Fernando Boto, 43 años de zapatero
¡Habráse visto! Horario de atención de 11 a 14 y de 20 a 23… Sí, ese es el particular espacio de tiempo en que uno puede llevar su calzado a que se lo componga el zapatero. ¿Un poco curioso, verdad?
Porque ciertamente para la actividad comercial, en determinados rubros, hay otros horarios más convencionales. Pero no. Fernando Boto (62) atiende a esa hora, así que ya sabe por si tiene que llevar sus zapatos a arreglar.
Se trata del típico zapatero remendón. Esos artesanos que se dedican a reparar calzado, que utilizando elementos como martillos, cuchillos, agujas, hilo, hormas y leznas –y también máquinas para coser, cortar cuero y aplicar pegamento-, pueden dejar como nuevos zapatos, botas, borcegos. Y ahora además y de modo especial zapatillas.
Cambian suelas, tacos, o arreglan costuras, que incluye también el arreglo de bolsos y mochilas, o cualquier otro tipo de artículos de cuero, goma y lona.
Antiguos oficios.
Cabe decir que la crisis –siempre presente en nuestro querido país- determina que algunos oficios sigan vigentes, aún en estos tiempos con el advenimiento de novedosas tecnologías. La crisis hace que persistan antiguos oficios; o en algunos casos que vuelvan, como sucede con las modistas, esas señoras que con habilidad singular hacen toda clase de arreglos en las prendas de vestir.
En algunos barrios se ven cartelitos en las puertas de algunas viviendas anunciando que se arreglan prendas de vestir, o que también se confeccionan vestidos, camisas y/o pantalones. En tanto otras costureras realizan tareas menores como puede ser acortar un ruedo, o cambiar el cuello de una camisa.
Arreglo de calzado.
En ese contexto no faltan –aunque sean pocos- los llamados zapateros remendones.
Si repasamos –y seguro nos olvidaremos de mencionar algunos- recordamos ahora mismo a “Pablito” que tiene dos locales -uno en manos de uno de sus hijos-; también está Osvaldo –el ex boxeador que tiene su local en Raúl B. Díaz casi San Juan-; Julio Gette y su esposa Susana Siderac; Osmar Hernández, “El Alemán”; y alguno más. Y como no recordar a Francisco Pérez –aquel hombre de pequeña estatura muy querido por todos-. Algunos recuerdan al asturiano Aquilino Rodríguez que tenía su local al lado de lo que hoy es el Centro Municipal de Cultura, y en sus últimos años en su propio domicilio de la calle Almirante Brown; y a Peñita en Pico y Escalante.
En tiempos de vacas flacas no es fácil para las familias adquirir zapatos nuevos, zapatillas, mochilas... Y por eso cuando necesitan acuden a esos artesanos del calzado.
Desde 1959.
Fernando tiene su local en Villegas 497, y si no es el más antiguo de la ciudad pasa raspando. Es que heredó el oficio de su padre José, español que antes de llegar a Argentina fue minero en Asturias. “Él vino en 1950, y mi tía Pilar dos años antes. Mi mamá fue Nélida Reynoso, de Doblas, y tengo a mi hermano que se llama José Oscar”, contó.
Con Mónica tienen cuatro hijas: Luciana (trabaja en Asistencia al Viajero en Buenos Aires), Agostina (estudió Comunicación Social en Córdoba), Candela (es cantante y actriz), y Josefina (estudio Fonoaudiología en Córdoba).
Fernando recuerda que su padre ya en Santa Rosa instaló en 1959 su taller de zapatería. “Ahí cuando andaba por los 10 años ya empecé a hacer alguna cosita… y me puse firme a laburar a los 14, así que llevo 43 años de zapatero”, cuenta.
Muchas zapatillas.
Entrar a su local es encontrarse con un sinfín de zapatos, botas, borceguíes y mochilas a la espera de ser arreglados. “Nosotros trabajamos siempre bien… pero lo que llama la atención es que en vez de zapatos ahora me llegan muchas zapatillas. Diría que un 80%”, precisa.
Y sigue: “¿Un horario curioso el que hago? No sé… puede ser. Estoy de 11 a 14 y de 20 a 23… me gusta, es distinto, pero cuando llega la noche es cuando más rindo en lo que hago”, explica.
El contador que no fue.
En un momento indica que en la primaria fue a “la gloriosa escuela 38” –en Avenida San Martín Oeste, hoy Escuela Hogar-, e hizo el secundario en el Colegio Comercial. “Después inicié la carrera de Ciencias Económicas, pero justo vino el mundial ‘82... con papá habíamos comprado un televisor que instalamos aquí y siguiendo los partidos empecé a no ir hasta que abandoné…”, se ríe.
Es que Fernando es fanático del fútbol… “Y del programa La Pelota (por Radio Noticias). No me lo pierdo y a la tarde lo sintonizo todos los días”, completa. Cada tanto hace su aporte mediante mensajes, porque además es un asiduo concurrente a los partidos locales, y particularmente a la cancha de All Boys.
Así siguió “siempre de cerca la campaña de su sobrino Matías (Boto). “Tengo un montón de recortes de diarios donde se habla de él y estoy esperando que venga a buscarlos”, dice hablando del gran arquero que supo atajar en All Boys, Mac Allister, Ferro de Pico y en Belgrano de Córdoba.
“El 9 de Boca”.
“Me gusta muchísimo el fútbol… si hasta soñaba que alguna vez iba a ser el 9 de Boca… Pero bueno, está ese dicho de ‘zapatero a tus zapatos’, y aquí estoy. La verdad es que no era bueno jugando, pero igual creo que entiendo bastante de fútbol y por eso me permito opinar”, agrega.
En este tiempo Fernando Boto sostiene que “aunque parezca mentira me traen más zapatillas que zapatos para arreglar… y la verdad es que ahora mismo la actividad decreció un poco”.
Seguir trabajando.
Todavía le falta para la jubilación, pero cuando el momento llegue lo más probable “es que siga aquí en el taller… porque me gusta y además me entretengo”, explica.
Es uno de los pocos zapateros remendones que quedan, y todo indica que aún le queda tiempo para ese oficio. Que no es de los que desaparecerán como otros tantos de la mano de la modernidad.
Lo dejamos a Fernando con sus herramientas, agujas, hilos, pegamentos, martillos, la pulidora y la vieja máquina Singer para coser que sigue funcionando perfectamente. Él continuará firme en lo suyo. Eso sí, con horarios “especiales”, como eso de atender hasta las 11 de la noche…
Un dicho con origen griego.
Dicen los que dicen saber que el dicho "zapatero a tus zapatos" tiene origen en la antigua Grecia. La historia refiere a una anécdota sobre el pintor Apeles (Siglo IV a. C.) y un zapatero.
El artista tenía la costumbre de exhibir sus obras en una plaza pública, para saber la opinión de quienes las veían. Un día se le ocurrió esconderse detrás de un árbol para saber qué decía la gente cuando él no estaba. Así fue que un zapatero que pasaba advirtió un error en una sandalia de la modelo que había pintado. Por eso Apeles corrigió su error.
Pero cuando el zapatero, envalentonado, en otra pasada por el lugar empezó a criticar otras partes de la obra, Apeles no aguantó más y lo enfrentó con esa frase: “¡Zapatero, a tus zapatos!”. Quiso decirle que se ocupara de lo que verdaderamente sabía…
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