
estalla en mis tobillos
como las olas
* Colaborador
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