El plagio también tiene una historia
SEÑOR DIRECTOR:
En estos días se habla de plagio por referencia a casos que se habrían producido en el seno del poder judicial.
Se dice que los sospechados habrían reproducido partes o el todo de alguna sentencia que entendieron venía como anillo al dedo para expresar su propia decisión con respecto a la causa en la que debían pronunciarse. En un caso se habría tomado parte de una sentencia anterior; en otro, toda la sentencia de un colega.
El caso no tendría tanta resonancia de no ser que, al proceder de ese modo, se habría omitido el procedimiento de poner entre comillas lo que se toma en préstamo o en declarar que se tomaba tal préstamo. De haber sucedido como se denuncia estaríamos ante hechos que revelarían que las sentencias judiciales se convierten en bienes vacantes disponibles para el uso y consumo. Si bien se mira, las colecciones de sentencias que se ven en todo estudio jurídico, son conjuntos ordenados de este tipo de bienes, los cuales, de hecho, quedan ofrecidos para su utilización. Generalmente, quienes echan mano de ellos y entienden que deben reproducirlos tal cual dada su claridad o el saber de sus autores, lo hacen sin omitir la mención de la fuente. Entienden, y entienden bien, que esta cita valoriza su decisión de declararlos adecuados para fundamentar un juicio.
En el mundo de las letras el tema tiene los mismos desarrollos, sólo que es harto frecuente que quienes se sirven de creaciones precedentes omitan tanto como sea posible las comillas y la cita de fuente o mencionen confusamente el origen, de manera que no se sabe si sirven agua ajena o propia. Por lo demás, ciertas formas de expresar la diversidad de situaciones que se presentan para resolver las dificultades de un relato o para dar forma a una ficción, ha hecho que se constituya una disponibilidad oceánica de expresiones que ya son parte del haber de la comunidad humana. Dichos, refranes, sentencias, algunos versos, ciertas parábolas y otros recursos literarios, son de libre disponibilidad. Forman parte de la tierra fértil cultural. El lenguaje todo, si se lo considera debidamente, es un bien sin dueño o un bien propio de toda la humanidad.
Al pensar este tema recordé a Jorge Luis Borges en Ficciones, una de las cuales se titula Pierre Menard, autor del Quijote. Es una de esas creaciones de libre ocurrencia que gustaban a Borges y que le permitían desplegar su ingenio y la diversidad de sus saberes, sin restricciones de autenticidad. Da gusto volver a leer esas páginas, que el autor dedicó a Silvina Ocampo. El tal Menard era un francés de vastísimos intereses intelectuales. Un buen día entendió que era preciso componer otro Quijote; en verdad, hacer "otro Quijote" es fácil, según Borges. Lo que Menard quiso hacer era "el Quijote". "Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes".
Dice Borges que es una revelación comparar el Quijote de Menard con el de Cervantes. Cita a Cervantes: "... cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir". De inmediato reproduce el párrafo de Menard y uno lo ve exactamente igual. Pero Borges nota que lo dicho por Cervantes en el siglo diecisiete, es un mero elogio retórico de la historia. En cambio, Menard, con las mismas palabras e igual puntuación, "no define la historia como indagación de la realidad sino como su origen". También nota (Borges) un contraste de estilo. Un lector de estos días no ve nada de eso, pero goza leyendo a Borges.
En el caso local, siglo XXI, habría que comparar los escritos para ver si es posible que los presuntos plagiarios hayan sido, como Menard, creadores, profundizadores y enriquecedores de los autores originales de tales sentencias, en cuyo caso no tendrían sentido las comillas ni la cita de autor.
Atentamente:
JOTAVE
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