Al pie de los Pirineos para siempre
Una crisis de esas que cada tanto se dan por aquí lo llevó a vivir en España. Allí pudo salir adelante y de a poquito se fue quedando, y lo más probable es que ya no regrese. Una historia como tantas.
MARIO VEGA
El silencio de la casa dormida se convierte en ideal para la conceptualización, y luego de ese momento íntimo llegará el de comenzar con las actividades del día que son para hacerlas sin prisa, sin urgencias… que ya pasó ese tiempo de preocupaciones cotidianas que sumergen a una persona en el trabajo y en la cotidiana tarea de vivir .
Raúl Suárez (80) está en esa etapa de conceptualización, del sereno repaso de una vida de trabajo y esfuerzo; y en tanto disfruta de las pequeñas y habituales rutinas. Esto es del ritual de empezar sus mañanas con LA ARENA –como cuando residía en Santa Rosa—, y después abocarse a la lectura del orientalismo, que no es otra cosa que introducirse en esas culturas que lo atrajeron desde siempre. “Leo, leo mucho y lo cierto es que tengo varios libros abiertos que voy mirando todos los días… Y aparte sigo con el karate, pero sólo haciendo katá (movimientos suaves que lo mantienen activo), hago ciclismo, converso con la gente… sabés que eso me gustó desde siempre”, cuenta.
Destino final.
“Es verdad, el primer diario que leo es LA ARENA, y después algunos otros de aquí”. Aquí es España, el país que eligió para vivir y en el que, está decidido, se quedará para siempre.
Y sigue: “Me entero de todo… ¿Cómo se ve Argentina desde aquí? Con tristeza, con pena. Yo salí en el 2001 con esa crisis terrible que empujó a tantos argentinos a a emigrar, y me acuerdo los datos: ese mismo año salieron 500 mil argentinos, 250 mil a los Estados Unidos y 250 mil a Europa, fundamentalmente a España y un porcentaje relativamente importante a Italia. Y eso casi no cambió”, apunta Raúl.
La mirada sobre Argentina.
Su mirada desde la última vez que habíamos hablado –hace algunos años- sobre cómo percibe lo que sucede en nuestro país no cambió nada: “Hubo alguna época en que las cosas estuvieron un poco mejor, pero siempre estamos con estos cambios económicos que escapan a la capacidad de entendimiento de la gente que es víctima de algo que no puede evitar… alguien puede haber hecho las cosas muy bien, a conciencia, y de la noche a la mañana volcamos... una y otra vez. ¿Por qué? No se entiende, es algo que me molesta y me jode bastante tener que hablar de esto, y más porque no estoy allí. Pero no se entiende lo que está pasando en Argentina. Pero además siento la responsabilidad de decir que estoy limitado para opinar porque estoy lejos… ¿Podría haber ido a votar yo aquí en España? No, porque me parece un despropósito y creo que después de tanto tiempo no tengo derecho”, reflexiona.
¿Por qué?
A veces, ensimismado observa el paisaje que lo rodea y quién sabe qué recuerdos merodearán su mente en esos días cuando pinta la nostalgia. En ese contexto de acuarela -casi podría decirse que vive en una postal fantástica al pie de la montaña, en Hostal de Ipiés- el cielo se pone más azul con las primeras luces del alba. Allí el hombre está solo, y sólo piensa…
Suele pasar que las personas nos detenemos a meditar situaciones, cosas que han sucedido -que al cabo el hombre es él y sus circunstancias, decía Gasset-, e intentamos buscar explicaciones al por qué de algunas cosas.
¿Qué llevó a Raúl a irse tan lejos de esta Pampa que fue su tierra. Por qué buscó ese destino tan lejos de su país y de gente amiga, y de tantos afectos que quedaron por aquí?
Por ahora no.
En un tiempo venía a Argentina con alguna regularidad, pero al fallecer su mamá –muy longeva- le quedan pocos familiares por aquí. Estuvo hace poco más de un lustro y ahora no tiene pensado cruzar el Atlántico en planes de visita, aunque aquí le quedan amigos, sus hijos varones y algunos de los nietos. Además está su hermano Juan Carlos Suárez, aquel que fuera concejal del PJ y que un día dejó la política para dedicarse a hacer los churros más ricos de la ciudad.
“Ya no hay casi motivos”.
Raúl Oscar Suárez es una persona singular, y se puede afirmar que ha sido un verdadero optimista de la vida. Hoy, instalado en la subida misma a los Pirineos, sabe que será su lugar de residencia hasta los últimos días, aunque no haya forjado allí su historia. Esa que lo hizo llevar adelante muchas cosas, en un transcurrir en el que le fue bien y a veces no tanto… En nuestra Pampa es donde formó su familia, y quizás por eso su verdadera historia –o una parte muy importante- es la que dejó aquí al irse.
Pero aquel lugar paradisíaco en los Pirineos –está convencido- es donde se quedará para siempre.
“Ya casi no tengo motivos para regresar”, dice en tono un poco contrito.
Cumplir 80.
Sigue tan extrovertido como siempre, conserva esa sonrisa en banderola que lo identificó a lo largo de la vida, ahora surgiendo de una barba bastante más blanquecina y luce un cabello más raleado.
"Qué querés… el 29 de octubre cumplí los 80”, confiesa con una amplia sonrisa. Y los 80 lo encuentran bien, muy bien, con algunos kilos de más es verdad, aunque sigue haciendo un poco de karate, y también ciclismo, como para que los años pesen menos.
JC Suárez, un emporio.
Nacido en América, provincia de Buenos Aires, como su hermano Juan Carlos, después vivió en Parque Patricios, más tarde en Lanús y en Ranelagh, hasta que un día su hermano puso en Santa Rosa “JC Suárez”, que fue un muy exitoso comercio de artículos del hogar, y se vino a trabajar con él. Hubo tiempos en que les fue realmente bien y casi podría decirse tenían un pequeño emporio. Raúl, emprendedor nato, llevó adelante más tarde “Suárez Mudanzas”; y además con su hermano y el Turco Abad abrieron "Zapatacos", un comercio de zapatería que funcionó de gran manera.
Pero esto es Argentina, y claro… los avatares de la economía los pusieron -a él y a su hermano- literalmente en la lona.
La familia.
Desde hace 59 años, cuando tenía 21, está casado con Eva Delgado. Luego llegaron los hijos: Carina, aquella que supo ser jugadora de cestobol del Club Estudiantes y la selección pampeana, que ahora también reside en España, les dio cuatro nietos y está a cargo de la fábrica casera de chocolates. Los varones son Martín, que hoy está en Toay (tiene tres hijos); y Pablo que vive en Mendoza (dos hijos). Pero además están los bisnietos: Vilma que reside en Copenhague, y Leandro en Huesca, a 50 kilómetros de la casa de Raúl y Eva.
Con ropa Graffa.
Rememora que cuando se fundió en Santa Rosa –a fines de los ‘80- se mudó a Bariloche. Allí, en medio de los lagos y las montañas compró un terreno y construyó una hermosa casa. Y obviamente mostró su férrea voluntad y capacidad de trabajo en un nuevo rubro: empezó a construir muebles de algarrobo… “Fue un tiempo en que me empecé a vestir con ropa de trabajo Graffa. Me invitaban a un casamiento y yo iba vestido con esa ropa, limpita, nueva, pero así... Me compenetré tanto que andaba todo el tiempo vestido de esa manera”, se ríe con el recuerdo.
Un millón de amigos.
Raúl es una persona que recoge afectos de manera permanente, en cualquier actividad que se desempeñe, y tiene cientos de amigos en todas partes. “Es que anduve con muchas cosas… recordarás que fui karateca, cinturón negro, tercer dan e instructor durante un buen tiempo”, me dice.
Precisamente por el karate estuvo hace años en Okinawa, Japón. “Una fascinante experiencia de dos meses. Fue algo único, y allí aprendí que el 'sensei' es el que enseña, y 'hansei’ el que sabe”.
También radioaficionado.
Pero sus vínculos no tuvieron que ver sólo con el deporte. Cuando todavía tenían “JC Suárez” empezó como radioaficionado. “Fue por un técnico de televisores que contratamos en esa época, y es algo que me apasionó. En España fui representante en Madrid de los radioaficionados de mi región, pero es una actividad que ahora estoy dejando: en estos días bajé los últimos cables y ya no estoy con eso”, resume.
Raúl, el constructor.
Raúl explica que “en general al argentino que llegó a España le fue bien, porque sabemos hacer de todo, y obvio que había trabajos que los españoles no querían y los asumíamos nosotros”. En su caso cuenta que como fue estudiante de una escuela técnica, un día, charlando con un constructor español, éste cayó en la cuenta que él sabía del tema: “¡Oye Raúl! Y cómo sabes tú eso...", le dijo. Al poquito tiempo Suárez era encargado de una obra. Y así se fue abriendo paso.
Treinta habitantes.
Hostal de Ipiés es un pueblo que no llega a tener treinta habitantes, está ubicado sobre una carretera importante por la que pasa todo el tráfico de esquí en invierno, y el turismo de verano al Pirineo a través de una carretera nacional que se está transformando en una autovía. “Están trabajando ahora precisamente en el tramo que pasa frente a nuestra casa, y uniría Barcelona con la Costa Vasca, atravesando las comunidades de Aragón, Cataluña, Navarra y Euskadi”, precisa.
“En el Hostal de Ipiés tenemos una chocolatería, fabriquita de mermeladas y licores, que ahora lleva adelante nuestra hija Carina y nuestros nietos. Con mi esposa Eva estamos jubilados, así que mi actividad laboral es nula”.
Agenda nutrida.
Tiene no obstante y de todas maneras “una agenda muy nutrida. Mi día comienza más o menos entre las 7 y media y las 8. En ese momento Eva y nuestra perrita Frida siguen durmiendo y no hay nadie levantado en la casa. Como el negocio se abre 9 y media dispongo de un buen rato para leer en absoluto silencio… Desde hace muchísimos años le hago el desayuno a Eva y se lo llevo a la cama, así que esa rutina es mi segunda actividad del día”, completa.
Tres veces a la semana participa de un grupo de la tercera edad… “La comarca nos brinda ese servicio por una suma irrisoria… soy el único varoncito y las demás todas señoras mayores… también hago alguna salida en bicicleta y para eso tengo un triciclo para ir más cómodo porque voy sentado en una butaca. Pero además me entretengo con un torno con el que hago algunos trabajos en madera”.
Y muestra en forma permanente su espíritu inquieto: “Fue en 2017 que empecé a dibujar, y luego a dibujar con acuarela… tengo cartulinas pintadas en cantidad”, puntualiza.
Jubilados privilegiados.
“Sí, la siesta es sagrada, y hago como dicen los españoles de manta y orina, porque me tiro no menos de dos horas. Luego, nuevamente la lectura, y y este es más o menos el resumen de la actividad que voy desarrollando en el día a día. Para Semana Santa, con una casilla que tenemos nos vamos a un camping en la costa del Mediterráneo, en la provincia de Tarragona. Por ejemplo entramos el 30 de marzo y nos volvemos el 20 de junio, todo con una tarifa muy baja para jubilados. Es un camping muy grande, con 850 parcelas y debe tener 150 bungalows, y tiene desde supermercado, hasta anfiteatro, consultorio médico, cajeros automáticos, restaurantes, canchas de fútbol… La gente que nos acompaña en estos meses son los jubilados del norte de Europa, mayoritariamente holandeses, franceses, algunos portugueses, alemanes…”, agrega.
Recuerdos del ayer.
La última vez que estuvo en La Pampa fue en diciembre de 2021. Y es probable que ya no vuelva… “Es así… esa vez alquilamos un auto y visitamos a nuestros hijos, a mi hermano, sobrinos y demás… pero hubo unos veinte días de esos dos meses en que estuvimos absolutamente solos haciendo turismo... y fue buenísimo”.
Habla Raúl con cierta tristeza para relatar su realidad: “Se me hace difícil… tengo allá –aquí- amigos que me gusta verlos, pero estamos todos muy mayores y esa también es otra limitación. Y sí, los recuerdos que tengo de La Pampa son muchísimos. Y ciertamente debo tener una faceta masoquista, porque leo todos los días la prensa de Argentina para ver qué está sucediendo… y ya te lo dije: no lo entiendo”, señala.
“No sé si volveré…”.
En el final deja “un saludo por medio de LA ARENA a tanta gente que conozco y quiero tanto… no sé si volveré alguna vez, y eso duele…”, expresa conmovido.
La historia de Raúl es una como otras de tantos que emigraron procurando una vida mejor… Por eso se entiende que lo atropellen los recuerdos y vuelva, cada tanto, a esas imágenes y vivencias que tiene grabadas muy dentro del alma.
Allá, en esa España que lo acogió como a miles de argentinos, construyó una nueva vida, y pudo salir adelante… Y puede estar satisfecho Raúl porque supo superar dificultades… aunque a veces, inevitablemente, duela tanto la distancia…
Un boleto roto.
Corría el 2001 y el país se desmembraba. Raúl Suárez no lo pensó demasiado… “Tenía 500 dólares en el bolsillo, un amigo me puso otros 1.000 y arranqué para España”.
Y relata: “Fui como turista así que me podía quedar cinco días, pero ya lo tenía decidido: en el aeropuerto, en Barajas, fui al baño, rompí en mil pedazos el boleto de regreso y lo tiré por el inodoro. Y entonces me dije a mí mismo: ‘¿Para atrás no hay nada’. Un amigo me alojó en Zaragoza por un tiempo y enseguida conseguí trabajo”, rememora.
Y no esquivó ninguno: “Fui albañil, pintor de brocha gorda, mozo, lo que viniera... Al mes Eva, mi esposa, que ya no aguantaba más me llamó llorando y enseguida resolvimos que viajara también. Y ella también trabajó… en casas como personal doméstico, y de a poquito fuimos saliendo adelante, con mucho esfuerzo, pero con unas ganas tremendas de estar mejor. Y hoy puedo decir que lo logramos...”, recuerda la aventura de haber decidido el exilio.
Una vida en tres imágenes.
Con Eva.
Raúl y Eva. Llevan nada menos que casi seis décadas de casados. Comparten sus días y sus rutinas al pie de los montes Pirineos.
Con los libros.
Una actividad cotidiana de Raúl Suárez. La lectura de textos vinculados al orientalismo. Todos los días lee, religiosamente.
Con la barba de siempre.
La barba que siempre lo identificó. Cada vez más larga y blanca. Vive en Hostal de Ispié, pero no olvida su transcurrir en La Pampa.
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