Vivir en China, experiencia alucinante
Se suele decir que cada uno de nosotros es hijo de su tiempo, que podría resultar que nada tuviéramos que ver -o poco en realidad- con la formación de nuestros padres o nuestros mayores. ¿Que puede ser una frase como tantas y nada más que eso? También eso es aceptable y por eso no me atrevo a desvincular tan abiertamente la vida de cualquier persona con lo que puede haberle quedado impregnado de sus mayores.
Es cierto, mientras uno se va desarrollando quizás tome rumbos impensados; y tal vez en épocas pasadas puede haber sido "normal", más común, que los jóvenes afrontaran un camino parecido al de sus padres, que siguieran con su misma profesión o trabajo. Pero hoy la comunicación moderna hizo que el acceso a otros conocimientos, a otras costumbres, y aún a otros estilos de vida, pongan a disposición más opciones. Y aparece así una diversidad de ofertas que muchos jóvenes no se privan de tomar como alternativas para su vida
No obstante se me ocurre que ni a Pablo, ni a Adriana -los padres de esta jovencita que ahora está frente a mí- se les habría ocurrido que alguna vez Lucía -"sí, un solo nombre", dirá-, estaría viviendo en la lejana Shangai.
Chino básico.
Uno escucha hablar todo el tiempo de China, el gigante asiático, y conoce someramente de su historia. En mi caso me permito una digresión: me queda de Shangai que fue la ciudad que eligió André Malraux como epicentro de su novela "La condición humana", que narra un episodio de la guerra civil china; y también que estuve varios días en Taiwán -la isla que es la porción capitalista-, y pude admirar esa cultura milenaria, aunque Taipei esté políticamente en las antípodas de la china continental.
Pero sabiendo de tan enormes diferencias culturales, con un idioma para mí ininteligible, no se me ocurrió que alguien de nuestro país, de nuestra pampa, podría elegirlo como destino de su vida, aunque sea por un par de años.
Pero me equivoqué de medio a medio, porque Lucía Fernández (26) lleva ya un año allí, y se quedará otros doce meses. Por estas horas en Santa Rosa, visitando familiares y amigos, la jovencita cuenta que es hija de Pablo Fernández y Adriana Lis Maggio -los dos sumamente conocidos- y que tiene un hermano, Emanuel, radicado en Buenos Aires.
Una China alucinante.
Después de haber hecho la primaria y secundaria en Santa Rosa, Lucía se recibió de licenciada en Ciencias Políticas en la UBA. Pero creyó que no era suficiente, que le faltaba "algo más", y aplicó para una beca en China. "Tuve suerte y la gané, y desde hace un año estoy en Shangai", dice con naturalidad. Aún cuando convive todos los días con esa realidad, no puede dejar de asombrarse "por la proporción de los lugares. Hay que tener en cuenta que es la ciudad más poblada del mundo, con 27 millones de habitantes... pero todo llama la atención: la gran muralla, algo alucinante (se ha precisado que tiene más de 21 mil kilómetros de extensión); la plaza de Tiananmen (la más grande del mundo con 880 metros de largo por 500 de ancho), el ejército de terracota, la ciudad prohibida en Pekín ", dice en el principio de la charla.
Vale la pena detenerse un instante en esa colosal obra de arte que son los guerreros de terracota, un conjunto de más de 7.000 figuras de guerreros y caballos a tamaño real enterrados, y descubiertos en 1974 cerca de Xian. "Las figuras son a tamaño natural: miden 1,80 de altura y están equipados con armaduras fabricadas también con terracota", amplía Lucía.
Ciudad cosmopolita, y moderna.
"Casi diría que ir a China es acceder a un planeta diferente... la civilización más antigua, con un idioma que al principio me parecía inaccesible, y que hoy hablo con cierta naturalidad", sonríe.
"¿El idioma? Esos dibujitos que vemos, los caracteres, son partículas de una frase". Muestra un escrito y lo descifra en voz alta, mientras explica que "el chino básico tiene cuatro acentos, y hay que tener en cuenta que no tiene alfabeto". Existen, además, una diversidad de dialectos. "Hoy puedo decir que me manejo con cierta soltura", agrega.
Con respecto a la vida en Shangai señala que se adaptó. "Es una ciudad cosmopolita, pero voy a una universidad en la que compartimos con chicos de distintos países, y entre ellos hay de Mongolia, Japón, Zimbawe y Corea; pero también algunos mexicanos a los que le enseñé a tomar mate. Los chinos no entienden muy bien eso de tomar de la misma bombilla... Pero te das cuenta que los jóvenes son como nosotros, que cuando conocés sus idiomas las bromas
que me hacen son las mismas que me harían mis amigos aquí en la Argentina. Los chinos parecen más tímidos, pero en realidad son como más protocolares, les cuesta un poquito más el acercamiento físico", los describe.
"Estamos atrasados".
Lucía cuenta que está enterada "de todo lo que pasa en el país y te das cuenta que atrasamos mucho, porque a veces nos comparamos con cosas que pasaron hace 50 años y nos dicen que eso es bueno... y me parece que no puede ser", reflexiona.
De alguna manera, con lucidez, refiere al contrato que en su momento firmó Juan Domingo Perón con la Standard Oil (no llegó a ponerse en práctica porque sobrevino el golpe del '55), y sin decirlo expresamente traza un parangón con el acuerdo de estos días entre YPF y Chevron.
"Cuando miramos nuestro país desde afuera lo ubicamos entre otros 300 países, peleando por otro premio. Tenemos una historia difícil, y estamos muy atrasados, porque si decimos que está bien cosas que creíamos que estaban bien hace 50 años...", repasa.
"Es muy distinto aquello. Ellos se dan cuenta que son potencia, y estamos lejos de eso. Es toda una construcción que tenemos que ir haciendo para ser mejores", completa.
Messi, lo que más conocen.
"¿Qué saben de nosotros? No mucho.. Cuando decís Argentina te dicen 'Messi, Messi'... son fanáticos, les gusta el fútbol y te hablan de Messi. Muy poco, casi nada Maradona, algo de Barcelona y un poco de Perón y Evita por la interpretación de Madonna", señala. Hincha de Boca, Lucía cuenta que en Shangai se encontró con un ex futbolista y director técnico: "Eh! Checho, cómo estás", le dijo más o menos la joven. El Checho Batista -ex campeón del mundo y entrenador en Shangai- se dio vuelta y sonrió: "Al fin una voz en castellano", le respondió. "Fue muy amable, charlamos bastante y compartimos un rato. Sí, fue un lindo encuentro", dice ahora Lucía.
Después cuenta que a los chinos "en general los occidentales les caemos bien: les gustan las formas redondas de nuestros ojos, y la nariz. Con la comida me arreglo, porque es mucho en base a verduras, arroz, cerdo y pollo; y por supuesto también pescado. ¿Si aprendí a usar los palitos? Claro, como allá las porciones de comida son chicas los palitos son lo mejor", agrega y muestra su habilidad con esos utensilios.
Los chicos crecen.
"Te dejó sobre el mantel/su adiós de papel,/tu pequeña./Te decía que en el alma y la piel/se le borraron las pecas,/y su mundo de muñecas pasó.../ Pasó veloz y ligera/como una primavera en flor". Canta Serrat y uno mismo se pregunta, acerca de sus hijos... "qué va a ser de ti". Ellos, los jóvenes, simplemente parten, a vivir, a buscar su destino en cualquier parte.
Y tenemos que aceptarlo, sin remedio.
Adriana -la mamá de Lucía- lo entiende perfectamente: "Ellos buscan ser felices, y la felicidad la pueden encontrar en cualquier lugar del mundo", piensa en voz alta.
Lucía, ahora en su casa materna disfruta de la familia: "Tengo la suerte de compartir una amistad con papá, mamá y mi hermano Emanuel, y más allá del vínculo y los roles familiares, nos disfrutamos mucho. Nos educaron buenos, sensibles, curiosos, narrativos; y a la par hicieron y hacen su vida a gusto; los admiro mucho. ¿Yo? No sé qué estaré haciendo ni dónde en varios años, espero simplemente estar a gusto. Sueño cosas pequeñas, tal vez multiplicadas: salud, que la gente viva bien, que asociarnos nos mejore", pide y se esperanza. Lucía busca, como todos, estar bien, ser feliz. Shangai, indudablemente, será una importante etapa de su vida. Pero también es seguro que algún día volverá, a buscar a su tierra y a su gente... Hoy aprende, se capacita y disfruta de la vida al otro lado del mundo. Y está bien.
Lucía, la hija de Pablo Fernández.
Obviamente para Lucía son tan importantes uno como el otro, pero sabrá entender el título. Adriana Maggio es reconocida en su carácter de escritora -es licenciada en Medios de Comunicación-, y fue subsecretaria de Cultura de la provincia; pero Pablo Fernández es una persona que marcó un tiempo de la política pampeana.
"Mamá es talentosa, solidaria, capaz, creativa, obstinada, alguien que donde pasa deja marca. Hablamos mucho, nos mejora, nos sostiene", la elogia Lucía.
Marca la diferencia con Pablo: "Los dos estuvieron sujetos a contextos y biografías muy distintas. Mi viejo es un tipo inteligente, muy formado y sensible. Tenemos deliciosas charlas de política, historia, poesía, y de la vida en general. Creo que tiene una personalidad imponente, contagiosa, imagino que quien lo haya conocido lo recuerda con cariño. Creo además, que políticamente hizo que muchas cosas aquí ocurrieran por primera vez. Me gusta pensar que con su carisma, trabajo y modo de pensar la sociedad, aportó algo", ahora se refiere a papá Pablo.
Es que Pablo supo ser un dirigente comprometido con su tiempo, que marcó una época primero desde la CPE de Santa Rosa, que presidió, y después como dirigente político cuando a punto estuvo de ser intendente (elecciones que aún se recuerdan), y también por su paso como legislador provincial, y más tarde por el Congreso Nacional.
Hoy, se me ocurre que quizás un poco decepcionado, vive en cercanías de Merlo, San Luis, y poco se sabe de él. "Está muy bien, y ahora mismo cuando llegué me estaba esperando en Ezeiza con el resto de la familia", menciona Lucía en el final.
En China se vive bien.
Lucía cuenta sobre el control de natalidad impuesto en China. "Las parejas pueden tener un solo hijo en la ciudad y dos en el campo". Dice que todo parece bajo control en ese país: "Es impresionante ver que todo es a energía eléctrica, no hay gas. Las motos son eléctricas y hay zapatillas en las calles para recargarlas. Y nadie se va a llevar nada: ni las zapatillas, ni las motos".
Todavía se asombra de que funciona un tren magnético que corre a 350 kilómetros por hora, que no se ve pobreza y que el piso de la sociedad es más alto que lo que conocemos. "Es una construcción de años", completará.
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