Martes 26 de agosto 2025

Un desafío frente al mar

Redacción 26/08/2025 - 00.16.hs

Había perdido peso por la magra alimentación, pero nada quebrantó su espíritu, su férrea entereza ni su voluntad.

 

Con solo una canoa, una vela, dos remos y sus brazos partió mar adentro a cumplir un sueño imposible. Su vida se forjó entre la rebeldía y la aventura, desde los campos pampeanos hasta las aguas infinitas del Pacífico.

 

Nos ha dejado recientemente un hijo de Santa Rosa integrante de una familia cuyo apellido transitó de la mano la historia misma de nuestra ciudad Capital, el díscolo que en su juventud llamó la atención y las burlas que despertaba su cabellera suelta hasta los hombros, el mismo que dejó la Universidad “Porque me cansé de escuchar las boludeces que me decían los profesores” (sic). El que no dejó formalismo sin desafiar. De contextura física fornido y de

 

buena estampa varonil siempre despertó el interés de las chicas de su tiempo, que urdían salidas para ver pasar su elegante figura.

 

El que no dudó en darle la espalda al laboreo de la tierra, las vacas y los novillos, histórico quehacer de su familia.

 

A despecho de haber nacido en un solar mediterráneo carente de irrigación natural, solo un río compartido distante a 300 Km. y el cauce seco que fuera arrebatado aguas arriba por estados linderos (el Salado Chadileuvú), alzó su mirada a la inmensidad oceánica.

 

Decidido a iniciar su viaje en busca de su gran desafío, hacia 1986 surcaba ya en su bote las costas brasileñas con vistas a alcanzar la cintura de Centroamérica. Su propósito, cruzar el Pacífico navegando en soledad hasta pisar tierra en oriente, en una canoa con la ayuda de una vela y un par de remos.

 

La “Ave marina”.

 

Desde allí, hablando con lugareños, se informó que en las selvas de la región crecen árboles de enormes troncos (Pulgande Anime) con la dimensión necesaria para convertirlos en la nave apropiada para intentar la aventura de sus sueños. Tozudo en su propósito, organizó un grupo de hábiles hacheros hasta encontrar el ejemplar apropiado.

 

Durísima fue la tarea de voltear ese tallo, desgajarlo, arrastrarlo hacia la costa del mar y ubicarlo de tal manera de convertir, a fuerza de hacha y demás utensilios cortantes, esa mole en una embarcación.

 

Trabajando noche y día sin descanso fue dando forma, lápiz y papel mediante, al diseño contextual y a los más mínimos detalles para facilitar el trabajo de los labradores.

 

Apasionado por la navegación ya había reunido los conocimientos necesarios para moverse mar adentro, en las furiosas aguas del mar. Hacía dos años que residía y navegaba en Panamá, Ecuador, Galápagos e Isla de los Cocos. Una vez de concluida la preparación de la nave (eslora 4,50 m. manga 1,50 m.) a la que llamó Ave Marina y equipada con lo necesario para la travesía, decidió embarcarse para el cruce del Pacífico el 14 de enero de 1989.

 

Polinesia Francesa.

 

Durante 15 días, la navegación fue favorecida por vientos y corrientes, hasta que una noche, un sorpresivo golpe del viento sacudió la canoa que comenzó a escorar e inundarse; dando al fin vuelta de campana, perdiendo alimentos y demás elementos del equipaje. Cientos de cosas flotaban a su alrededor. Tras una lucha desesperada y apelando a todas sus fuerzas, enderezó la canoa y recuperó parte de lo perdido pero, quedó sin brújula, cartas, ni péndulo; de ahora en más solo las estrellas, los astros y la orientación propia.

 

Contando con los alimentos salvados y la pesca, continuó la travesía. Había perdido peso por la magra alimentación, pero nada quebrantó su espíritu, su férrea entereza ni su voluntad. Así pisó tierra de una isla (Fatu Iva) perteneciente a la Polinesia Francesa.

 

Tras 41 días de azarosa navegación en completa soledad, su absurdo desafío al inconmensurable mar, estaba cumplido; el mar no lo supo pero él había triunfado.

 

A su manera.

 

Satisfechas sus ansias de aventuras, volvió a la pacífica vida campestre para atender lo relacionado a vacas, novillos y pasturas.

 

En la modesta vivienda de sus pocas hectáreas cercanas a Santa Rosa, ha sido visitado por amantes de la náutica, dándose el caso de viajeros que han recalado en Santa Rosa para conocerlo y compartir anécdotas del apasionado hobby de surcar las aguas, de mares y ríos.

 

Ya en avanzada edad se propuso hacer un nuevo barco, de considerable rango (6 m. de eslora por 2,45 m. de manga) que alcanzó aproximadamente el 35% de su construcción total y que queda como testigo de su esmero por seguir haciendo.

 

Fatalmente su fallecimiento acaecido a los 73 años apagó sus luces y su vida. He tratado de dejar una semblanza de cómo transitó la vida Alberto José Torroba.

 

A su manera. (Por Raúl Espinosa)

 

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