Jueves 25 de abril 2024

Falleció Rosalba D' Atri a los 88 años

Redaccion Avances 01/11/2023 - 14.00.hs

Era muy joven cuando entró en contacto con LA ARENA en tiempos en que el periodismo era “cosa de hombres”, y más todavía en la pequeña capital provinciana que era Santa Rosa en los años cincuenta del siglo pasado cuando el diario iniciaba su segunda época. Sin embargo varios años antes, en la primera época, cuando el fundador del diario y padre de Rosalba, Raúl D’Atri, trabajaba en su propia casa para sacar las ediciones a la calle, ella siendo una niña le ayudaba a corregir las llamadas pruebas de galera que salían de las manos de los tipógrafos. Quizás en esos momentos tempranos de su vida se despertaba su interés y su pasión por la actividad periodística.
Apenas terminó el Colegio Comercial, con su título de perito mercantil, comenzó a trabajar en la hoy desaparecida Cooperativa de Consumo y más tarde en la Cooperativa Eléctrica de Winifreda. Luego se desempeñó en el Tribunal de Cuentas de la provincia, pero cuando su padre decidió reabrir LA ARENA dejó ese cómodo y bien remunerado cargo en el Estado para acompañarlo en la aventura. Corría el año 1957 y tomaba esa decisión junto a su esposo, Saúl Santesteban, con quien secundó al fundador del diario en aquellos difíciles tiempos en que comenzaba a reorganizarse la nueva salida del diario a la calle después de un silencio de nueve años.

 

“Cuidar los centavos”.
Un diario de provincia, en Argentina, no es precisamente una empresa con destino floreciente. Al contrario, las características del rubro, sumado a la inestabilidad política y económica del país son fuente de zozobra permanente. Especialmente en aquellos tiempos de frecuentes golpes de Estado que interrumpían frágiles gobiernos constitucionales y que, entre otras manifestaciones autoritarias, procedían a encarcelar a dirigentes políticos y gremiales, y también a periodistas, con una naturalidad que hoy parece inconcebible.
En esos duros años Rosalba ocupó varios puestos en la organización de LA ARENA en los sectores de distribución, administración y corrección. Lo suyo no era el discurso sino la acción. En ese mundo de “hombres que escribían” y se ocupaban de “las cosas importantes del periodismo”, ella asumió sin complejos y con determinación el rol “secundario” de apuntalar desde la organización y la planificación, la salida del diario. “Hay que hacer todos los días lo necesario para que el diario esté en la calle cada mañana”, solía decir con una sonrisa irónica. Y lo necesario quería decir imponer una suerte de “economía de guerra” en aquellos tiempos de vacas muy flacas. “Hay que cuidar los centavos porque los pesos se cuidan solos”, era su lema para avisar que la austeridad venía en serio y no era una frase de ocasión. Con el tiempo llegaría a ocupar durante muchos años la presidencia del directorio de LA ARENA desde donde promovió cambios sustanciales en la empresa.

 

La solidaridad.
Pero también debe decirse que a la par de esa firmeza para afrontar sus responsabilidades tanto en el diario como en otras instituciones en donde tuvo participación, nunca dejó de lado su costado solidario para atender a cuanta persona se acercara ella en busca de apoyo. Siempre tuvo la capacidad de saber escuchar y la mano dispuesta a brindar la ayuda de quienes la requerían.
Militó en silencio y sin jactancia durante toda su vida en favor de los avances sociales. Formó parte de la juventud del Partido Socialista y más tarde de la Unión de Mujeres Argentinas (UMA) aquella agrupación política pionera que irrumpió en la sociedad santarroseña con una perspectiva de género rompiendo con la tradición patriarcal. No son pocas las entidades y las personas que pueden dar testimonio de su compromiso, aunque nunca buscó el reconocimiento público; es más, le disgustaba profundamente la actitud de quienes aceptan y promocionan las demostraciones de gratitud por el trabajo social. Esas poses nunca figuraron en su repertorio.
Otro de sus desvelos fue el espiritismo, doctrina que abrazó con pasión especialmente en lo que respecta a su divulgación. Dirigió durante muchos años la revista La Idea, trabajando con dedicación en sus ediciones, y ocupó cargos en la institución nacional que nuclea a sus practicantes, viajando frecuentemente a encuentros nacionales e internacionales a brindar conferencias, siempre en forma desinteresada y autogestionaria.
Si algo puede decirse, como síntesis de su paso por la vida, fue su coherencia entre lo que hacía y lo que decía, entre su acción y su discurso. Esa era, además, la virtud que más valoraba en las personas, de ahí su temprana desilusión con ciertas prácticas de la política partidaria y su determinación de continuar su militancia social mediante lo que se podría definir como la “acción directa”.

 

La casa abierta.
Sus siete hijos, dos de los cuales fallecieron antes que ella, pudieron dar fe de su firmeza de carácter y, a la vez, de su entrega incondicional a la hora de estar presente en los momentos difíciles. No era de las personas que le esquivan el bulto a las dificultades, cualquiera fuera su naturaleza. Cuando había que tomar decisiones en tiempos arduos, cuando había que mostrar templanza todos sabían que podían contar con ella. Su casa estuvo abierta para alojar a los familiares de presos políticos que llegaban desde lejanos puntos del país para visitar a los detenidos de aquel ominoso Plan Conintes que llenó las cárceles de Santa Rosa bajo la presidencia de Arturo Frondizi.
También se empecinó en lograr lo que no pudo para ella: el acceso a la educación superior de sus hijos. Valoraba como nadie la educación pública como instrumento de superación personal y social. Solía decir que, al conocer otros países, cualquier persona podría advertir la importancia que había tenido en el nuestro la educación pública, laica y gratuita. Quizás por esa razón le indignaba sobremanera la desidia o la pereza en quien, teniendo la oportunidad de estudiar, la desaprovechaba.

 

Aquel feminismo.
Practicó el feminismo sin declamarlo, en tiempos en que esa ideología no había alcanzado la masividad que hoy tiene y era cosa de mujeres universitarias y por lo general de clases acomodadas. En ese terreno sus tres hijas le ofrecieron una perspectiva diferente y si bien las distancias generacionales no estaban ausentes, logró superar muchos de los prejuicios de la educación y los mandatos “antiguos” que había recibido. Por ejemplo dejar de utilizar la firma con “el apellido de casada”, una costumbre muy arraigada en aquellos tiempos que hoy haría sonreír a toda mujer joven.
Sus últimos años los vivió en su entorno familiar disfrutando de sus numerosos nietos. Tiempo atrás, el fallecimiento de su esposo significó un duro golpe para ella y, probablemente, el deseo involuntario de acompañarlo precipitó su deterioro físico y su despedida.

 

El velatorio es en la Sala 5 de la CPE y el sepelio se realizará hoy miércoles a las 17 en el Cementerio Parque de Santa Rosa. 
 

 

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