Miércoles 14 de mayo 2025

El Panadero, el «barra bueno» de All Boys

Redaccion 09/10/2021 - 21.28.hs

Los hinchas organizados en grupos para seguir a sus equipos suelen formar las que se denominan barras bravas. No gozan precisamente de la mejor reputación, aunque afortunadamente no todas son iguales.
MARIO VEGA
Hay algo enigmático, inexplicable e irresistible en el fútbol que lleva a experimentar situaciones que -cabe admitir- deja expuestos algunos aspectos que ciertamente tendrían que ver con lo patológico. No voy a caer en la exageración de que todos somos futboleros en nuestro país, pero puede decirse que una gran parte de la población sí lo es; y todo se magnifica cuando se está disputando un campeonato mundial en el que participa la Selección Argentina. Ahí sí todos hablamos de fútbol, o nos ponemos en tema para no estar al margen de lo que es un mes de partidos y más partidos.
El espectáculo en los estadios argentinos ha sido mucho tiempo maravilloso… Esa pasión devenida en sana locura por los colores de una camiseta, la idolatría por un jugador determinado, los cánticos de una multitud enfervorizada, constituyen cuando todo se da más o menos en forma ordenada una verdadera fiesta.

 

Hinchadas y violencia.
Lamentablemente, en muchas canchas la pasión devino en agresiones entre los simpatizantes, en medio de un clima de beligerancia que fue creciendo de tal modo que empezaron las limitaciones. Se llegó al colmo -en estadios vinculados a torneos de la Asociación del Fútbol Argentino-, que se prohibió el ingreso de los hinchas visitantes.
«La 12» relacionada a los colores xeneizes, «Los borrachos del tablón» a River, «La guardia imperial» a Racing, y tantos otras en casi todos los clubes, llegaron a ser en algún momento verdaderas organizaciones que accionaban rayanas con el delito.
La violencia, la droga vinculada a las barras, el negocio de las entradas de reventa, la paranoia de fanáticos que encontraron en ese cúmulo de cosas un modo de vida, lo desvirtuó todo. Desde hace años un River-Boca no se juega con ambas hinchadas en las tribunas, y se tuvo que ir al Santiago Bernabeu, en Madrid, para que eso sucediera. Y pasó en todos los estadios hasta extenderse a buena parte del país.

 

En nuestras canchas.
Por aquí -hay que reconocerlo- la cuestión fue bien distinta. Los incidentes han sido esporádicos, y aunque hubo no hace mucho un grupo de hinchas de un club que recurrentemente tenía problemas con otros y aún con la policía, eso ya casi no se ve.
Cabe admitir que no es numerosa la concurrencia de gente a nuestros estadios, pero sí hay seguidores que muestran un amor incondicional por sus colores. All Boys, la entidad más ganadora de nuestro fútbol culturalista, tuvo agrupaciones que siguieron a sus equipos. Se puede mencionar a «La 12 alboyense», que se terminó yendo un día que su club no pudo con Alvarado de Mar del Plata; y dio lugar a «Los Zabaleros» -en la época que Edilio Zabala, el gran caudillo auriazul, enhebraba como entrenador campeonatos unos tras otros. Pero cuando Edilio dejó de ser el técnico -en un triste desencuentro con la dirigencia-, y pasado algunos meses, se armó «La Fiel», que también algunos conocen como «La banda del Panadero».

 

La banda del Panadero, o La Fiel.
Las barras bravas, estoy convencido, no existen en nuestro fútbol lugareño. Hay algunos simpatizantes más «caracterizados» por decirlo de alguna manera, pero nada más. Y entre ellos uno que si no es el más popular, pega en el palo (para usar un término que tiene que ver con el tema).
Oscar Alfredo Carmelo de la Campa (52) es nacido en Santa Rosa, pero vivió su primer año en Riglos donde estaban sus padres: «Mi viejo sí era de allá… se llamaba Jorge Luis, y fue panadero toda su vida… murió en 1994 en pleno mundial a los 64 años, todavía joven», se lamenta. «A papá le gustaban los caballos de carrera, y yo viví nada más que un año en ese pueblo porque mis padres se vinieron a Santa Rosa y aquí estoy… Mi familia tuvo la panadería que está detrás del Club Estudiantes, que era de San Pedro y se llama San Carlos. Mamá era Elba Haydé Argañín y se dedicaba a la casa y un poco a atender el comercio», completa.

 

La familia De la Campa.
Cuando vendieron la panadería de la calle O’ Higgins y Rivadavia, se fueron a la calle Mendoza, a pocos metros de Raúl B. Díaz, donde aún está. Sus hermanos son Luis Héctor «el mayor que es profesor; Jorge Mario, el del medio, sigue con la panadería y el oficio del viejo; y Hugo Daniel es empleado de una casa de deportes», agrega.
Oscar está casado desde 1990 -son 31 años de matrimonio- con Silvia Haberkon, quien «trabajó 24 años como secretaria del Etchevers y también una década en la Torre Médica. Tenemos tres hijos: Gonzalo (30), empleado de la casa de repuestos El Porteño; Santiago (27) trabaja en una empresa de fotocopiado, y Matías (19) terminó el secundario y está buscando trabajo. Los dos más grandes jugaron al fútbol en All Boys cuando pibes, y el más chico hizo básquet… por supuesto son hinchas del club y van a la cancha conmigo», se regodea.
Y obviamente también ahora están los nietos: «De Gonza tenemos a Lisandro (5) y de Santiago a Kiara (3)… y claro, de quién van a ser sino de All Boys. ¡Todos!», dice y no deja lugar para la duda.

 

Y cómo le iban a decir.
Obviamente le tocó laborar en la cuadra de la panadería de su padre durante varios años. Desde entonces para sus amigos del barrio (ahora Villa del Busto), los del Club Sarmiento -fue mucho tiempo punto de reunión donde pasaban muchas horas del día- pasó a ser «El Panadero». Un apodo por el que se lo menciona -a veces socarronamente- desde la tribuna «de enfrente» de la «Baldomero González» en el estadio del auriazul, reconociéndolo como el líder de ese grupo que no alcanza a ser «barra brava»… Son los que van a los tablones con sus banderas, sus bombos y sus cánticos y que, es cierto, no conforman una tropa muy numerosa.

 

En el Club Sarmiento.
Y rememora: «Casi se puede decir que me crié dentro de Sarmiento… con Caito Cerezal, los Mario, los Ganora, Miguel Mata que sigue firme en el club, Pachanga Sáenz. Vivíamos en el bar, jugando al billar mientras los viejos se dedicaban a las barajas y a las bochas. Justo la cancha de bochas daba al patio de nuestra panadería. ¿Deportes? Sí, me gustaba el fútbol y lo hacía de ‘8’ o ‘9’; y también un poco al sóftbol, que en el barrio jugaba todo el mundo… Cuando fuimos a vivir ahí fue que arranqué a ir a la cancha de All Boys todos los domingos», evoca.

 

El apodo quedó.
«En realidad ya hace mucho tiempo que dejé el oficio, pero me quedó el apodo… Ahora y desde hace años soy preventista de la Distribuidora ‘Enzo’ de Omar Kraemer. Ando por los barrios vendiendo en las despensas y los kioscos», precisa.
Como alboyense -casi como si fuera una religión- empezó a seguir el equipo a todos lados. ¡Pero a todos lados, eh!», expresa con convicción. «Eso fue hasta que me casé, pero la verdad es que mi esposa me acompañó mucho… ya son 41 años yendo a la cancha, y siempre a la Baldomero», puntualiza.
Iba como un simpatizante más, sumando su aliento a lo que proponía «la 12″, la antigua barra en la que estaban Walter Valdez, Jorge Zárate, Julio Dadán, Sergio Macedo… Cuando perdemos con Alvarado por penales (Saliol tiró por encima del travesaño el que era decisivo), un día que había cualquier cantidad de gente, es como que ellos se cansan y un poco se alejan… igual por ahí dan alguna mano cuando hay que juntar para viajes o para las fiestas», admite.
Fue en el año ’91 «y de ahí quedó un grupito reducido de 7 u 8. ¿Si soy el jefe de la barra? No, no creó… un poco organizo, pero no mando a nadie y eso sí siempre le doy una mano a los chicos del grupo. Están siempre los Abraham, que son siete; y podemos nombrar a los Erro, el Benja, El Chirola; también Franquito Valdez, Gusti Rosales… y mis hijos, por supuesto», remata.

 

Cómo se organizan.
En los partidos que All Boys disputa como local, «cada uno va a la cancha por su cuenta; pero en el Torneo Federal dos horas antes nos juntamos en mi casa, en el Plan 5000. En casa me hice un altillo para poner las banderas, el banderón grande que ocupa casi toda la tribuna, los bombos y los redoblantes… Si el partido es a las 5 de la tarde los muchachos aparecen un par de horas antes… y por suerte no hay problemas con los vecinos porque se portan bien», asegura.
«El Panadero» se reconoce como parte de lo que fueron «Los zabaleros», el grupo que iba a la tribuna y apoyaba incondicionalmente al entrenador, colocando una inmensa bandera que los identificaba con quien debe ser el alboyense más ganador en cuanto a campeonatos se refiere, sumando los que consiguió como jugador y director técnico. «Y sí, éramos hinchas de Edilio… un capo como entrenador y como tipo. Nos dolió la forma en que se fue, pero bueno… ya pasó», se muestra indulgente.

 

Los intocables.
Los jugadores auriazules para él son intocables, y recuerda que alguna vez, cuando dirigía el equipo Pablo Agustín Comelles, «venían a comer a mi casa todos los sábados El Tapón Barreiro, Tati Erro, Coqui Bornes, Lalo Kistner, Ale Sánchez, Angel Heredia (masajista), Claudio Bello, Chueco Domínguez, Fede Labriola, el Gordo Zimba, Humberto García, Héctor Santamaría, Rubén Avella (encargado de la cancha), el Zurdo Benvenuto, Maxi Castillo, El Negro Puerta, Jorge Spallanzani y Leo Hidalgo que era chiquito (tenía 16 años cuando pasó por All Boys).
Reconoce un cariño «muy especial por el Topo González, Tapón Barreiro y por Matías Boto». Cuando lo invito a dar un equipo ideal de All Boys, con los jugadores que vio apunta: Boto; Julio Barrera, Estergidio Pérez, Tati Erro («también El Mula» Aymú, agrega) y el Leoncito Biaggio (hermano del Pampa); El Chueco Ramírez, El Topo, Tapón; Nani Muñoz, Claudio Biaggio y Marcelo Urtiaga, «al que vi en la última parte de su carrera», completa.

 

Las entradas.
Se sabe, en el fútbol grande los barras reciben miles de entradas que, obviamente usan para la reventa y hacer pingües ganancias. «No, acá no pasa eso… A mí el club me da 20 entradas en los torneos Federales para los muchachos de los bombos. Y nada más», informa.
«La banda del Panadero» va a apoyar, a gritar para su equipo, pero trata de estar lejos de la violencia. «Creo que una sola vez cuando vino un equipo de Comodoro Rivadavia y traían unos nenes terribles de los sindicatos de petroleros y estuvo a punto de armarse… pero finalmente no pasó. Yo trato que no haya quilombos… cuando llegamos en los micros a cualquier lugar hablamos con la gente del operativo policial por cualquier cosa que pase y tratamos de parar cualquier bola. Me parece que estamos bien vistos… en La Pampa nos comunicamos por facebook, y tenemos amigos en todos los pueblos. Cuando vamos hay insultos y gritos, pero cuando termina más de una vez nos juntamos a la salida y nos saludamos lo más bien», manifiesta.
Se podría decir que es un barra extraño, porque comenta que hasta es «amigo de los árbitros; no de los nuevos porque casi no los conozco pero sí de los más antiguos. Por ejemplo con Paolo Macci conversamos… no le hablo de los partidos y él tampoco lo hace», destaca.

 

Los clásicos liguistas.
«Siempre digo que soy hincha de Boca… pero fanático de All Boys», se define. No obstante admite que le gustaría «conocer la Bombonera» aunque tiene «miedo de ir, hacerme fanático y de no querer ir más a la cancha aquí».
Sus hijos tienen «libertad» para ser del equipo de AFA que quieran, porque «por ejemplo el mayor es de Ríver… pero en La Pampa ‘la obligación’ es ser de All Boys. ¿Nuestro clásico? Para mí es el Albo (Atlético Santa Rosa), aunque en los últimos años también Belgrano, por eso de que ha jugado el Torneo Federal», sostiene.
Precisamente esta tarde juegan All Boys-Atlético Santa Rosa en el Ramón Turnes, y es probable que los hinchas del albo algo le griten al Panadero. ¿O no?

 

El «barra bueno».
«Estoy acostumbrado a que en todas las canchas que voy me reputean… Los otros días llegué 15 minutos tarde a la de Guardia del Monte en Toay y los muchachos me avisaron: ‘Te están puteando desde hace una hora y media…’. Y la verdad no me importa… Soy muy fanático y por eso ando todo el día con la ropa de All Boys», redobla la apuesta.
«Es un orgullo ser hincha del club que tiene más simpatizantes que ninguno… ¿Qué hago cuando nos toca perder? Me pongo loco… nos vamos a casa a guardar las cosas (banderas, bombos, redoblantes) y nos tomamos dos o tres cervecitas. Pero tranqui… Antes era peor, porque me duraba dos o tres días la tristeza y la bronca», dice sonriente.
El fútbol es muy importante para El Panadero -aunque también sigue al básquet del club-, y ocupa buena parte de su vida… lo bueno es que, aún con esa pasión que le llena el alma, de ninguna manera se lo puede identificar como un «barra brava» de esos que se desbordan y provocan problemas… ¿En todo caso podríamos decir de él que es «un barra bueno»? Tal vez. Y sin dudas un lindo personaje…

 

«Me gustaría ser dirigente».
«El Panadero» de la Campa tiene en la vida diaria una forma de manejarse que no tiene nada que ver con la violencia que los «barra bravas» de otras hinchadas muestran todo el tiempo.
Es más, se diría que es una persona pacífica y que los insultos o las voces altisonantes son nada más que una caracterización. «La verdad es que tengo muchos amigos en otros equipos, como en el Albo y en el Trico… Sí admito que tengo cierto rechazo por Mac Allister porque para mí llegaron para hacer negocios y no para revolucionar el fútbol. Eso sí, nunca estuve frente a frente con El Pato, aunque conozco muchos chicos que jugaron ahí. Pero bueno… cada cual con lo suyo», trata de bajar los decibeles.
Sorprende cuando dice que «en algún momento, cuando el trabajo me lo permita, me gustaría ser dirigente de All Boys. Me parece que hay una camada de jóvenes con los que podría trabajar… Yo ahora trato de no joder, y digo que si precisan ayuda que me avisen. Cuando se necesitó fuimos a cambiar tablones de la tribuna, y también a pintar… Yo soy muy hincha, pero aunque parezca mentira recién hace tres meses que me hice socio», confiesa.

 

Un gran apoyo.
Oscar ha tenido un apoyo incondicional de su esposa Silvia para poder moverse como lo hace. «La conocí en New Star, y de novios íbamos los domingos a la cancha, aunque ella vivía a una cuadra de la sede del Trico», sostiene.
Es tan fanático que en una oportunidad en que se jugaba un partido entre All Boys y Belgrano por el Torneo Federal se mandó una… «Se casaba mi hijo mayor y no podía ir a verlo. Resulta que el partido empezaba a las 8 de la tarde y el casorio era a las 9 y moneda. Mientras mi señora se estaba cambiando me escapé y me fui a la cancha los primeros 45 minutos. El estadio estaba lleno así que dejé el auto mal estacionado y me metí… Mi señora casi me mata… y encima esa vez nos ganó Belgrano», se ríe.
Pero Silvia le aguantó varias. «En 1991 jugábamos en 5 Saltos (Río Negro) un partido importante, y yo no podía por la panadería, y además estaba a días de nacer mi hijo mayor… Fue ella la que me dijo bueno… andá», completa.

 

Los insultos.
«El Panadero» sostiene que le encanta «ir a los pueblos por la cantidad de público que va… Me pone triste ver cuando somos pocos hinchas en la cancha…».
Sobre los insultos señala que «nunca a mis jugadores y a nuestro técnico… alguna vez sí al árbitro, pero estoy en contra de la violencia en el fútbol, totalmente en contra», afirma.
«Es hermoso cuando en los pueblos salimos y nos encontramos con los hinchas rivales y nos abrazamos… porque al final a todos nos gusta lo mismo: el fútbol. De hinchada a hinchada hay cargadas, pero no pasa nada… por ahí me gritan ‘mirá que te borro del face’, o cualquier cosa así. Pero si ustedes se fijan los de la platea de All Boys putean más que nosotros desde la tribuna», reflexiona.

 

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