Cuando la violencia visita las escuelas
SEÑOR DIRECTOR:
Mucha gente lee con interés y preocupación las noticias sobre sucesos violentos que se producen en escuelas. Se trata de hechos que trascienden por los medios de prensa cuando el sufrimiento de las víctimas alcanza cierto nivel, como ha sucedido días atrás en una escuela de General Pico, donde una maestra decidió renunciar.
Como docente veterano sé que estos conflictos se han dado siempre, aunque por lo corriente sin exceder el marco rutinario de los problemas de convivencia. La situación cambia cuando interfiere un efecto de la lucha por la vida, y vale decirlo así porque un padre que va a pelear al maestro al que hace responsable de la posibilidad de que su hijo pierda el año o deba cambiar de escuela o quede marginado del sistema de educación, lo hace en ocasiones porque ha puesto su expectativa de mejora de calidad de vida (de su hijo) en la educación. He visto, por cierto, casos en que algún rasgo de carácter del docente o de la circunstancia que atraviesa, lo hacen responsable de un conflicto, así como supe de actitudes de padres que entienden que ir a la escuela agota las exigencias y que toda demanda de libros, útiles o la regularidad en la preparación de tareas, así como observaciones sobre actitudes y costumbres del escolar, son agregados gratuitos que pone el docente con la intención de fastidiar o de menoscabar a su criatura y, por ende, a sus progenitores. En algunas de estas situaciones, los padres suelen reaccionar con enojo y mandan cartas o van a la escuela para hablar con la autoridad o avanzan hasta el maestro de grado, lo interpelan o lo agreden de hecho. Otros, que fungen de astutos, suelen acercarse a la docencia para proponer tratos que llegan a configurarse como ensayos de soborno.
No conozco el detalle de lo sucedido en la escuela de General Pico, pero de lo que ha publicado nuestro diario me detengo en las observaciones sobre lejanía de la autoridad política (la del ministerio del ramo) con respecto a la realidad diaria (y siempre cambiante) de la escuela. En particular me he quedado pensando en lo que se dice acerca de la complejidad del problema que origina la presencia de "demasiados estudiantes con sobreedad". No me costó entender qué se alude, pues había sabido que uno de los efectos no deseados de la Asignación Universal por Hijo, AUH (una valiosa y trascendente decisión en sí misma), ha sido que muchos desertores de los niveles primario y secundario, han vuelto a la escuela porque la escolarización es una exigencia ineludible para recibir el beneficio por hijos menores de edad. Nada sucedería si el reintegro de estos desertores significara un retorno gozoso a lo que se debió abandonar con pena por imperio de la necesidad. Sin embargo, lo que sucede en algunos institutos, es que no todos los retornados van con regocijo y reconocimiento, sino que los hay que obran como víctimas de una imposición que molesta, desagrada y que solamente aceptan porque lo exige la AUH, tan necesaria en una familia beneficiada.
No he leído hasta ahora planteamientos acerca de esta novedad, pero algún docente en ejercicio me había anticipado que la situación de aula cambia de manera peligrosa cuando se dan presencias de ex desertores que retornan con esa actitud. Se le complica la vida al maestro y también al alumno regular que valora su tiempo. De esa manera queda planteada la materia de un conflicto que puede generar choques en el aula, en los recreos, a la entrada o la salida de la escuela y en la relación escuela-padres. Una madre que ve peligrar su AUH puede culpar al maestro o a la escuela.
Cuando se introduce en la sociedad y en esa sociedad reducida y singular que es la escuela, un factor de la potencia del AUH, la conducción política de la educación debe actuar sin demora o tendremos muchas situaciones de violencia y no faltará quien infiera de ello que "la culpa es del gobierno" porque implantó esa ayuda.
Atentamente:
JOTAVE
Artículos relacionados