Tito es ciego y atiende su propio bar
La persona no vidente tiene habilidades como cualquier otra, y es capaz de desempeñarse con eficiencia allí donde le toque hacerlo. Tito Molinero, dueño de un bar en Riglos, es un buen ejemplo de eso.
MARIO VEGA
La vida nos da y nos quita, nos pone en lugares impensados y en ese devenir incierto tenemos que desenvolvernos. En ese transcurrir -muchas veces, por distintas circunstancias- podemos estar abatidos, desanimados, y sentirnos abrumados por algún inconveniente que creemos insoluble. O que al menos vemos que se nos presenta como una piedra en el medio del camino, y una dificultad que nos torna más arduas las cosas.
Cuántas veces caemos en eso de pensar que la vida nos da la espalda en ciertos casos, cuando en realidad se tratan de problemas que -al cabo de un tiempo- se pueden superar.
Por eso encontrarse con alguna gente que le pone el pecho a la adversidad, que pese al infortunio que le pueda tocar continúa su camino y simplemente vive, sin paralizarse ante determinados contextos, es como una invitación a entender. A comprender que hay que adaptarse y seguir… sí, eso, seguir.
Otros casos.
En estas páginas ya hicimos referencias a personas que, carentes de la visión, consiguieron integrarse y adecuarse para ir hacia la meta que pareciera ser el objetivo de todos los mortales: ser feliz. Que de eso se trata… ¿O no?
Es verdad que los avatares nos hacen atravesar en nuestra existencia por los más diversos estados de ánimos, y debiéramos comprender que bien puede suceder que esa sensación de bienestar no siempre sea posible. Pero se entiende que el hombre, y la mujer (siento que me expreso algo extrañamente dicho así), trata de vivir de la mejor manera.
Se puede mencionar que reflejamos en anteriores oportunidades, aquí mismo, la historia de un abogado, funcionario de la Dirección de Discapacidad -estudió y se recibió ya privado de la visión-; y también la de otra jovencita que se graduó no hace tanto como profesora de Psicología. Y por supuesto hay muchos ejemplos más.
Y ni hablar de enormes talentos en el orden mundial que eran ciegos: cantantes, guitarristas, pianistas y atletas de diversas disciplinas. Y sin ir más lejos el inconmensurable Jorge Luis Borges.
Capacidad para poder.
No obstante al resaltar a todos ellos y su capacidad para sobreponerse, nos queda la sensación que muchos de nosotros -al menos quien esto escribe- quizás no hubiéramos podido. Que hay que tener una pasta especial para seguir viviendo y ser feliz de la manera que cada uno pueda.
En algunas ciudades como Santa Rosa hay programas de integración para discapacitados que resultan dignos de elogio, pero se me ocurre que en localidades más pequeñas eso se dificulta. Y supongo debe pasar en un pueblo como Miguel Riglos, que cuenta con solamente unos 3.000 habitantes.
Pequeños bares.
Existen por allí, todavía, pequeños y modestos bares -esos que cuentan habitualmente con unos pocos parroquianos, casi siempre los mismos-, que no tienen que ver con otros establecimientos tipo confiterías, más importantes y suntuosos, como serían aquí en Santa Rosa La Capital o La Recova (antes El Águila). Y otros que ya no son… El Centenario, El Itapé, el Bar Apolo, partes de una historia singular de la ciudad que siempre se recuerda.
Pero están además estos bares pequeñitos donde apenas concurre una veintena o menos de parroquianos. Siguen existiendo, pero cada vez son menos.
Se trata de esa suerte de boliches humildes, con pocas mesas, un mostrador y algunas que otras acotadas ofertas de bebidas -pocas- que a veces se pueden matizar con alguna picadita de fiambres. Son bares donde no hay mozos, o en todo caso es el mismo propietario el que se encarga de atender el pedido de los clientes.
Bares de Santa Rosa.
Siguiendo con Santa Rosa podemos recordar de esos algunos muy conocidos como «El Chispazo» en la esquina de González y Uruguay, y también El Cacique que supo estar sobre Avenida San Martín. Y particularmente me toca mencionar el Bar de Adolfo en Villegas y Don Bosco, donde tantas noches concurríamos con nuestra barrita de amigos adolescentes o poco más. Algunos iban a jugar un poco de billar, y otros con las barajas se prendían en una partida de mus, truco o chinchón.
Con el tiempo fueron desapareciendo, y quedaron algunos que otros en los barrios, pero muy pocos.
El bar de Tito.
En Miguel Riglos sí, aún funciona «Tu recreo»… aunque no haya cartel alguno que lo identifique. Ricardo Héctor Molinero (64) es Tito para todos… Nació y se crió allí y conoció la localidad como pocos porque pateó sus calles durante varios años: era el cartero del pueblo.
Eso hasta que, a medida que fue perdiendo la visión y en 1991 accedió a una jubilación por discapacidad.
Pero además se trata de un verdadero personaje, porque tiene la particularidad -él solito- de atender un bar, su propio bar, el que permanece abierto de lunes a lunes en horarios fraccionados: algunas horas cercanas al mediodía y al atardecer: «Todos los días… sin falta», reafirma.
Un punto de encuentro.
Accedí a saber de él porque Eduardo Recarte -ex intendente radical de Miguel Riglos (período 2003-2007)- es habitué de ese bar ( y supongo también lector de estas notas domingueras) y me hizo transmitir por el abogado santarroseño Ricardo Fernández que la historia de Tito cabía justo para esta columna.
Dicen los que dicen saber que este tipo de bares se remonta a la época colonial; y en muchos pueblos del interior aún existen, en algunos casos con la correspondiente cancha de bochas a un costado. Y es cierto, en los pueblos todavía hay de esos lugares, bares que son un verdadero punto de encuentro de amigos que se torna cotidiano.
La historia de Tito.
Son las 10 y media de la mañana de un día en que el sol pega fuerte, y Tito Molinero nos recibe gustoso para contarnos de su vida.
«Nací el 2 de mayo de 1956 en Riglos, así que tengo 64. Soy hijo de Santiago, que era jornalero, trabajador en la bolsa, en tareas rurales, y al final esquilador con sus propias máquinas. Mamá se llamaba Irma Ábel -con acento en la «a» inicial-, y mis hermanos son Rubén, no vidente como yo, que es ingeniero electrónico y vive en Bahía Blanca; Raúl Omar que hace años está en Mar del Plata, que tuvo dos bares y ahora medio los administra más de lejos; y Mario Hugo, que vive aquí al lado y es jornalero», puntualiza.
«Nosotros vivíamos en una quinta de tres hectáreas en otra parte del pueblo; y alguna vez mis padres tuvieron a cargo el restaurante y hotel El Quincho», menciona de entrada mientras nos va mostrando de qué manera se va desplazando por sus instalaciones. «Tengo referencias… tanteando, al tacto, me doy cuenta de dónde estoy y me muevo por aquí sin ningún problema», anuncia.
Problemas de visión.
Fue a la primaria en la Escuela nº 91 José de San Martín, y ya entonces experimentaba problemas de visión. «Mi mamá tenía, retinitis pigmentosa, y eso lo heredamos con mi hermano Rubén. Así que tenía que sentarme en el primer banco de la clase porque no veía ni los palotes en el pizarrón, aunque usaba unos anteojos con unos vidrios gruesos con mucho aumento», recuerda.
Por eso el secundario sería nada más que primer año. «El rector que era José María Fiorini no podía entender cómo era que mi hermano Rubén andaba tan bien y yo no daba pie con bola… pero era que no me gustaba, así que mi viejo me sacó y empecé a trabajar con él», expresa.
Canillita de LA ARENA.
Pero no quiere dejar de mencionar su «primer trabajo… fui canillita del diario La Arena desde el 9 de julio de 1967. Salíamos a repartir junto con Miguel Fascio y nos ganábamos una moneda, porque vendíamos entre 40 y 50 diarios que para aquella época era mucho… Para colmo justo nos tocó cuando Gonzani descuartizó a la mujer, y la gente venía hasta donde llegaba el micro, que era ‘El Pamperito’ de Bertero, para que se lo vendiéramos. Se agotaba y algunos hasta querían pagarnos más para que se los vendiéramos a ellos, aunque los teníamos encargados… fue una época muy buena», evoca.
Trabajos diversos.
Tito en 1980 había entrado a trabajar en el Correo, y fue el cartero del pueblo hasta 1991. Después de eso hizo de todo un poco, pero la bloquera, que había sido adquirida por la familia, fue una buena fuente de trabajo: «Porque compramos ya con una venta de 5.000 bloques para entregar, y además se hacían mosaicos y lo cierto es que funcionó muy bien», rememora.
Su problema en la vista -ya se dijo que es hereditario- lo fue complicando cada vez más, aunque tuvo un alivio cuando el oculista (Juan Bautista) Cantarutti le dijo que si se operaba de cataratas iba a mejorar. «Eso hicimos y anduve bastante mejor pero de a poco fui perdiendo la vista del todo», narra.
En un tiempo trabajó en mensajería rural, luego volvió a la bloquera y supo desempeñarse en un corralón con su hermano Mario Hugo.
«Me quedé con los mejores».
Antes del bar actual Tito tuvo otro en otro lugar del pueblo, entre 1983 y 1989. Finalmente se instaló donde está hoy, en Jujuy 219, detrás de la escuela, y abre todos los días, de lunes a lunes, y en dos horarios. Entre las 10 y media de la mañana y las dos de la tarde, y al atardecer, entre las 7 y media u 8 hasta las 11 de la noche.
De a poco van llegando los parroquianos que «son siempre los mismos. Porque empecé a pasar la zaranda y me quedé con los mejores», expresa. ¿Qué se sirve? Podría decirse que sería un típico «bar de copas»: los clientes pueden tomar un aperitivo, Gancia, Casalís, Cinzano… Y por supuesto hablar mucho de distintos temas, entre los que el turf -gran pasión de Tito- está casi siempre presente.
«¿De política? No, de eso casi no se habla… Y sí, es cierto, alguna vez lo voté a Eduardo (Recarte)», reconoce al referirse a su amigo ex intendente. «Es buena gente y creo que frecuentando los bares para tomarse un aperitivo lo ayudó a ser conocido», evalúa al mencionar a quien es en su vida diaria productor agropecuario.
Puntinazo en el traste.
En los primeros tiempos el lugar se llamaba «Tu Recreo», y funcionaba como video juegos y también tenía un pool. Por eso se fue sumando gente más joven que por las noches hacía allí la previa antes de ir al boliche «Batachá», en Macachín.
Tito se percató que algunos no se portaban del todo bien y «se mandaban algunos líos»… hasta que uno se mandó una macana más grande y colmó su paciencia: «Sí, el bonito echó un vaso de Fernet en la tronera (uno de los agujeros donde van las bolas) y estropeó el juego… las bolas no salían porque estaban todas pegoteadas y me agarré una linda bronca. Pero un día me dijeron quién había sido y medio lo arrinconé: alcancé a agarrarlo de un hombro y cuando se iba alejando le acomodé un puntinazo en el traste… ahí decidí vender el pool y no vinieron más».
No obstante admite que hoy en día, el que hizo aquella travesura (lo menciona con nombre y apellido) volvió a concurrir: «Ahora se porta bien», se ríe Tito.
Selecta clientela.
Hoy Tito se ufana de tener «una selecta clientela… son más o menos los mismos todos los días. Unos 12 ó 15, que vienen un rato sobre al mediodía y también antes de cenar o después, depende», cuenta.
Eduardo Recarte, amigo y cliente habitual, agrega que «es asombroso cómo se maneja… Conoce por la voz quién es el que ingresa, qué va a tomar, y le sirve exactamente lo que pide: un Cinzano, Gancia, Coca con Fernet… Y además no sé como hace pero sirve unas picadas bárbaras, bien presentadas y les pone de todo. La verdad es que es un lujo como se maneja», precisa.
Tito expresa que tiene «todo ordenado y sé dónde está cada bebida, y pongo en diferentes bolsillos la plata por si preciso dar un vuelto… a veces cuando tengo alguna duda le pregunto a un amigo: ‘Che! ¿De cuánto es este billete? Un día uno se quiso pasar de vivo y me daba uno de 20 pesos por uno de 100, pero le pregunté a otro y lo encaré… Pidió disculpas, pero igual no le creí que se había equivocado», dice.
El asador de lechones.
Parece ser que una de las grandes virtudes de este hombre -al menos así lo afirman quienes lo conocen- es su condición de muy buen asador. «El mejor asando lechones», dice otro cliente que observaba el diálogo.
«Aunque les parezca mentira me considero bueno y me sale mejor que una parrillada… voy calculando el tiempo hasta que le pongo la mano encima y ahí me doy cuenta que como que empezó a hervir y está listo… y salen buenísimos, de verdad», casi alardea Tito. «Y tiene razón, en eso no hay otro como él», indican los asistentes que un poco lisonjeros parecían pretender ganarse una vuelta pagada por el dueño del bar. ¿O sólo me pareció?
El turf, otra pasión.
Ya dijimos que en fútbol Molinero es fanático de River, pero tiene otra pasión: los caballos de carrera. «Me gustaron siempre, pero no había tenido oportunidad para tener uno, hasta que hace algunos años se vendieron los del haras del Vasco Zubizarreta en Macachín, a precios acomodados y en cuotas. Unos 70 mil pesos, y me decidí a comprar», señala.
Lo bueno es que el 25 de mayo de 2017 su pingo «Piquito D’oro» ganó en la distancia de 1.200 metros en el Hipódromo de San Isidro. ¡Increíble! «Antes había competido ahí y corrió en punta toda la prueba, pero en el disco nos ganó Falero», precisa. Pero al final se pudo dar un gusto fantástico con el caballo que tuvo la monta de Abel Palacios.
«Me gusta muchísimo, y a veces ‘voy a ver’ alguna carrera que me interesa al Jockey Club en Santa Rosa», dice. «Voy a ver…», es la expresión que utiliza, sin tener en cuenta que en realidad sólo escuchará la transmisión. Y esa es su forma habitual de hablar, naturalizándolo todo.
Vivir con lo que toca.
Confiesa no tener «ningún tipo de resentimiento… lo que me pasó lo fui tomando sin problemas… «Es lo que toca y sólo se trata de vivir», completa sin una pizca de rencor por la situación.
Casi una lección de la que debiéramos tomar nota cuando nos quejamos de tantas cuestiones menores… Sí Tito, sólo se trata de vivir con lo que nos toca… Cuanta razón tenés.
Experiencias en Suiza y Canadá
Es difícil imaginar cómo es la vida sin ver, sin contar con uno de los sentidos esenciales y de igual manera arreglarse para trabajar. No resulta simple figurarse cómo será eso de ganarse la vida todos los días con una actividad que requiere cierto manejo en un espacio determinado, y donde hay una interrelación permanente con la gente como sería… atender un bar. Que eso es lo que hace Tito desde hace décadas.
Hay que decir que hay experiencias -en lugares más pomposos seguramente- con mozos y personal que sirven las mesas en una penumbra cercana a la oscuridad.
Se conoce que en Zurich, Suiza, el restaurante Blindekuh, funciona con personas no videntes: esto es las cocineras son ciegas, y los mozos también lo son. También en Toronto, Canadá hay uno de las mismas características.
A tientas para comer.
En nuestro país sabemos del Gallito Ciego, restaurante-taller que funciona en Beccar. El salón es para los comensales un mundo de límites, porque distinto a lo que sucede fuera ellos son allí los discapacitados: necesitan de los mozos ciegos para ubicar su mesa, y aunque ayudados deben tantear para ubicar sus platos, copas y cubiertos.
Y todo se complica más al llegar la comida, porque en la oscuridad deben utilizar tenedor y cuchillo para trozar la carne, o echarle queso rallado a los tallarines.
La iniciativa es de la ONG Audela, que se dedica a concienciar sobre discapacidades motrices, mentales, visuales y auditivas: «La idea es que la gente tome conciencia de las habilidades de las personas con discapacidad», afirman desde la entidad. El mecanismo vivencial es muy fuerte, y los clientes se van tomando conciencia que un no vidente debe ser tratado como cualquier otra persona.
Actualmente Audela lanzó una nueva experiencia: un bar organizado junto con una escuela de sordos donde la consigna es «no hablar. Otra práctica que sirve para entender».
Enfermedad poco frecuente
La retinitis pigmentaria es una enfermedad degenerativa, hereditaria y poco frecuente, que ocasiona pérdida grave de la visión.
Es parte de un grupo de enfermedades oculares que se transmiten de padres a hijos, y es el caso de Tito Molinero y uno de sus hermanos, que la heredaron de su madre. Afectan la capacidad de la retina para detectar la luz y los síntomas suelen comenzar en la niñez. Incluyen disminución de la visión por la noche o cuando hay poca luz, y pérdida de la visión lateral.
Los especialistas expresan que no hay tratamiento efectivo para esta afección, y si bien un tratamiento podría ayudar lo cierto es que la enfermedad no tiene cura.
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