Don Rosendo, el laburante, el artesano
Los leños trepidan en la estufa hogar, y la luz tenue de la casa alumbra el interior mientras la lluvia cae impiadosa en el atardecer santarroseño, en ese barrio disimulado a la vista de quienes transitan por la cercana ruta 35. "Aquí vivo hace algunos años", musita.
Rosendo tiene 76 años. Se ha sacado la barba que lucía hasta hace unos días y me invita a pasar a la vivienda que levantó con sus propias manos en ese caserío que fue creciendo al sudeste de la ciudad, oculto a la vista de la gente, casi secreto... Barrio Escondido, que así lo llaman.
"Rosendo Agüero, pa' servirlo", me hace pasar. El aguacero que cae continuo, pertinaz, lo mantiene en su casa por esas horas, porque de lo contrario andaría por allí, ofreciendo su mercancía, que no es otra cosa que el producto de sus habilidades.
Un artesano.
Quienes nos reconocemos "casi inútiles para todo servicio" -salvo esto de teclear para escribir algunas líneas- solemos admirar a la gente que es capaz de estas cosas, de manejar cinceles con singular destreza para hacer aparecer de un par de elementos amorfos un cuchillo, palas, hachas, formoles, cortafierros, tabas, cintos, rastras... y que si es necesario son capaces de construir una silla, una mesa, o un mueble cualquiera. "Esto, todo lo que ven -señala muebles y otros enseres- lo hicimos con mis hijos", me cuenta.
No lo conocía personalmente a Rosendo, pero algo me llamó la atención en él cuando lo vi a la salida de ese hipermercado que presume de no tener nombre. Ubicado en su camioneta exponía el producto de sus habilidades y, en un tono que era casi un susurro, respondía las consultas de potenciales clientes. En la camioneta Sultán, un enorme perro cruzado con ovejero alemán se muestra dócil y obediente. "Vale oro, sólo le falta hablar", se ufana el dueño. "¡Sultán, salude!; ¡parado!; ¡acostado!", va ordenando y el animal cumple cada mandato, obediente y fiel. "Eso sí, no lo hagan enojar", advierte sin que haga falta.
Alguien me dijo quién era y entonces sí, asocié: ¿Quién no escuchó alguna vez en Santa Rosa hablar de la chacra de Agüero? Sí, si hasta una banda de rock lleva ese nombre.
Laburante, en lo que sea.
"¿Quiere saber de mí? Qué le puedo decir... que nací en Colonia Roca, en la Estancia 'La Isoca', cerca de Toay; que mi padre se llamaba Ciriaco y era alambrador, y mamá Catalina Fógel. Ella hacía un poco de todo; pulóveres, bombachas de campo, carneaba chanchos... de todo hacía la vieja", rememora.
Con sus cinco hermanos supo de los trabajos duros del campo, y mientras iba a una escuela rural -"hasta 2º nomás, pero aprendí a leer y escribir"- aprendía el oficio del chacarero. "Trabajé mucho en el campo, me gusta hacerlo... con decirle que hasta trabajé en el arado tirado por 8 caballos, pero además fui alambrador, pocero, albañil, hombreaba bolsas. Lo que sea".
Un dia Rosendo conoció el amor y se casó con Teodolinda Luisa Gómez, fallecida hace 5 años. Seis hijos tuvieron: Rosendo Antonio (es policía), Mirta Elena (vive en el mismo barrio que el padre), Catalina Alicia, Celso Aníbal (también artesano) igual que Luis Alfonso, y Marcelo que trabaja en una empresa dedicado a reparar automotores.
Cada día -cuando las condiciones del tiempo lo permiten- Rosendo se instala con su camioneta, frente a las instalaciones de un conocido hipermercado -"pedí permiso al gerente y no tuvo problemas", agrega- y muestra todo lo que hace con sus propias manos.
La chacra.
Ahora, mientras charlamos, va hasta otra habitación, trae una maleta y exhibe a modo de muestrario cuchillos de todo tipo... no entiendo mucho, pero me parecen trabajos excelentes que cualquiera puede sentirse tentado a comprar. "Se vende, sí, a veces más, a veces menos, pero siempre hago alguna venta. Pero además algunas veces agarro mi camioneta y me voy al interior, me meto en algún festival de doma y siempre hay gente que se interesa. Sí, con mis propias manos", me mira humilde pero sin poder disimular su orgullo de virtuoso laburante. "Aprendí andando, mirando... porque en la vida hay que trabajar, ¿vio?", me dice para ratificar que su vida es eso.
Un día decidió comprar unas tierras, en cercanías de Circunvalación y a unos 500 metros de la ruta 35, y en ese lugar que la gente empezó a identificar como "La chacra de Agüero" tuvo una cantidad de animales. "Fue más o menos en 1976, un terreno que le compré a Julio Héctor Sánchez, y allí tenía chanchos, gallinas, gallinetas, pavos, llegamos a tener alrededor de 650 chivos y ovejas, una vaca lechera y hasta un ciervo. La gente venía y compraba y además salíamos con mi mujer en un camioncito Chevrolet que tenía pintada una frase: 'Con la pinta no hacemos nada'. Y después hacía changas, lo que viniera, porque hay que trabajar... ¿no le parece?".
El boliche, las bochas, el fútbol.
La chacra de Agüero además se haría famosa en el ambiente futbolero. "En ese lugar teníamos un boliche, con dos canchas de bochas, se jugaba al truco y durante muchos años hacíamos campeonatos de fútbol... todos los fines de semana se jugaban dos tiempos de 20 minutos cada uno, y si había empate se definía por penales", explica.
Rosendo nunca jugó al fútbol, pero sí lo hacían sus hijos en aquellos barrio contra barrio de cada fin de semana en la chacra. "Soy hincha de Ríver, pero la verdad nunca jugué, pero organizaba y me gustaba, porque aparte también resultaba un ingreso, porque preparábamos tortas, empanadas, pasteles, y de vez en cuando carneaba un cordero... Se jugaba por plata y llegamos a tener hasta 25 equipos en los torneos, y venían de Toay, Lonquimay y hasta de Bahía Blanca. La cancha estaba al lado de mi chacra, donde ahora está el Hospital Evita, y eso de los campeonatos fue entre 1974 hasta el '85, más o menos".
"¿Sí se armaba bardo, o había peleas? No, nunca... el juez era 'Barackus' González y enseguida nomás al primero que se hacía el loco lo echaba, y cuando le tocaba ser árbitro a Silvano Espíndola yo le daba una mano desde afuera. Si había alguno que se pasaba de la raya yo le decía: '¡Echalo!'. 'Y vos quién sos para meterte, me contestaban'. Pero yo era el dueño y se tenían que ir. Le daba tres o cuatro fechas de suspensión y listo. Y al que no le gustaba que no viniera más", narra sobre aquellos torneos fantásticos que quedaron en la historia y ya no se disputan más. En ningún lado.
"¿Oficina? Trabajar es otra cosa".
Por estas horas -rodeado por Lucía (10), Amaia (4) y Selena (2 y medio), tres de sus muchas nieta y nietos-, Rosendo sólo espera que pare la lluvia para poder hacer lo que mejor sabe: trabajar. "La vida fue eso para mí, siempre, y así se los inculque a mis hijos... A veces miro a algunos muchachos jóvenes que les gusta estar en una oficina, pero que quiere que le diga... para mí trabajar es otra cosa", me comenta.
No le digo nada, quizás porque no quiero que en ese momento se dé cuenta que mi tarea "intelectual" me pone en absoluta inferioridad -y me da un poco de vergüenza- ante tanto esfuerzo, tanta dedicación y tanto ponerle el cuerpo al trabajo "en serio" que pregona don Rosendo.
Es que ha hecho "de todo" don Agüero. "Sí, hasta domador cuando era joven, y también guitarrero de ocasión", menciona. ¿Cómo es eso? "Sí, nada profesional, pero en una reunión me gusta agarrar la guitarra y darle a una milonga, un tango, folklore o lo que venga".
Sí, de verdad, y a su manera, todo un personaje don Rosendo. Ahora espera ansioso que pare de llover... hay que salir a trabajar. "Y siempre por derecha, eh!", advierte levantando su diestra.
Un problema que lo preocupa.
Parece un hombre tranquilo don Rosendo Agüero, pero hay algo que lo inquieta. Hoy, aunque está jubilado, vive con el producto de su trabajo, desinteresado de la política y de toda otra cuestión que no pase por esa que le ocupa el pensamiento todas las horas de su vida: trabajar.
"No me puedo quejar, porque en alguna época me fue muy bien, después no tanto y ahora hago lo que puedo", reflexiona un poco solemne. No tiene rencores, pero recuerda que en la época de Raúl Alfonsín perdió parte de sus ahorros. "Tenía algún plazo fijo y la verdad es que me los podaron un poco en ese momento... pero después cuando llegó Menem fue peor, fui a parar a la lona", dice resignado.
Ahora, cuando cree que le queda "poco hilo en el carretel", tiene una preocupación. "Siento que estoy grande, tengo problemas, asma bronquial, y me gustaría dejar arreglado todo por mis hijos. ¿Quiere creer que en la época de Tierno (intendente) quise ir a arreglar en la municipalidad y me querían cobrar $4.000 de multa porque había construido sin los planos... imagínese, esta casa, y la de al lado, la levantamos hace 20 años con mis hijos, con nuestras propias manos. No sé cómo arreglar esto para que los muchachos no tengan problemas cuando yo no esté", me cuenta como pidiendo que alguien le dé una ayuda para arreglar esos papeles sobre los que, quizás, no entienda mucho.
Su casa es la última del Barrio Escondido, en el sector sudeste, imposible no ubicarla, y tal vez sería bueno que desde el municipio alguien le dé la mano que este hombre bueno, trabajador silencioso, está necesitando.
Una banda de rock.
Si algo faltaba para demostrar que la Chacra era un lugar sorprendente es saber que allí tomó forma una banda de rock. Un día unos muchachitos le pidieron al propietario que les alquilara un galpón para ensayar. Armaron una banda que "al principio se llamó Studebacker, y después me pidieron permiso para ponerle 'La chacra de Agüero', y así se hicieron conocidos", cuenta Rosendo. "Hace un tiempo me encontré con uno de ellos y me dijo que iban a traer un chivito para comer... pero seguro que el animalito debe tener unas aspas enormes, porque hace como tres años y nunca vinieron", se ríe con ganas.
Artículos relacionados