Domingo 13 de julio 2025

¿Qué tan profundo es el “Oeste profundo”?

Redaccion Avances 13/07/2025 - 15.00.hs

La expresión “Oeste profundo” aparece con frecuencia en discursos políticos, relatos periodísticos, publicaciones institucionales e incluso en conversaciones cotidianas. Pero ¿qué decimos realmente?.

 

Cristian Javier Acuña *

 

En la geografía simbólica de La Pampa, la expresión “Oeste profundo” aparece con frecuencia en discursos políticos, relatos periodísticos, publicaciones institucionales e incluso en conversaciones cotidianas. Se utiliza para referirse a una amplia región comprendida por los departamentos Chalileo, Loventué y Chicalcó, una zona de amplios horizontes y poblaciones dispersas. Pero, ¿qué dice realmente esa frase? ¿Qué imágenes activa en quienes la escuchan o repiten? ¿Y qué silencios impone en quienes lo habitan?

 

Historia con sentidos.

 

El término no es reciente; tiene una historia con sentidos distintos que no pueden ignorarse. Cuando comienza a mencionarse con fuerza, a fines de los años 60 y principios de los 70, lo hacen artistas e intelectuales -especialmente santarroseños- con un sentido reivindicativo del oeste. Se trataba de discutir las representaciones hegemónicas de lo pampeano, hasta entonces asociadas casi exclusivamente a la “pampa gringa” del Este: agricultores, inmigrantes europeos, chacras prolijas de la Pampa húmeda.

 

Salomón Tarquini y Laguarda (2012), en Las políticas culturales pampeanas y el alumbramiento de una identidad regional (1957-1991), coinciden en que mirar hacia el Oeste era visibilizar otras realidades: el despojo de las poblaciones indígenas, la explotación de los hacheros, el aislamiento de los puesteros.

 

Había allí una búsqueda contrahegemónica. Era decir: también este territorio forma parte de la pampeanidad. Además, el término aparece en intervenciones públicas de escritores como Edgar Morisoli o en publicaciones del desaparecido suplemento La Calle, que editaba el diario La Arena en los años 70.

 

También hay que destacar que el concepto dialogaba con la obra América profunda, de Rodolfo Kusch, publicada en los 60. Ese libro fue un parteaguas para comprender la región desde una clave descolonizadora: reivindicaba la cosmovisión andina, las raíces precolombinas y proponía una mirada americana de lo profundo, no como atraso, sino como hondura cultural. Posteriormente, esta obra sería retomada por los estudios poscoloniales y continúa hoy ofreciendo claves potentes para pensar el territorio.

 

Es decir, el “Oeste profundo” significaba —desde una categoría situada—, originalmente, algo muy distinto a lo que suele representar en la actualidad cuando se lo suelta como frase políticamente correcta, carente de contexto y en tono empático. Cuando no viene de lo residual, sino como muletilla. ¿Es profundo porque está lejos de Santa Rosa? ¿Es profundo porque me quedé sin señal de telefonía celular? ¿Es profundo porque la casa del puesto es de adobe?

 

Por eso vale la pena repensar qué connotaciones tiene hoy ese término para las y los oesteños que lo habitan, y cómo lo resignifican desde adentro.

 

Desde una mirada semiótica y cultural, vale la pena detenerse en este signo aparentemente inocente. El adjetivo “profundo”, cuando se asocia a un territorio, no suele tener un sentido literal. Nadie supone que el oeste pampeano esté bajo el nivel del mar, ni hundido en una zanja, ni sea el patio trasero de alguien. Lo “profundo” opera como una marca simbólica: sugiere lejanía, marginalidad, rusticidad, tal vez autenticidad.

 

Evoca una zona “menos tocada” por la modernidad, menos visible para el centro político y urbano de la provincia.

 

Sin embargo, el dato geográfico contradice esa narrativa. La ciudad de Santa Rosa, capital pampeana, se encuentra a unos 175 metros sobre el nivel del mar, mientras que localidades oesteñas ubicadas en el corazón de ese evocado “Oeste profundo” se sitúan a más del doble: Algarrobo del Águila ronda los 300 metros, y La Humada supera los 800. Es decir: el llamado “oeste profundo” de La Pampa es, en realidad, más alto que el centro pampeano.

 

No son los metros, es el lenguaje.

 

Este contraste no es menor. Muestra cómo el lenguaje construye imágenes del territorio que no necesariamente se corresponden con los datos objetivos, pero que sí tienen un peso simbólico importante. Nombrar un lugar “profundo” no lo describe: lo define culturalmente. Y en esa definición -que es política como el lenguaje- hay una jerarquía implícita: lo profundo es lo que está lejos del centro, lo que permanece “en la sombra”, lo que se asocia con una suerte de atraso romántico o de autenticidad congelada.

 

Desde el relativismo cultural, esta mirada merece una revisión. Y cuando digo revisión, digo debate con pobladores, estudiantes, docentes, antropólogos, sociólogos. Porque si todas las culturas y formas de vida deben entenderse en su propio contexto, sin escalas de superioridad o atraso, entonces expresiones como “Oeste profundo” pueden resultar problemáticas. Aun usadas con afecto o con intención identitaria, corren el riesgo de reproducir una mirada centralista, donde el valor del territorio depende de su distancia simbólica respecto del poder y la visibilidad. Acá cabría cuestionarse cuánto hay de ese espíritu que miró hacia acá en el sentido reivindicativo de los años 60 y 70. En resumen: si quien lo dice está en Santa Rosa, puede ser entendida como una mirada capitalcentrista.

 

¿Cómo seguir nombrando?

 

Tal vez sea momento de encontrar nuevas formas de nombrar al oeste pampeano. De pensar en un “oeste con identidad propia”, en el “territorio donde se pone el sol” o, simplemente, en decir Chalileo, Loventué y Chicalcó, con la dignidad que implica llamar a lo diverso sin jerarquizarlo.

 

Porque, en definitiva, nombrar es también una forma de habitar. Y repensar cómo lo hacemos es parte del trabajo de construir una provincia más plural, más justa y más consciente de su historia y su geografía.

 

* Periodista. Director de InfoHuella. Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social (FCH - UNLPam).

 

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