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Domingo 28 de diciembre 2025

Pacto para las infancias

Redaccion Avances 28/12/2025 - 15.00.hs
Imagen ilustrativa generada con inteligencia artificial.

En Mendoza un grupo de padres de una escuela firmó un pacto para retrasar el acceso de las infancias a las pantallas. Los motivos que invitan a replicar o mejorar la propuesta.

 

Pablo Hamada *

 

El título de esta columna es la frase agitadora de una iniciativa con pocos precedentes en Argentina que se convirtió en tema de discusión hace pocos días. Al mismo tiempo en que Australia formalizaba la prohibición de redes sociales para menores de 16 años, más cerca de estas latitudes, en Mendoza más precisamente, un grupo de padres de una escuela firmó un pacto para retrasar el acceso de las infancias a las pantallas.

 

El Colegio San Nicolás de Luján de Cuyo y su comunidad de padres formalizaron este acuerdo, estableciendo la prohibición total del uso de dispositivos móviles por parte del alumnado durante el tiempo que permanezcan en la escuela. Esta medida se implementará primero en el nivel primario el próximo año, con la ambición de extenderse luego al secundario. Se trata, sin dudas, de una decisión que marca precedente por varios motivos. En primer lugar, es un acuerdo entre padres y la institución educativa, que juntos tomaron una acción colectiva con la intención de proteger la salud mental y el desarrollo pleno de sus hijos. Con el objetivo de restringir la presencia de celulares y redes sociales tanto en el ámbito escolar como en casa, firmaron lo que llamaron un “Pacto Parental”.

 

Pero además, la convocatoria tiene un hecho trascendente: la posibilidad de acordar, entre los miembros de la comunidad educativa, que el acceso de los menores a las pantallas no es un hecho individual, sino social. Para abordarlo, entonces, es necesario un acuerdo grupal que no sólo establecerá una prohibición, sino también brindará soporte y respaldo mutuo contra la fuerte presión social que usualmente dificulta mantener límites de forma particular. Al firmar, los adultos asumieron de manera explícita su rol fundamental como garantes del bienestar y crecimiento integral de sus hijos, incluyendo su salud física y emocional. Reafirmaron así la necesidad de que la infancia y adolescencia reciban acompañamiento, presencia adulta y directrices claras.

 

Compromiso colectivo.

 

El pacto se formalizó en un documento que está publicado en la página web pactoparental.org, en el que se invita a otras comunidades a replicar la iniciativa. “Un acuerdo entre madres y padres para devolverles a nuestros hijos algo que hoy parece cada vez más difícil: tiempo libre de pantallas. Un compromiso colectivo para acompañarlos, cuidarlos y poner límites saludables en un mundo donde todo empuja a la hiperconexión”, destaca el PDF que puede bajarse desde la misma web. El documento, además de formalizar el pacto, detalla dos líneas de acción cruciales a las que adhirieron de manera voluntaria los tutores, padres y madres. La primera es retrasar el dispositivo personal: los firmantes se comprometen a no entregar el primer celular propio a sus hijos hasta que cumplan, al menos, 13 años. Esta postergación busca proteger a los menores de la sobreestimulación, las distracciones continuas y la exposición a contenidos que su desarrollo cognitivo y emocional aún no le permite manejar. En segundo término, rechazan el acceso prematuro de las redes sociales, por lo que se acuerda no permitir el acceso ni la creación de cuentas en plataformas sociales antes de los 16 años. El objetivo de esta restricción, según el texto, es demorar el ingreso de los jóvenes a entornos que conllevan riesgos y presiones para las cuales aún carecen de las herramientas emocionales necesarias.

 

Los motivos.

 

“Buscamos tomar medidas colectivas para retrasar el acceso a tecnología de nuestros hijos. Colectivas porque entendemos que tenemos que pasar de ‘es el único que no tiene’ a ‘es el único que todavía tiene’”, sostuvo Ignacio Castro al diario Los Andes, uno de los impulsores de la medida. Pero además, la iniciativa se respalda en datos relevados por dicha comunidad, los cuales alertan, entre otros puntos, que los chicos reciben unas 237 notificaciones por día; 1 de cada 3 adolescentes ve pornografía en la escuela; el 35% de los alumnos usa el celular para copiarse y los menores pasan de 4 a 6 horas diarias frente a pantallas.

 

Datos que respaldan.

 

La neurociencia refuerza estos datos y la importancia de iniciativas como la de Mendoza al señalar que la exposición a la tecnología digital en la infancia y adolescencia moldea la estructura cerebral debido a la intensa plasticidad neuronal. Aunque la tecnología bien utilizada ofrece beneficios (como herramientas de aprendizaje que estimulan la lógica y la creatividad), el verdadero peligro reside en el abuso. Según estudios científicos, un consumo excesivo puede dificultar la concentración sostenida, comprometer el aprendizaje lingüístico al sustituir la conversación real y afectar directamente la calidad del sueño, ya que el uso de pantallas antes de dormir reduce la producción de melatonina.

 

Según un artículo de la Revista Telos, firmado por David Bueno, doctor en Biología e investigador de la Sección de Genética Biomédica, Evolutiva y del Desarrollo de la Universidad de Barcelona, el riesgo de las pantallas reside en la utilización descontrolada como espacio de ocio o relaciones sociales, especialmente durante la adolescencia, donde el uso sin guía de redes sociales puede aumentar la ansiedad y la sensación de soledad. Basados en la evidencia, el estudio de Bueno recomienda que los niños no usen pantallas antes de los 5 o 6 años. Para las edades de 6 a 12 años, considera que un uso razonable es media hora diaria, con un tope máximo de una hora.

 

Como adultos sabemos que el consumo de pantallas es una práctica individual e hipnótica. El acuerdo de Mendoza parece hasta más interesante que la medida australiana que por estos días ya recibe críticas por parte de los más jóvenes. La restricción sin acompañamiento y sin una acción propositiva no sirve. Además se realiza desde un lugar que pareciera legítimo, pero no lo es. Los más chicos nos ven absortos frente a redes sociales, chats y videos con la misma fascinación que los atrae a ellos. ¿Cómo entonces podemos prohibirles el acceso? El pacto no es para ellos sino con ellos y la escuela puede funcionar como eje articulador clave para este vínculo, y de paso, legitimar a dicha institución, en tiempos en los que el saber y el conocimiento anda disperso, como nuestros propios ojos.

 

* La Gaceta

 

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