Una posición ante la vida
En estas páginas compartimos una conversación con la poeta Agueda Franco, socia fundadora de la APE y del Grupo de Escritores Piquenses. Nos cuenta su manera de relacionarse con las palabras y su metodología de trabajo.
Gisela Colombo *
Agueda Franco nació en Buenos Aires en 1957. Desde 1975 reside en la ciudad de General Pico, provincia de La Pampa. Es socia fundadora de la Asociación Pampeana de Escritores y del Grupo de Escritores Piquenses. Publicó “Laberintos Antiguos” (Fondo Editorial Pampeano, 2000) y “No le digas” (Fondo Editorial Pampeano, 2010). Fue seleccionada en dos oportunidades por el Fondo Nacional de las Artes para integrar los talleres literarios coordinados por las poetas Alicia Genovese e Irene Gruss. Junto a otras seis poetas, integró desde 2010 el grupo Desguace y Pertenencia, con el que editaron “El Hilo Invisible” (2012) y “Donde el viento” (2016) y “Hoja de ruta” (2019). En 2017, nuevamente sola, publicó “Raspando los días” y “El año que no hubo verano”. Su última obra es “Estar en el cuerpo”, de 2024. Actualmente, es una de las promotoras y productoras del festival de poesía denominado “Pampa Fest”, que ya cuenta con varios años y mucha convocatoria.
- ¿Qué significa para vos, Águeda, ser poeta? ¿En qué cosas está montada esa condición? O, de otro modo, ¿cuándo y cómo te sentiste por primera vez poeta?
- No voy a ser original en esta respuesta, pero ser poeta es una posición ante la vida, una manera particular de mirarla. La poesía es “la pequeña voz del mundo”, como dice Bellesi, ve lo que, para otros, pasa desapercibido. Siempre fui así, me concentré en una piedra, un bichito, una mínima porción de esto que se nos aparece como realidad.
- ¿Cómo vivís vos esos impulsos primeros de un poema? ¿Cómo te disponés? ¿Tenés algún ritual para generar atmósfera propicia?
- El impulso de escribir puede aparecer en cualquier momento, y puede ausentarse sin aviso, sin que tengamos certeza de que volverá. Yo necesito cierta paz mental, cierto orden en la casa para poder escribir. A veces música suave, a veces un sahumerio.
También he escrito en el colectivo, en bares, en el dorso de una receta y con el suero puesto, apenas salida de cirugía. Quiero decir que la necesidad de la escritura siempre es una urgencia: una palabra, dos, que después darán forma a una idea o imagen. La inspiración es breve, urgente. El tiempo de corregir y llegar a la versión definitiva es otra cosa.
- Algunos teóricos sostienen que la célula del poema no es una idea sino una imagen. Pero en cada poeta es diferente. ¿Vos cómo sentís que arranca la necesidad de escribir un texto poético?
- (Algo contesté en la respuesta anterior) En mi caso, a veces es una palabra, su sonoridad, pero siempre viene unida a una idea. Realmente, no puedo decir qué sucede primero. Palabra y pensamiento andan siempre juntos en mi cabeza.
- La poesía trabaja mucho con el sonido, pero también con la imagen visual. Tengo la idea de que, detrás de cada poeta hay un músico o un artista plástico en ciernes. ¿A cuál de esas artes te sentís más inclinada?
- Creo que están muy entremezclados. A veces mis poemas son muy visuales (una terapeuta trabaja poemas míos, en pacientes con problemas cognitivos porque las imágenes visuales son fuertes). A veces gana cierta musicalidad. Las artes se complementan. Me hubiera encantado saber dibujar o tocar algún instrumento.
- Tu poesía es muy sintética y potente. ¿Cuál dirías que es el tema o los temas vitales a los que siempre volvés?
- Siempre vuelvo al jardín. Siempre la mirada a la tierra, a ese mundo que se esconde entre las matas. Porque en el microcosmos está todo. Porque me permite pensarme como humana en un mundo que percibo cada vez más deshumanizado y violento. Es el refugio desde el cual puedo proyectarme.
- Si tuvieras que escoger un poema tuyo para compartir con nosotros, ¿cuál sería? ¿Es mucho atrevimiento pedirte que nos lo compartas aquí?
Y ya que hablamos del jardín…
Bosque
Desde la perspectiva del ciempiés
o del bicho bolita
una mata de helechos es un bosque precioso
enmarañado y primitivo.
Apenas llega el sol,
caricia que despereza tallos.
Los árboles se alzan a la luz
graciosamente conmovidos.
La hormiga cruza sin detenerse a ver.
La urgen otros asuntos:
llevar el alimento sin apartarse del camino.
Pero el ciempiés explora
con sus cincuenta pares de patitas
la formación rocosa de unos granos de arena,
el valle que talló el escarabajo
donde anida la sombra,
los arroyos sutiles nacidos a la hora del riego
que se desvanecen al atardecer.
Eso sabe el ciempiés
porque camina el bosque día a día.
Yo persigo el poema
como a una hierba inmaterial
que brota en ese bosque,
que fue semilla
bulbo
desflecada raíz
y emerge quebradiza
y a lo mejor se muere entre mis dedos
y a lo mejor
se salva.
- ¿Qué relación tenés con la escritura narrativa? ¿Solés leerla? ¿Te gusta escribirla?
- A veces siento necesidad de escribir narrativa, y son poemas en prosa. Hace tanto tiempo que leo y escribo poesía que me cuesta entrar en una novela o en un libro de cuentos. Me acostumbré a la síntesis, a la brevedad. Últimamente leí a Alejandra Kamiya y es un tipo de narrativa que me atrae. Lo mismo Dolores Reyes. No me pasa con Mariana Enríquez.
Me obligo a leer narrativa, pero mi biblioteca desborda de libros de poesía.
- ¿Cuál te parece que fue el autor o el libro que más influyó en tu literatura? ¿Fue consciente la influencia o la descubriste más tarde, releyéndote?
- Siempre digo que llegar a La Pampa a los 17 años e inmediatamente conocer la poesía de Olga Orozco, Juan Carlos Bustriazo Ortiz y Edgar Morisoli fue una marca indeleble en mí. Olga y Bustriazo, porque fueron el deslumbramiento de la palabra, que puede ser maraña de significados, lúdica, exuberante. Edgar, por su claridad de lámpara y su humildad (ya tenía un renombre y una extensa trayectoria, y me recibió como a una igual, a mí, que traía apenas unos poemitas escritos en un cuaderno escolar). Y al releerme descubro sus influencias en ciertos climas, en algunos temas. Los maestros siempre aparecen en lo que escribimos porque escribimos a partir de lo que hemos leído, de lo que nos dejó una impronta.
- ¿Cuánto hay de disciplina en tu labor literaria; o como dijera Einstein (al menos a él se lo atribuyen) cuánto de inspiración y cuánto de transpiración?
- La inspiración, como dije, es apenas un vientito que agita la cortina. Un momento breve. Después hay que trabajar. Tengo poemas empezados hace años y no logro terminarlos, por más que los trabaje. Otros salen enseguida porque ya maduraron en mi cabeza antes de volcarlos al papel (sigo escribiendo a mano, en cuadernos escolares). Después, espero la lectura crítica de poetas amigas, analizo sus sugerencias, veo si le convienen o no al poema, o escribo otro. Es una tarea incomprensible para otros, pero a mí me fascina.
- ¿Qué estás trabajando por estos días?
- Tengo dos libros terminados, sobre la sed (la real y la simbólica, la sed de humanidad que siento) y sobre la memoria y el deseo de perdurar en el recuerdo, y los extravíos de la memoria. Hago un taller virtual con Lola Halfon y Camila Vallendor, poetas jóvenes y talentosas. Es una manera de revitalizar mi escritura, de conocer autores nuevos, y ese aire fresco siento que me viene muy bien, porque escribo asumiendo otros riesgos. Hay que seguir aprendiendo, porque como decía Olga, en poesía todos somos principiantes.
* Docente y escritora. Compiladora
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