Domingo 27 de julio 2025

La salud del territorio

Redaccion Avances 27/07/2025 - 06.00.hs

Las ovejas y cabras que -sobre una mesa, en el suelo, caminando en la noche juntas y balando- remiten a arquetipos oníricos, a la fluidez con que nuestros sentidos descansan para hacer ingresar otro estadio: el de los chamuscados fragmentos de relatos que persisten.

 

Nicolás Jozami *

 

Un cruce entre Luis Buñuel y el objetivismo francés, de Alain Resnais. El documental Las apariencias, del director pampeano Nicolás Onischuk, Agustina Arrarás, con producción ejecutiva de Gastón de la Serna, entre otra gente, fue proyectada en el cine de Santa Rosa el 6 de junio último y -según comentarios- fue un acontecimiento especial. Ese encontrarse con raíces de La Pampa, de localidades del Oeste, en imágenes quietas de una preciosa brutalidad, recurre a lo más genuino de nuestra condición: la apelación a relatos fragmentados donde el misterio se pliega junto a la cotidianeidad más palmaria de los habitantes de esos inhóspitos sitios. Loventué, Parera, Quetrequén, Puelén, Ataliva Roca, Victorica, entre otros, se tornan espacios cósmicos cuyos retazos retratan vidas, con sus adyacentes pretensiones de trascendencia en murmullos de la lengua Ranquel.

 

Insisto: la vida de los pueblos no es distinta -o tanto- de la de los individuos: ese contacto con aquello anterior, inasible, fantasmático, nos torna por cierto infantiles, huérfanos de constitución de sentido. Oír una narración anónima, sin prescripción autoral, nos deja aislados y asilados en la ingobernabilidad de nuestra razón. El escritor italiano Cesare Pavese (asiduo lector de etnología) escribió en su ensayo “Sobre el mito, el símbolo y otras cosas”: “El mito es, en definitiva, una norma, el esquema de un hecho ocurrido de una vez por todas, y su valor proviene de esta unicidad absoluta que lo eleva fuera del tiempo y lo consagra como revelación. Por eso el mito se produce siempre en los orígenes, como en la infancia: está fuera del tiempo”. Y un poco más adelante: “La vida de todo artista y de todo hombre es como la de los pueblos, un incesante esfuerzo por hacer claros sus mitos”.

 

Las apariencias es eso y tanto más. Las ovejas y cabras que -sobre una mesa, en el suelo, caminando en la noche juntas y balando- remiten a arquetipos oníricos, a la fluidez con que nuestros sentidos descansan para hacer ingresar otro estadio: el de los chamuscados fragmentos de relatos que persisten, que imponen miedo, porque buscan, desean, nos constituyen. Las vidas de los paisanos pampeanos con sus manos llenas de tierra o harina, con los gestos del arrobo ante la noche fría, dejando la comida para los perros hambrientos, moviendo la brocha breve sobre el jabón para luego afeitarse una barba de apenas un par de días, abriendo un baúl y estirándose para sacar un libro de leyendas pampeanas, (lo que vuelve al documental un intento de cajas chinas), los carbones sobre la plancha para planchar la ropa, son la cifra de acciones que se sostiene con lo fantasmal.

 

No hay el estigma en el que suelen caer por tentación ciertos documentales: la penuria de vivir en lugares tan hostiles al sentir hipermoderno, citadino, aún los del interior del interior. Los creadores han sabido equilibrar el muestrario de la vida, de esas vidas, con los paisajes, las llanuras, la oscuridad vital que se huele en el monte.

 

En proporción, ganan esas imágenes de una sutileza muy honda, atravesadas por luces que oscilan y que son las que -sospecho- colocan a Las apariencias en la senda de cierto gótico de monte, frente a las apariciones sí, de los seres que pueblan y alimentan la película. Los misterios de la comunidad se sostienen con aquella fantasmal raigambre al suelo.

 

Las frases susurradas a nadie y asimismo a todos los espectadores, ritualizadas, como al sesgo dichas por los pobladores en tramos de la película, ofrecen no el marco general sino el núcleo por el que la cotidianeidad áspera es atravesada, imantada y me atrevo a decir, formulada. La sinopsis de Las apariencias compromete lo telúrico con lo misterioso que proviene de lo ancestral, que no es sin embargo lo primario. Onischuk y compañía consiguen un film capilar, donde el viento y la hierba, las cabras y la planicie azotada por luces nocturnas, abreva (al menos en mi sensación de pampeano, en modulaciones de Claude Ollier, ya que se toma cada tramo de la intemperie pampeana como personaje, con su personalidad incandescente), de una morosidad que escapa al suspenso y que convoca al escritor mendocino Antonio Di Benedetto.

 

El director ofrece un fresco vital (y tengo en la retina con más colores la fauna y flora y ambientes fuera de los ranchos que lo filmado dentro de ellos) con una osadía que no pena su quietud. He allí un rescoldo de memoria, y una filigrana que se corresponde con aquello de que “Hay personas que no son personas: son apariencias”.

 

Creo que Las apariencias, sorteando fronteras locales, logra un arte de mansedumbre, donde el sortilegio está en pedirnos como espectadores que bajemos la guardia en la división entre lo celestial y lo terrenal, entre lo inaccesible y lo palmariamente transido de latidos humanos, y nos indaguemos a qué distancia sobrevuela el fantasma que lleva el lenguaje de nuestra respiración.

 

* Colaborador

 

 

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